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widescreen.jpg Wide Screen
Víctor Cabrera
Bonobos
México, 2009

Por Francisco Segovia

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Wide Screen está escrito con los bastones del ojo. Mira con esas células que perciben todavía eso que ya no está propiamente en el campo focal, y ni siquiera en el campo de la luz, sino entrando ya a la sombra y lo difuso. Lo que allí vislumbra el poema tiene la fugaz evidencia de las estrellas que se ven con el rabillo del ojo; ésas que aparecen donde no se las espera; ésas que, puestas en el centro de la mirada, desaparecen. De ahí el formato apaisado del libro, su pantalla ancha. El poeta quiere que nuestros ojos, al leer, hagan el recorrido hasta los extremos y se asomen no sólo a los precipicios que los bordean a diestra y a siniestra sino a los que se abren como grietas en el centro de la mirada. Quiere conducirlos a los sitios, lejanos o íntimos, donde se acaba lo visible y donde acaso nace aquello que hace lo visible. No sabe ni dice qué cosas veremos nosotros ahí —y acaso ni siquiera nos confiese de verdad lo que él mismo ha visto ahí—, pero prevé que en el trance algo se nos hará visible; o, mejor dicho, lo adivina. En cualquier caso, conoce y manipula al detalle las variables del experimento en que nos mete. Y así, aunque alarga el verso hasta casi disolverlo, su oído no vacila nunca; aunque hace todo para difuminar las imágenes que nos presenta, parte de unas cuantas escenas concretas, entresacadas de las películas de Jim Jarmusch.

No quedan muchos asideros en esos bordes del espacio donde ralean las cosas que topan con la vista, así que uno se ve forzado a ir tanteando con las manos unas formas invisibles para el ojo consciente, que centra y enfoca; unas formas que en realidad sólo reconoce el ojo que, entrecerrándose, se entrega a las ensoñaciones. Es por eso un poema exigente: su potencia no está en las figuras que nos entrega sino en las que nos pide. No se ofrece a nosotros para entregarnos un misterio sino para robarse el que nosotros vislumbramos en la penumbra de sus palabras. Más que un poema inspirado, es un poema inspirador. Nos da la aviada y espera que logremos mantener el equilibrio mientras vamos rozando el borde de lo invisible, ese lugar donde aparecen las estrellas que no saben entrar en foco y sólo se dan enteras a quien sabe poner su vista al margen. Y a eso nos obliga: a mirar poniendo la vista al margen.






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