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Lotería, Nati Rigoni

LOTERÍA
Nati Rigonni
Fondo
Editorial
Tierra Adentro,
México, 2005

Por Jair Javier
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“Ya ha comenzado y todo remite aquí, cita, repercute, propaga su ritmo sin medida.”, apunta Jacques Derrida acerca de la filosofía y sus márgenes. Tomo la referencia para acercarme a la poética de Nati Rigonni, pues hay en ella un juego con el aquí que se desplaza por un salón que va llenando con imágenes evocativas de su ser mujer, poeta y canto: ritmo que se afirma en la tierra y la experiencia. Un juego donde es constante la presencia del cuerpo, propio y del otro -que serán el tiempo, el día y la noche abiertos en sus particulares circunstancias (por el sexo o la muerte, en la lluvia y la sangre, la risa o el sueño, por el amor), los objetos, la naturaleza y los personajes vertidos para dar constancia de su hábitat.

“Canto de la niña escalera” es la primera parte de Lotería, en la cual la voz se alza, se rompe, se derrama para, después, tornar en juego y lanzarse placentera y gozosamente hacia el murmullo de “Lúdica”, la parte tercera y final. A través del poemario, Nati Rigonni va desmadejando  imágenes hasta caer en “El pájaro”, en “Los Mares”, en “Las Olas”:

Los sueños pueden traer marejadas de peces altivos, apacibles, jubilosos. No obstante, también crestas insolentes que azotan los sentidos con agua cargada de peces hinchados. Los sueños, esa lúdica existencia, latente en el vértice de la noche.

Ya en “El sol” las columnas que fue irguiendo a lo largo de su salón poético son firmes, contundentes; decisivos los inicios de cada canto, y nos adentran poco a poco, casi imperceptiblemente, hasta las escalinatas que hallamos en el cierre de cada poema. Desde “Imágenes al azar”, la sección intermedia del libro, Nati trabaja la poesía con entereza, arranca de las cartas signos personales que pretenden extender su espacio hasta el goce del lector. Aquí empiezan a surgir los escalones en el texto, que se hundirán en ese espacio del juego deslizante, voluptuoso, celebratorio o neurótico.

Para Roland Barthes el texto no es isotrópico: resiste diferentemente según el lugar donde se clava, y las fisuras son imprevisibles. En Lotería esto se hace patente, pues a medida que habitamos ese salón vasto en “imaginarios del lenguaje” podemos recoger en los bordes su murmullo: “esa espuma que se forma bajo el efecto de la necesidad de escritura.” En este territorio, entonces, podemos elegir entre todas sus “pantallas visibles”, para seguir a Barthes, entre sus “seleccionadas sutilezas”, y reunirnos en la lectura al pie de sus esbeltas columnas o caer por los peldaños de sus murmurantes escaleras. Hay en su escritura lugar para escoger, y ésta es una libertad cautivante, un acto que prescinde de toda escaramuza o artificio.

“… Pero sigue siendo enteramente imprevisible: incisión conducida en un órgano por una mano ciega por no haber visto nunca más que una y otra parte de un tejido.” Continua Derrida. Así es Lotería: imprevisible mano ciega que nos desea, e incide en su cuerpo poético de canto.


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