Parachoques 


El poema como circulación. De Thomas Tranströmer a la poesía sueca
(Primera entrega)

Pedro Serrano

I

DE TOMAS TRANSTRÖMER A LA POESÍA SUECA

parachoques-50.jpgLas vías y circuitos de la poesía no siguen nunca una dirección única. Están hechas de atajos, vasos comunicantes, islas a deriva, diablitos colgados para robar la luz, embotellamientos fulgurantes y atascos infinitos, pozos y posos en donde es difícil distinguir una cosa de la otra, cimas y simas desde las que confundimos glorias con inframundos y en las que escarbamos cienos y cielos. Pero a veces todas estás confusas líneas, parecidas a un cablerío enredado de timbres indistintos o a una encrucijada tan inextricable y espinosa como un huizachal apuntan, pareciera que por azar, sus baterías al unísono hacia un mismo foco. Entonces una parte del terreno en la que antes apenas habíamos fijado los ojos se ilumina, y aparece ese locus, irregular y necesario, que viene a juntar los vientos de tantas corrientes aparentemente amorfas. La poesía está y radica y palpita en un tejido continuo y tornasolado de lenguas y de siglos, pero de ella conocemos casi siempre sólo esas lagunas incomunicadas, como cenotes que hubieran estado ahí desde siempre, que nos pertenecieran siempre y de los que siempre hubiéramos abrevado, sin despertar en nosotros la curiosidad por saber más de sus recorridos y de sus afluentes, ahítos ante su repentina aparición. Sólo con un renovado esfuerzo aceptamos que esa poesía de otros países y otras lenguas ha seguido un camino tortuoso para llegar a la nuestra, y que el poema que leemos en español se inventó en realidad en latín o en árabe. Algo de esto podemos vislumbrar casi en cualquier poema, y corroborar en él como si fuera un espejo mágico, las mareas traídas por Robert Curtius y su Literatura  europea y edad media latina, por dar un ejemplo. Y si hemos tenido el privilegio o hemos hecho el esfuerzo de conocer una segunda lengua, en el caso de que el poema original  ante el que estamos fuera por ejemplo escrito en sueco, y tengamos ante nosotros dos versiones en idiomas distintos del mismo poema, al pasar de una a otra lo más probable es que no percibamos el cambio, como si lo leyéramos de nuevo, como si ese pálpito en realidad tan distinto fuera indistinguible, y eso además, recordemos, sin siquiera conocer un original que nos es substancial y a la vez rotundamente ajeno. Esto es lo que me ha pasado a mí con la lectura de un poema de Tomas Tranströmer leído en español y en inglés, como si al entrar en su blancura se vislumbrara un espectáculo inmenso antes desconocido, y en esa gruta incipientemente vista se abrieran ante mí muchas venas nuevas.

No. 50 / Junio-julio 2012

 

Parachoques 


El poema como circulación. De Thomas Tranströmer a la poesía sueca
(Primera entrega)

Pedro Serrano


Magnus William-Olsson, Una ciudad sin muros. Poesía escogida 1989- 2011. Traducción y prólogo de Ángela Inés García, edición bilingüe, Libros del Aire, Madrid 2012.

I

DE TOMAS TRANSTRÖMER A LA POESÍA SUECA

parachoques-50.jpgLas vías y circuitos de la poesía no siguen nunca una dirección única. Están hechas de atajos, vasos comunicantes, islas a deriva, diablitos colgados para robar la luz, embotellamientos fulgurantes y atascos infinitos, pozos y posos en donde es difícil distinguir una cosa de la otra, cimas y simas desde las que confundimos glorias con inframundos y en las que escarbamos cienos y cielos. Pero a veces todas estás confusas líneas, parecidas a un cablerío enredado de timbres indistintos o a una encrucijada tan inextricable y espinosa como un huizachal apuntan, pareciera que por azar, sus baterías al unísono hacia un mismo foco. Entonces una parte del terreno en la que antes apenas habíamos fijado los ojos se ilumina, y aparece ese locus, irregular y necesario, que viene a juntar los vientos de tantas corrientes aparentemente amorfas. La poesía está y radica y palpita en un tejido continuo y tornasolado de lenguas y de siglos, pero de ella conocemos casi siempre sólo esas lagunas incomunicadas, como cenotes que hubieran estado ahí desde siempre, que nos pertenecieran siempre y de los que siempre hubiéramos abrevado, sin despertar en nosotros la curiosidad por saber más de sus recorridos y de sus afluentes, ahítos ante su repentina aparición. Sólo con un renovado esfuerzo aceptamos que esa poesía de otros países y otras lenguas ha seguido un camino tortuoso para llegar a la nuestra, y que el poema que leemos en español se inventó en realidad en latín o en árabe. Algo de esto podemos vislumbrar casi en cualquier poema, y corroborar en él como si fuera un espejo mágico, las mareas traídas por Robert Curtius y su Literatura  europea y edad media latina, por dar un ejemplo. Y si hemos tenido el privilegio o hemos hecho el esfuerzo de conocer una segunda lengua, en el caso de que el poema original  ante el que estamos fuera por ejemplo escrito en sueco, y tengamos ante nosotros dos versiones en idiomas distintos del mismo poema, al pasar de una a otra lo más probable es que no percibamos el cambio, como si lo leyéramos de nuevo, como si ese pálpito en realidad tan distinto fuera indistinguible, y eso además, recordemos, sin siquiera conocer un original que nos es substancial y a la vez rotundamente ajeno. Esto es lo que me ha pasado a mí con la lectura de un poema de Tomas Tranströmer leído en español y en inglés, como si al entrar en su blancura se vislumbrara un espectáculo inmenso antes desconocido, y en esa gruta incipientemente vista se abrieran ante mí muchas venas nuevas.

En este caso, es decir el de la poesía sueca, el que Tomas Tranströmer haya obtenido el premio Nóbel ha hecho posible que por fin sepamos, ya que antes quizás ni siquiera supiéramos quién era, que es uno de los grandes poetas escribiendo. Y no porque en el ámbito del español nadie lo haya traducido hasta ahora. Traducido, estaba. Lo que es indiscutible que la difusión que le ha traído el Premio Nóbel hace además que podamos saber también, entre otras cosas, que varios músicos suecos han compuesto piezas para la mano izquierda, escritas especialmente para que sea él quien las toque. Y que la razón de esto no es porque fuera zurdo, de por sí una virtud que Quevedo rechazaba de modo brillante y soez, ni se debe tampoco a que Tranströmer sea un pianista de conocida fama internacional. La razón humilde, solidaria e ilustrativa es que hace algunos años le dio una embolia cerebral que lo dejó paralítico de medio lado. Saber esto, tan simple y a la vez tan inimaginable si no nos lo cuentan, puede dar alguna pista de la relación que hay en la cultura sueca entre las distintas artes, y ver desde ahí el horizonte de las nuestras. Porque si bien esta afección no tocó ni su capacidad racional ni la emocional, sí le ha hecho imposible viajar y, por supuesto, tocar el piano con ambas manos. Cuento esto porque la imagen que yo tengo de Tomas Tranströmer es la de estar conversando con su amigo Lasse Söderberg, los dos de pie, escuchando la lectura de poemas que en ese momento corría, junto a uno de los pasillos de un auditorio en Morelia durante el primer festival de poesía que hubo en México, a punto de salir al sol de Morelia y sentarse en un café de los portales, y me cuesta trabajo empalmarla con la actual, al piano, moviendo una mano por el teclado, medio cuerpo paralizado.

La anécdota que envuelve estas composiciones nos proporciona, además, cierta luz sobre las maneras y modos del mundo artístico en Suecia. Para entenderla en su cabalidad, pensemos si en nuestro medio cultural se podrían dar esas maneras suaves y generosas de amistad solidaria y de puentes entre distintas artes. A partir de ahí podemos indagar, además, en nosotros mismos, las resonancias que puede tener en otros ámbitos de esa cultura que quizás conozcamos, si hemos visto películas de Bergman, si hemos asistido a alguna representación de Strindberg o de Ibsen, si hemos escuchado algo de la música de Jan Garbarek. Este dato autobiográfico puede, además, estremecer incluso la lectura que quizás hemos hecho de “Soledad”, un poema suyo que tradujo Sergio Badilla Castillo y que se publicó en el Periódico de Poesía unos días después de que le dieran el Premio Nóbel. Lo transcribo completo, para leerlo desde ahí:

 

Aquí estuve a punto de morir una noche de febrero.
El auto patinó de costado en el suelo resbaladizo fuera
en el lado equivocado del camino. Los autos que venían -
sus lámparas – se acercaron demasiado.

Mi nombre, mis hijas, mi trabajo
se desencajaron y se quedaron en silencio atrás,
cada vez más lejos. Yo era anónimo
como un niño en el patio de recreo rodeado de enemigos.

El tráfico en dirección contraria tenía inmensas luces.
Me alumbraron mientras yo maniobraba y maniobraba
en un temor transparente que flotaba como clara de huevo.
Los segundos aumentaron – tuve lugar allí -
se hicieron tan enormes como edificios de hospital.

Casi uno podía quedarse
y respirar por un tiempo
antes de ser aplastado.

Luego surgió un amparo: un grano de arena salvador
o una ráfaga de viento. El auto partió
y se arrastró rápidamente a través del camino.
Un poste fue chocado y se quebró - un retumbo agudo –
Voló en la oscuridad.
Hasta que se aquietó. Me quedé sentado en sosiego
y vi cómo alguien vino a través de la borrasca de nieve
para ver qué fue de mí.

 

Este poema narra en primera persona la secuencia completa y vertiginosa de un accidente en coche en el que obviamente quien lo cuenta sobrevive —si no, no podría haber sido escrito en primera persona, o sí, pero estaríamos en otra categoría de escritura. Quien haya salido vivo de un accidente de ese tipo, o quien lo haya presenciado, sabrá con un escalofrío que su propia experiencia ha sido recuperada. El poema inicia en un “Aquí” que se aplica a tres momentos distintos: el de la escritura del poema, el del regreso al lugar del accidente y el del accidente propiamente dicho. Esta estrategia de partida hace que la lectura corra en tres tiempos de manera simultánea. Para entender esta simultaneidad, imaginemos que lo que estamos viendo es una instalación de videos en tres pantallas distintas. La primera pantalla muestra a Tranströmer en el momento de la escritura de su poema, la segunda lo presenta en el lugar del accidente describiendo lo que sucedió, y la tercera pantalla, finalmente, proyecta la secuencia del accidente en el mismo momento en que está sucediendo. Claro que para que esta proyección funcionara como lo hace el poema, tendríamos que tener por lo menos tres pantallas más, una en la que se viera el accidente desde el exterior, otra en la que se viera a Tränstromer adentro del coche, y otra en la que aparecieran las imágenes que se iban dando en su mente, según nos dice el poema, hasta el momento en que alguien se acerca al coche chocado “para ver qué fue de mí”. No sé qué se podría hacer para mostrar en sucesión los tiempos distorsionados que suceden en este poema, que suceden en la mente de un individuo cuando vive un accidente, independientemente de si salió o no salió ileso de él, que suceden en nosotros cuando lo leemos.

A mí me lleva además a leerlo como un poema en el que también se narra alegóricamente el tránsito también completo y vertiginoso de la experiencia vivida por quien sufre una embolia, un accidente vascular tan inesperado como un choque,  y que cambia dramáticamente la vida de un individuo de un momento a otro. A mí ha tocado en mi vida presenciar el acontecimiento y convivir con la convalecencia de dos accidentes de este tipo, primero con una de mis abuelas en un viaje a Chilapa, a punto ella de subirse a una pickup, y después con una tía en su casa en Madrid, arreglándose para salir a cenar. Los dos momentos, inesperados y súbitos, cambiaron totalmente no sólo el curso de ese día, sino la realidad completa, de ahí para adelante, de ambas. Este poema me ayuda a comprender lo que vivieron, y a acercarme de nuevo a ellas. Recuerdo por otro lado, y entiendo mejor ahora, lo indescriptible y pavoroso que pudo pasar por la mente de mi padre cuando en el temblor de 1985 me preguntó si estaba temblando y le contesté que no, con la pretensión boba y torpe de no asustarlo. Mi padre, que era médico y que en esos momentos se hallaba bajo la ducha, pensó que si no era un temblor lo que le estaba dando era una embolia. Una embolia, podemos ver ahora, es el reverso de un accidente automovilístico. Si el accidente sucede en nuestro interior, en nuestro cuerpo y en nuestra mente, pero de maneras separadas, ¿cómo describir su experiencia? Para narrar poéticamente ese vértigo de terror blanco que aparece de inmediato bifurcado en un cuerpo que reacciona y una mente que (se) observa, hay que ponerlo en una escena en la que el accidente en su exterior sea totalmente ajeno y el interior totalmente nuestro. El poema de Tranströmer sobre un accidente automovilístico, vemos ahora, sirve también para exponer la experiencia de una embolia, en donde pasa todo y a la vez casi nada. Esto no niega, por supuesto, que el poema narre la vivencia real de un accidente automovilístico. Es más, es posible que el propio Tranströmer nunca haya relacionado esas dos experiencias. Pero la “Soledad” de la que habla el título aplicada a la propia vida de Tranströmer se explica, se amplifica y llega a regiones que ni siquiera, explícitamente, se tocan en él, ya que lo que sucede en un individuo a partir del momento del accidente está triplemente bifurcado. Tanto al interior  como al exterior, así como en su proyección temporal, la experiencia de una embolia es atroz y desdoblada. Y se cuenta en su re-presentación como accidente automovilístico. El cual, por esos datos biográficos tan centrales para el poeta como ajenos al poema y azarosos en nuestra lectura, adquiere resonancias distintas, haciendo que rechinen en nuestros dientes y en la calle muchas otras imágenes, la más desconcertante de todas, pero quizás por ello más efectiva, es la del miedo como un pavor gelatinoso, en donde el coche, ya en manos de su propia inercia y envuelto en la experiencia personal, resbala hacia el choque como una clara de huevo al ser tragada.

La casualidad hizo que este poema apareciera casi simultáneamente en el Periódico de Poesía y en la New York Review of Books, en versión aquí del poeta británico Robin Robertson . Lo encontré y lo volví a leer, ahora en inglés, como repetición distinta de lo mismo. Transcribo ahora la versión de Robertson:

 

Solitude (I)

I was nearly killed here, one night in February.
My car shivered, and slewed sideways on the ice,
right across into the other lane. The slur of traffic
came at me with their lights.

My name, my girls, my job, all
slipped free and were left behind, smaller and smaller,
further and further away. I was nobody:
a boy in a playground, suddenly surrounded.

The headlights of the oncoming cars
bore down on me as I wrestled the wheel through a slick
of terror, clear and slippery as egg-white.
The seconds grew and grew—making more room for me—
stretching huge as hospitals.

I almost felt that I could rest
and take a breath
before the crash.

Then something caught: some helpful sand
or a well-timed gust of wind. The car
snapped out of it, swinging back across the road.
A signpost shot up and cracked, with a sharp clang,
spinning away in the darkness.

And it was still. I sat back in my seat belt
and watched someone tramp through the whirling snow
to see what was left of me.

 

parachoques-50-2.jpgLa aparición simultánea de un mismo poema en dos medios y dos lenguas distintas avisa de su posible importancia en el corpus de la obra de Tranströmer. Si bien es cierto que esta doble aparición es suficiente para enriquecer su lectura, subrayar la coincidencia puede servir para que esas líneas delgadísimas de comunicación que nos han permitido llegar hasta aquí se hagan más robustas, y para que los puentes de relación sean mayores. Cuando se dio la noticia de que había ganado el Nóbel, me sorprendió mucho que gente totalmente imbuida en la lectura de poesía no lo conocía, no sabía quién era y por supuesto no lo había leído. Creo que la razón hay que encontrarla respondiendo de atrás para adelante: no lo había leído porque está acostumbrada a leer poemas en español. Es un poco preocupante que gente cuya vida y horas giran en torno a la poesía, no sólo no lo hubiera leído sino que ni siquiera tuviera idea de quién es Tomas Tranströmer. A pesar de que está traducido. A pesar de que estuvo en México. Ese prejuicio acendrado que hace desconfiar de un poema en traducción provoca que ignoren, en el sentido de desconocer pero también de omitir, lo que escrito en otra lengua aparece en castellano. Me hace pensar, no que sean lectores desatentos, sino que sus canales de lectura llevan agua de un solo río y recorren un solo carril. No les vendría mal poner a remojar en otras aguas su propia lengua, es decir, leer poemas traducidos con la misma asiduidad que ponen en leer poemas escritos originalmente en español.

Y es que hay que decir que Tranströmer no es un poeta inédito en español. Ya antes apunté que estuvo en México en 1981, invitado al Primer Festival Internacional de Poesía, organizado en Morelia por Homero Aridjis y patrocinado por Cuauhtémoc Cárdenas. Ahí leyó poemas traducidos por el propio Aridjis y algunos de ellos fueron recogidos en una memoria que publicó Joaquín Mortiz, cuando esta editorial todavía estaba en manos de su fundador, Joaquín Diez Canedo, y no de una empresa como Planeta. Después de esa primera muestra, desde mediados de los años ochenta el poeta uruguayo Roberto Mascaró ha sido uno de los que más empeño han puesto en difundir su obra. Mascaró ha publicado diversas traducciones, primero en Uruguay y Argentina y posteriormente en España, donde la editorial Hiperión, sacó en 1992 Para vivos y muertos, y en Chile, donde LOM publicó Góndola fúnebre en el año 2000. Más recientemente, Nórdica, una editorial española que como su nombre indica está especializada en literatura escandinava,, a partir de 2010, antes de que le dieran el premio Nobel, había ya comenzado a publicar su obra completa en español. De modo que ya teníamos suficientes vías para entrar en su obra, sólo que quizás no las habíamos notado. Con Tranströmer, y de su mano, podemos entrarnos ahora en otras aguas y otros territorios.



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