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DE PÁJAROS RAÍCES EL DESEO |
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X
Mirad, hay un incendio en la luna, una brillantez de plata que perfuma todo el horizonte, oigan a la sombra como pasa presurosa con temor de ser interrogada.
El cúmulo de hojas que caen se marchita en el vaivén de las horas. Tengo en mis manos la semilla del hombre, una roca de ámbar satinado, un rayo de luz color de bronce. Y en mis ojos se desgrana pieza a pieza, la Historia de mis mayores. Tengo además, la virtud de inmolarme a voluntad, de ser fuego convertido en fuego. Soy la maquina que soñó un viejo italo asiduo a las bebidas y al ocio. De mí vienen todos los engranes que hacen funcionar el preciso mecanismo de los relojes en las grandes catedrales del mundo. Trimalción es el amo de mis movimientos y tengo por fe una broma que se empeñan en repetir los viejos que me siguen. Un dios mortífero mata al hijo de una diosa, a un hijo que había prometido cuidar, y no paga cosa alguna. Esa es mi religión, el culto a la traición y a la esperanza rota. Quién puede confiar en los dioses o en las maquinas. Los necios que somos todos, los cabeza dentro de la tierra. Ese es también el nombre de mi pueblo. Cabeza bajo tierra es como nos llaman aquellos que viven en el aire. Los que moran entre las llamas del fuego no tienen lengua que se exprese en sonidos. Su lengua se compone de gritos y muecas más grotescas que su contenido. Es verdad que no sabemos cómo nos llaman ellos. Seguramente será distinto del nombre que nos dan los que moran en el aire, esos gélidos cuerpos que se agitan a voluntad azarosa de un caprichoso viento. Tampoco conocemos la música que ilustra sus fornicios. Nada sabemos, somos aquellos que guardan los hombros, los brazos todos dentro de la tierra. Olvidaba la cabeza. Olvidaba el rostro, los grandes ojos que nos ciernen en la mirada de otro. Olvidaba también el sexo poderoso que nos comprime. Herida o asalto a la herida. No tenemos más variaciones que esas. No somos eternos ni caminamos erguidos con la mano en la cintura. Somos prudentes, tímidos del soplo divino. Pero mirad, volved todos la vista, hay un incendio en la luna.
ganaba un concurso en ciudad lejana por esas fechas; el oráculo le advirtió del paso por una pequeña aldea. Morirás si tu cuerpo descansa ahí sus fatigas. La fecha y el nombre del lugar no importan, son tantas las cosas que aquí son materia del viento.
Hesiodo rodeo el camino para evitar el tránsito por el lugar conjurado, y presto recibió su premio. Tal era la materia de su deseo, pero eso tampoco hoy importa.
que le aseguraba huir de su destino conforme a los hombres conviene. descansó su fatiga en otra aldea, en la casa de un tabernero que le dio posada. Había en ese lugar una mujer hermosa pero que era hija del anfitrión.
esa mujer y Hesiodo tuvieron tratos conforme a natura.
y espero que la promesa de la carne fuera ejecutada.
y partió a los pocos días; la familia del tabernero trató de alcanzar a Hesiodo en la huida.
la fatiga rindió a Hesiodo en ese lugar cuyo nombre no importa y que debía esquivar a toda costa, y le obligo a esconderse en un huerto mientras reponía fuerzas. Hesiodo no supo nunca el nombre de la aldea donde descansaba.
le alcanzo dio muerte y robó el merito y las monedas que el premio aseguraban a Hesiodo.
la leyenda y su epitafio fueron transmitidos hasta nuestros oídos. Eso es lo que importa, eso y la importancia de nunca recoger los premios que nuestras obras consigan y que sin duda pertenecen a la familia del tabernero que nos dio posada o son tal vez
materia del viento. déjalo que suceda en su amarga lucidez de polvo.
fluidos que se esconden entre los párpados.
y esta roca, en su callada acción perpetua.
como los pájaros que se baten negros en el horizonte.
pidiendo silencio a su goteante mudez.
ni las huellas que deja entre las manos.
en el vicio inútil de la carne. Ver reseña del libro |
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