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portada-palabras.jpg Las palabras crecen
Humberto Ak'abal
Sibilia/Fundación BBVA
España, 2009

Por Jorge Aguilera López

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Humberto Ak'abal (Momostenango, Guatemala, 1952) puede ser un poeta casero o pueblerino, pero no un poeta menor. Casero o pueblerino por los temas, las palabras; no por la intrascendencia o debilidad de los versos. Poeta mayor, porque como lo dice “hay gente que crece mucho,/ se vuelve grande/ y no se muere.” Ak’abal se vuelve grande y crece en sus poemas a fuerza de recoger en ellos la sabiduría, la cosmovisión, la relación con la naturaleza que ha heredado de su pueblo originario, el Maya-k’iche’ (cuya lengua, del mismo nombre, tiene por natal).

Las palabras crecen, el más reciente poemario de Humberto Ak’ abal, se compone de cinco secciones (Temblor de fuego; Voces del agua; Y, qué más…; presentimientos; Xibalbá Lugar de tormentos) y un doble prólogo, en prosa y en verso, donde establece su poética. A lo largo del libro, se abordan tres temas mismos que, a decir del autor, son los comunes a toda la poesía, la de antes y la de hoy: el amor, la vida y la muerte. Claro que esta escasez temática se multiplica al infinito en virtud de la capacidad del poeta para darles el giro prodigioso, la mirada inédita, la inflexión particular.

La cultura mixta de Ak’abal le permite establecer puentes de comunicación, mediante los que nos da a conocer, en verso libre castellano, la cadencia y la sabiduría de la lengua maya-k’iche’, y que algo de ella se trasmina al español: “Y si uso esta lengua que no es mía/ lo hago como quien usa una llave nueva/ y abre otra puerta y entra a otro mundo/ donde las palabras tienen otra voz/ y otro modo de sentir la tierra.” De esta manera, el umbral que abre el bilingüismo de Ak’abal comunica, intención primigenia del poeta, una forma de ver, sentir y apropiarse del mundo, a la que nos invita a acceder en este poemario.

Dos son las obsesiones del autor que aparecen una y otra vez a lo largo de los 66 poemas —breves en su mayoría—: la palabra y el tiempo, en sus múltiples relaciones con los temas ya señalados. Así, la primera y la quinta parte del libro hacen las veces de reflexión lírica sobre el valor de la palabra, sea ésta poética o cotidiana; la sabia del anciano o la inocente pero sagaz del niño. La tercera y la cuarta parte dan cuenta del paso del tiempo, de la compleja incertidumbre del hombre frente a este hecho, de la conciencia de su finitud, y de la visión (muy arraigada en los pueblos originarios) de la circularidad del tiempo. La tercera parte es un canto de amor, entendido como la expresión más pura del sentimiento; muy cerca del coloquialismo, la voz lírica no es más que la del hombre de a pie, el que ama y desama; sufre y festeja cada circunstancia del amor.

Al centro del poemario está la intención confesada de Humberto Ak’abal porque su poesía “pueda ser el pueblo donde el posible lector camine y mire, que libremente pueda decir qué le gusta y qué no le gusta”. Esta aldea poética será entonces un espacio por visitar, en la que a cada paso, encontramos los árboles, las aves, los cauces de agua, las costumbres, y los ritos propios de la cultura en cuestión. A ello me refiero cuando le atribuyo a Ak’abal el rótulo de poeta pueblerino: “Lllevar mi pueblo a un libro es todo mi esfuerzo, y hacerlo florecer si fuera posible.”

Empero, no debemos caer en la fácil tentación de reputar este poemario de “folklore turístico”. La gran virtud del poemario es hacer del pueblo Maya-k’iche’ motivo, tema, escenografía si se quiere; pero esta posibilidad de “visitarlo” es lograda por Ak’abal merced a su particular estilo poético, a su lograda y auténtica voz. Quienes conozcan la obra de este autor (que ya sobrepasa la docena de libros), podrán argüir que se repite a sí mismo, pero lo que no pueden aducir es que, al menos es a sí mismo, ya que como él mismo aclara: “Más deleznable es repetir a otros”. En todo caso, queda siempre la sensación de estar ante las palabras de un autor que, en su esfuerzo por enhebrar una cultura mamada (la originaria) mediante una lengua aprendida (la impuesta), consigue conmover emociones más que raciocinios. Y esto, en un tiempo como el nuestro, se aprecia y se agradece.

En suma, Las palabras crecen es un libro de un pueblo más que de un poeta; es la expresión de una cultura en molde poético; es la travesía por un mundo inmediato pero ajeno; es llave y umbral, camino para ser andado en compañía de la palabra de Humberto Ak’abal. Y si es cierta la afirmación del título de este poemario, entonces podemos estar seguros de que lo más relevante es, como debe ser en poesía, la particular confluencia de palabras, la expresión límpida de una poesía compleja por sencilla, la constitución, verso a verso, de una atmósfera vital, a la vez personal y colectiva; como es el interés del poeta, como debe ser toda obra poética.

En el desarrollo del sentido está el secreto del verbo; en el afluente de la lengua está la fuerza y la magia; la palabra es más que sólo testimonio. En las palabras, dice Ak’abal, está cifrada la razón de su escritura: “creo que la palabra límpida nacida de la conciencia sí puede traer la salvación de nuestros pueblos, por una palabra llegó la vida, por una palabra puede llegar la muerte, pero por una palabra puede llegar la salvación de la humanidad.”





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