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UNO
Te lo confieso a ti,
porque no te conozco ni me conoces.
A ti, que ignoras mi procedencia,
el mapa de mis rasgos faciales y el paso ligero
“de mis raíces sin rumbo”.
Cámara en mano, futuro en mente,
me interno por estos laboratorios
volcánicos y pantanosos,
dispuesto a disparar contra los muros
de un idioma que se resiste a quedarse quieto
entre los labios.
DOS
Llegar temprano a este país de amaneceres.
Aspirarlo antes de cuestionarlo.
Encuadrarlo antes de confundirlo.
Sus rostros dibujarán, sin límites,
mi cara de alma en pena fuera de foco.
Su atraso será mi adelanto.
Sus ruinas serán fortificaciones.
(Cuando la cámara Hansen regresa
de su vuelo de reconocimiento,
este país de amaneceres atardece).
SEIS
No entiendo lo que dicen.
Pero ellas entienden lo que digo.
Así puedo prenderlas con palabras,
colgarlas de algún cordón umbilical
para que sequen y las dejo elegir
su marco de madera, su más claro rincón
de casa polvorienta.
Son hembras dominantes, nacidas
para reinar sobre la noche
y para acostarse a la mitad del día.
Hierve la sangre en ellas.
Las fiebres son frecuentes si te abrazan.
TRECE
Le cuento a Scout, mientras arma su cámara:
―Yo únicamente soy el observador.
Aquel que mira, a través de párpados calizos,
un poblado sin esperanza ni espesura.
Pero insisto: yo únicamente soy el observador,
el del ojo mecánico,
el del cuarto donde hay milagros,
el del tripié carcomido por los años,
el que vive debajo de una piedra
desde donde todo se ve…
Scout, a señas, me indica que estoy loco.
Y se aleja con su Lancaster al hombro,
como si fuera una cruz.
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