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portada-canto-y-contracanto.jpg Canto y contracanto
Jorge Arbeleche
Editorial Nido de Cuervos
(Colección El junco susurrante),
Lima, 2011.

Por Rafael Coutoisie
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No. 46 / Febrero 2012

 

Jorge Arbeleche: síntesis dialéctica
Por Rafael Courtoisie

El discurso poético de Jorge Arbeleche es, desde su primer e impactante libro, Sangre de la luz, de una insólita coherencia que, sin embargo, va desplegando un universo de diferencias cada vez mayores, cada vez más sorprendentes, cada vez más significativas, cada vez más osadas, más atrevidas, más valientes.

Estas diferencias, en Canto y contracanto, se constituyen mucho más allá de un muestrario habilidoso de nuevas destrezas adquiridas, de aplicaciones renovadas en el oficio del decir, del registro de una trayectoria fuera de lo común en el género literario más alto y exigente.

El secreto de este crecimiento ordenado está en el proceso dialéctico con que Arbeleche construye su discurso, un proceso hegeliano pero antes, mucho antes, heracliteano, consciente del tiempo, de su capacidad de destrucción pero de su enorme potencia germinativa, del despliegue inmenso —en el acotado intervalo de una vida humana— de su superficie constructiva: la cotidianidad desgasta y la cotidianidad construye, cada pérdida es posibilidad de elegía, de canto o llanto por lo perdido, por lo irreparable, pero también posibilidad de resignificar el duelo hacia la construcción vital, festiva, celebratoria.

El canto es siempre posibilidad de nacimiento.

La clave dialéctica se despliega con sinceridad y evidencia desde el mismo título elegido para esta antología: Canto y contracanto.

“Canto” como celebración del milagro existencial, “contracanto” como posibilidad de imprecación y negación, como patentización de la cara oscura de ese milagro.

“Canto” como propuesta inicial solar, acción pura y positiva de la poiesis; “contracanto” como reflexión, potenciación o curvatura del discurso sobre sí mismo para crear otra realidad, esa “realidad dicha” que es, a su peculiar modo, otra clase de celebración, menos ingenua, más honda, la celebración alta del pensamiento, la celebración por medio del lenguaje que es la única que humaniza y concede al ser vivo el estatuto estético como un estatuto ético, que funde ambos niveles lógicos en un solo nivel ontológico.

La dialéctica resuelve tesis y antítesis en síntesis: Arbeleche propone esta antología como una síntesis que realizará el lector.

El Lector Ideal, como ente definido en la Teoría Literaria y el Lector Real, cada uno de los posibles, únicos, insustituibles lectores reales que no solamente escapan o ignoran con olímpica felicidad la Teoría Literaria, sino el hombre y la mujer de carne, hueso y alma, cada hombre, cada mujer, cada ser humano que se acerca a esta absoluta y nueva propuesta de lectura para considerar y profundizar en un conjunto o en un fragmento de su oferta como quien se alimenta de un trozo de pan bueno, delicioso y fresco para siempre.

La reunión de textos de Canto y contracanto está concebida no como una antología académica en el sentido “museístico” del término, no como una suma metódica, de carácter biográfico o histórico testimonial, sino como una propuesta filosóficamente dialéctica que solamente resolverá cada lector en su síntesis, con libertad absoluta, en su acercamiento personal e íntimo a este material ordenado en forma inteligente y nutricia.

El erudito Umberto Eco habla, entre otros en su libro Lector in fábula, del concepto de “cooperación interpretativa del lector”. Este concepto no es del todo original de Eco, lo toma de los hermanos brasileños de Campos que a su vez lo toman de tradiciones medievales resignificadas en el Renacimiento: cada obra se completa en el lector, por el lector, a través del lector, pero la cooperación interpretativa se activa de diversos modos mediante la intervención autoral.

Una intervención consciente activa de un modo consciente y amplio esa cooperación.

La confección de una antología, su ordenamiento, el recurso de estilo de la supresión y de la selección, la titulación en sí misma, son propuestas y claves que plantean insoslayables horizontes de expectativas que el lector habrá de aprovechar.

Del concepto primario, festivo, celebratorio de “canto” se va de inmediato, mediante la copulativa “y”, que no significa mera suma, al concepto de “contracanto” cuyo plano semántico transporta lenguaje (y su referente complementario por oposición: silencio), cuyo plano semántico refiere a un rol ineludible para la poesía del siglo XXI, para la poesía del tercer milenio: reflexión, vuelta del lenguaje sobre sí mismo, concepción de la poesía como pensamiento, sencilla, brillantemente.

“Canto” como fiesta de la cotidianeidad, “contracanto” como una trascendencia rebelde de esa fiesta entendida como mero ejercicio reiterativo, huero, litúrgico.

“Canto” como condición primitiva, exultante y exaltante, y “contracanto” como llamado a silencio interior, significante, profundizador, como recogimiento fecundo, como un decir de un orden más hondo que sucede al primer “decir” de la alegría, que se constituye en otra alegría, también física, pero además metafísica, con toda la sugerencia contradictoria y fecunda que liga ambos términos en la historia de la filosofía que no es otra cosa que, bien mirada, una historia de la poesía.

“Canto” como copla machadiana, popular, canto como concreción rítmica, sonora, nemotécnica, “canto” como alusión directa a la exteriorización y a la fiebre positiva y colectiva de la ceremonia, a la necesidad de reunión en multitud.

“Contracanto” como alusión a la meditación mediante la profundización en cada palabra, en el ejercicio del lenguaje con su humanidad y su dolor a cuestas; “contracanto” como posibilidad de diferenciación, de individuación; “contracanto” con su posibilidad de aislamiento asertivo, por un momento, de distanciamiento hábil y creativo de la masa hablante, como suspensión, al menos momentánea, del contrato no rousseauniano sino saussureano colectivo; “contracanto” como ensimismamiento, como esencia de una mismidad que solamente en Paul Celan o en el dolor desgarrado de Juana de Ibarbourou en ciertos textos de sus últimas épocas se alcanza, se atisba como un padecer necesario, pues es un ser en el lenguaje que, por más oscuro o lacerante que parezca, borra toda posibilidad de dolor, libera al yo lírico y al yo lector, al dicente, libera a los otros en el milagro único de ser dicho.

Jorge Arbeleche es un poeta claro y distinto de Iberoamérica.

El adjetivo “claro” no debe confundir al lector: su ser dialéctico reclama, aquí y allá, en ocasiones, la presencia fresca, física y profunda del misterio de la noche.

Ése es su modo creador de ser claro.

El adjetivo “distinto” no debe hacer pensar en la construcción de una individualidad de espaldas del grupo, de la comunidad de la lengua, de la tradición.

Arbeleche es distinto precisamente porque conoce, porque sabe, porque ha transitado y ha vivido los caminos de la literatura que son los caminos de una ineludible intertextualidad.

Poeta culto, como Lorca, ha ido, sin embargo, inevitablemente, hacia las masas.

Instinto, carnalidad de espíritu, indisolubilidad de cuerpo y alma lo han llevado a su modo particular en que desarrolla su ser, su decir.

Es distinto porque puede hacer sentir a cada lector como igual. Tal su grandeza.

Esta antología es un ejercicio dialéctico que reúne cinco estadios: Thánatos, Eros, Poiesis, Logos, Caritas, en una actualización formulada con conciencia crítica que a su vez es conciencia sensible, tiene en cuenta el goce del lector en el viaje por el libro pero también el proceso intelectual y hasta físico que ese lector tendrá al internarse por las vías abiertas en cada fibra, en cada corriente complementaria de esta propuesta dialéctica enjundiosa.

Por algo el libro propone hacia su final una relectura de “El bosque de las cosas”, poema que nos prepara para situarnos otra vez, de lleno, en el mundo nouménico, pero ahora, después del proceso de construcción de un episteme poético, con una certeza detrás de la palabra:

Porque nunca vuelven las cosas a su sitio.
Alguna vez -alguna- forman un círculo
el círculo del bosque. Y desafiando
la ley de gravedad un chorro de agua
se eleva se sostiene y canta. Es una fuente
un surtidor oculto una vertiente un río.
O acaso nada más un caño roto.
Aquí
la nombro fuente
pues necesito soñar el manantial.

El vuelo de la torcaz borda la siesta.

Con hilo delicado
al tejido del bosque va hilvanando
el tiempo y el espacio de las cosas.

Velan su reposo los cirios encendidos
-sin principio ni fin-
en el regado sosegado de su Gracia.

La reunión dialéctica de la antología finaliza así un proceso que se reabre de inmediato en el lector, en su ciencia, en su conciencia, en el saber de su sentir: quedan abolidos los límites del canto, se escucha el deseo del objeto.

El objeto aparece en el decir.

 


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