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portada-proximo-mundo.jpg En el próximo mundo
Mario Campaña
Editorial Candaya,
Barcelona, 2011.    


Reseña de Jorge Aulicino


Reseña de Eduardo Milán

 
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No. 43 / Octubre 2011

 


Eduardo Milán


Es curioso que un poeta nacido a los finales de la década de los 50 (la última década en tener relación con la memoria poética inmediata y mediata) cultive algo como lo que se llamaba hace cincuenta años con el nombre de una voz. Esa voz correspondía a otro desplazamiento, el tono. Unidos voz y tono darían algo así como una expresión personal, la manera de distinguirse del grueso de los poetas, del montón, no tanto por una visión del mundo sino por una manera de decir. Esto es indudable en Mario Campaña, nacido en 1959, y adelanto: un poeta moderno antes de la crisis de la modernidad. La voz es distanciada y a veces sombría. El tono poco esperanzador. Sin embargo, si uno se detiene en ese título ambiguo, en ese adjetivo, en sus dos sentidos, “próximo”, uno que acerca y otro que remite a una continuidad de mundo, por lo tanto, a una esperanza de mundo, más allá incluso de una metafísica y más acá de un deseo  −la “proximidad” no es un “más allá”− se da cuenta que lo que tiene la escritura de Campaña es algo radicalmente fiel a este mundo. Casi un registro si el concepto no quedara corto para una poesía excepcionalmente trabajada, con algo de un saber extraño y ritual. La certeza que imprime Campaña a sus textos dan la sensación de una naturalidad del decir −y no hay decires naturales− donde todo desborde escritural se clausura en la mesura, toda hybris parece controlada. Mario Campaña nunca pierde el verso. Aun en los poemas donde parece que va a experimentar −los poemas que remiten a una retórica del presente de escritura, al aquí de la escritura, son controlados. ¿Qué ocurre en esa escritura? Su lleno sereno, su sentido apenas sonriente cuando puede alcanzar el júbilo, hablan de un tratamiento de la forma que reconduce al lector a una estabilidad perdida. Es una clase de estabilidad en tiempos caóticos. Y si el mundo en la escritura poética se pudiera realmente aprehender −en un sentido etimológico de “hacerse de” el mundo está perdido− se diría que ese mundo está en la escritura de Campaña. Hay ahí una visión del mundo desde las cosas mínimas −ese estremecedor poema del gallo Baldomero, el amor y algo importante: la visión tan clásica, tan de siempre pero que hasta ahora no había visto en la actualidad poética formulada desde adentro del poema como experiencia: el tema del tiempo como agente devastador. Uno piensa en los grandes poemas posteriores a la vanguardia europea −Eliot, sobre todo−, pero Campaña es indudablemente latinoamericano. Eliot trabaja la filosofía de la teología y la conmoción, el mundo es un dato consumado, nada hay que hacer, salvo en la boda mística, me refiero a Four Quartets; Campaña trabaja a estremecimiento y cotidianidad. Hay cosas en la escritura de Campaña y amor por las cosas. Me detengo en las cosas. Algo que me llamó poderosamente la atención en esta escritura es el respeto por las cosas −lo cual devendría de un respeto por el mundo, lo cual devendría de un respeto por la palabra, lo cual devendría de un respeto por la religión. Pero ese ejercicio derivante iba a llevar a un concepto de la poesía como afirmación. Y si hay una concepción poética afirmativa en esta escritura de Campaña es una afirmación a posteriori, luego de los rituales de pasaje que Campaña mismo se impone, lo que puede confundirse con un valor metafísico-religioso, que no creo que esté presente. Una escritura seca, controlada, de una distante cercanía valga el oxímoron, entrega su último sentido indirectamente.

Hay un proceso interno en esta escritura de Campaña que quiero mencionar. Decía de la modernidad de Campaña, no en un sentido obvio: “un poeta de su época”, de su eón, de su tiempo, la modernidad −o la postmodernidad que le sucedería. No. Me refiero a un estricto sentido estético del término, a una modernidad decimonónica, a un sentido baudelairiano −de Baudelaire, sobre quien Campaña escribió un libro− esa tensión señalada por Baudelaire entre el pasado como una suerte de referencia o anclaje de la mirada y el concepto y el vértigo de lo desconocido, del futuro. Ambos atraen al poeta moderno y el poeta moderno es esa tensión. Y me parece de extrema importancia que en una época de olvido matizada con recuperaciones irresponsables y aleatorias aquí y allá, de escenarios históricos que son mentalidades de la más variada índole −en un altísimo caso podría ser “el tiempo en el que todos los tiempos están presentes”, que dice Dante, pero más parece la danza de la confusión, y el desencanto haciendo pareja de huahuancó−, Campaña traiga a escena en un libro el proceso derivante de la modernidad poética, desde su planteo crítico a la tradición, recomponiéndola como puede, entre Baudelaire, y sus herederos −que se diseminan como hormigas a un golpe de hormiguero. Y lo que la sigue en el siglo XX. Se trata de una recomposición no escenográfica  sino sensible, con una aguda conciencia de lo que no hay en la poesía actual− un poeta fácil empezaría a hablar, sin ser Walter Benjamin, de las calles de Paris bohemio con café incluido y toda la suma de dandis de cuerpo ocioso y espíritu inquieto. Campaña recompone un clima interno: es un poeta moderno que se niega a abandonar la interioridad. Su tono es extremadamente lírico en el sentido de subjetividad proyectada sobre el mundo pero también de reserva, de acotamiento −de ahí su negación a la desmesura. Esto se da de una manera muy marcada en los primeros textos. En adelante el exterior comienza a penetrar

quien quiera levantar la mano
o elevar la voz
que antes alce la vista al cielo
y se conforme con las nubes
con la franja plateada
que ennoblece el horizonte
por su parte más baja

El cambio de dicción se produce cuando aparece el afuera y se ofrece en su esplendor. El discurso poético lírico-especulativo cesa y se incorpora una dicción más coloquializada: aquí se está ya en la proximidad de lo concreto, de la acción posible sobre el mundo, no de la reflexión que dejaba intacta las cosas. Pese a eso, una estética de lo sublime poético no se abandona:

no es el canto lo que cuenta sino lo que origina su Hermosura

En el poema N.9 el ámbito creado es otro desde la escritura misma: un texto en prosa que recuerda, en el tiempo pasado que a veces la escritura de Rimbaud permitía, el recuerdo como marca de lo personal −se diría que en la poesía actual no hay marca de lo personal porque no hay recuerdo, no hay experiencia, la vivencia se generaliza, se funde en lo común −pero tampoco hay comunidad de valores y esto vuelve a estar en juego−: ya nadie dice “me tiraba al suelo”. Lo que quiero resaltar es que todavía en la poesía de Campaña hay un fuerte sentido de la identidad personal. Curioso nuevamente: aunque la poesía es abandono momentáneo de la identidad en la tradición europea del Oeste −los románticos ingleses, John Keats− que cala en la poesía latinoamericana −no en la tradición norteamericana donde se insiste en la identidad personal y el yo poético y el yo autoral reiteran su intento de fundirse, salvo, precisamente, por la tenacidad reformista puesta en la idea de construcción, como en el caso de Poe, a quien Campaña también integra en un poema−, aunque ese es el devenir de pérdida, Campaña sostiene en este libro una fuerte identidad de dicción.

En el poema 11 parece restablecerse la estabilidad reflexiva hasta el final del texto donde un verso, un sintagma “loco” se diría para el contexto −“loco” como irrupción del afuera, como presencia emergente de un afuera que hace ruido en la armonía interna y señala la felicidad del poema, su imprevisible, dice literalmente:

Masca la cachimba, bien, la vida, es.

La poesía de Mario Campaña manifiesta una fase de recuperación que integra la dimensión estética, la mesura estricta dada por el ritmo infalible, la cuestión del valor como categoría moralmente activa en medio de un hoy caótico y disperso donde en términos generales ganó la indiferencia aliada al cinismo. Los mecanismos que utiliza son propios de la reflexión sobre el mundo y su estado de cosas percibidos desde sensibilidades cambiantes. La mirada poética es rotativa. Hay una apropiación en Campaña de procedimientos diversos de aproximación al fenómeno poético usados con rigor fuera de tiempo, desde lo estrictamente mimético de una reflexión sobre el poema de carácter heideggeriano, por ejemplo −para Campaña el poeta no ha dejado de ser ese caído de la escucha de los dioses que no están, un caído de la ausencia que ha convertido la no casa del mundo en casa de la palabra− hasta su incursión a plena concretud en un presente al que toma también con pinzas aunque no escamotea cosas y, a medida en que avanza la escritura, las cosas del mundo van entrando al poema. Campaña tiene el don clásico de la distancia, del uso del tiempo como película de mediación para mirar el mundo. Otra cosa sucede cuando ese yo actúa sobre el mundo, se involucra en el suceso y lo resuelve no sólo lírica sino utópicamente. La mirada al mundo es la misma. Pero ha ocurrido un efecto de reversión dado por la paulatina entrada de las cosas, de las cosas-mundo, al poema. El precio último de la apertura de Campaña al mundo es el poema que cierra el mundo, poema utópico por excelencia: El próximo mundo.




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