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resena-vispera-de-fuego.jpg Víspera de fuego
Odette Alonso
Ediciones Intempestivas
México, 2011.

Por Einhorn López Aldana
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No. 73 / Octubre 2014



Con el olor a sal, la sensación a piel tostada por el sol, humedecida por la brisa del mar y el sudor que provoca el aire caribeño, contemplamos conmovidos a la vez que maravillados, los versos de una mujer apasionada que vive y atesora en el recuerdo las añoranzas de amores pasados. A través de una voz serena y nostálgica, pero cadenciosa y madura, recorremos, como llevados de la mano, los senderos y paisajes que se han quedado impregnados en la vivencia y en la poética de Odette Alonso (Cuba, 1964).

Viajes y caminos recorridos en varias ocasiones, paisajes que se repiten, atmósferas que remembran otras épocas. La isla, Cuba, es el escenario que enmarca la mayoría de los poemas. Los topoi más recurrentes en la poética de Alonso impregnan el aire que se respira. Existe una constante de momentos y ambientes de soledad y de tristeza, de desesperación: la noche, la lluvia que purifica y también la que arrasa con las huellas del pasado: tormentas, truenos; barrancos, calles vacías, naufragios, fantasmas, siluetas distorsionadas por la niebla, noviembre, la muerte. También hay historias de juventud, de vivencias en la isla y anécdotas cotidianas que muestran un rostro pasional y erótico. La voz poética juguetea
con sus interlocutoras, esas mujeres ficcionales (o no) a quienes les habla, les reclama, les relata, les recuerda acerca de un ayer en que se desbordó el sentimiento.

Aunque los motivos parecen ser repetitivos, estos se entrelazan y se van presentando de manera escanciada, de modo tal que todo el poemario muestra un rostro uniforme, que evoca la añoranza de momentos ocurridos en un espacio determinado en los que los elementos naturales ayudan a recrear, de manera vívida a la vez que recalcitrante, escenas
y retratos que la voz poética comparte con nosotros, sus cómplices. Subyace en los versos una comunión apacible y mimetizada con la naturaleza y el entorno geográfico; hay tanto paisajes bucólicos como tétricos e imponentes: el mar, el oleaje, la lluvia, el cielo, la noche,
la luna; el fango, el humo, el foso, la oscuridad, el vacío. Todos estos son elementos que se encuentran entre las líneas del poemario, y que generan en el lector la sensación de poder recrear, a manera de rompecabezas, escenarios íntimamente ligados a las emociones que la poeta transmite.

[…] Sentada frente al mar
al cobijo del viento que amansa el mediodía
garabatea letras
que nadie
en ningún tiempo
leerá.

[…] La niebla
Como un manto
Se espesa tras mis ojos.
La luna sube como un presentimiento.

Los poemas, en su mayoría, son una pincelada del erotismo que emana de las entrañas de nuestra protagonista. El poemario se vuelve la cajita de cartón debajo de la cama o el diario que se abre con llave y que celosamente se acostumbra mantener fuera del alcance de miradas ajenas. Dentro hay frases, versos, palabras, sentimientos que, si acaso, nos atreveríamos a compartir solo con la o las personas que inspiraron dichas expresiones del alma. Sin embargo, nuestra poeta deja la caja sobre la cama, pone la llave a la vista de todos, como quien tuviera la confianza suficiente en sí misma para permitir que echemos un vistazo a lo que significa disfrutar de la belleza del contacto entre dos cuerpos o el de su simple contemplación. Por medio de los versos podemos ver y sentir ojos, labios, manos, pechos, almas en comunión, dedos que rozan la piel, un corazón que late fuerte y que se detiene en espasmos. Pero no solo a esto tenemos acceso; somos testigos de la frustración, de la pérdida, de la nostalgia que provoca un amor no correspondido o arrebatado por los designios del destino; de la soledad que acompaña a la melancolía.

Víspera de fuego es poesía transparente, sensual, atrayente. Es sentir la pasión y el desamor. Es transportarse de un ambiente a otro y fundirse con las fuerzas de la naturaleza. Es experimentar verdadera empatía y sufrir la desolación y el exilio; es acompañar a la poeta
en su soledad y regocijarnos juntos en la melancolía por medio del arte poético que emerge de las llamas de un alma sensible pero sensata, y que va a perderse entre las sombras, que se oculta detrás del humo que el mismo fuego provoca.

Cuando las gotas empiezan a danzar sobre el tejado
y el agua se hace charcos en el patio
floto en la espera de tus ojos
abriendo ese portón
que separa a la ciudad de este domingo
sin la rabia ni la prisa ni la duda.
No necesito más que ese silencio
que salpica mi piel como alfileres
cuando el azul se asoma entre las nubes
y soy otra
y soy yo
y me vuelvo niña
un espejismo que palpita
sólo el humo.




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