{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/aline-petterson-tiempos-de-palomas.mp3{/mmp3ex} Tiempos de palomas
1
El hijo dibujaba -tarde a tarde- la silueta de las aves en su arrullo pueblerino de ciudad niña. Amor corona las testas en remanso, la comba del pecho, el pliegue de las alas y la vigilia nocturna.
Mudo canto de tela que la aguja nutría.
2 En los senderos adolescentes de los libros –entre collados y sotos -se despliegan historias de invencibles guerreros y doncellas cautivas. Mensajeras de amor -las aves- hieren los aires con su alada y ardiente caligrafía, mientras los ojos permanecen atados a las páginas.
3 Responde el agua al llamado ducal de los muros en la antigua república, y al ojo se yerguen -más ricos que el furor de los sueños- con sus rojos, sus ocres y sus cadmios. El sol dora la piel áurea de la cúpula, las calles espesas del agua permanecen insomnes. Manos y ojos se tocan en la eterna primera vez del deseo. El aire tiembla y el suelo en la plaza oscurece:
Un tropel de plumas hambrientas se acerca.
4 Se perfila la línea extensa de los montes. Nada hay que limite el vuelo a los ojos, al viaje constante del alma, a la vigilia del paisaje. Y sin embargo... En el pretil desvalido de mi ventana -del otro lado del vidrio- el tiempo ha cobrado cuerpo en el zureo agónico, el batir de alas, las gotas inmundas.
Invasión de palomas,
arrullo de la muerte.
{mmp3ex}www.archivopdp.unam.mx/media/aline-petterson-estofado.mp3{/mmp3ex}Estofado
¿Y cómo hablar del sencillo placer del tiempo que se dilata en la cóncava oscuridad del barro?
¿Y cómo del crepitar de la cazuela anundando fragancias y texturas al calor de su fiebre?
Suave borbotear de transparencias, matices, sabores, el espesarse lento de los jugos en la oquedad donde arde la vida que será transfigurada.
El blanco iridiscente en la cebolla, el manto de cobre que arrebuja a la zanahoria en su danza.
Y las negras esferas de pimienta, y la carne sellada al rojo vivo con adorno de laurel y de hinojo.
El humo se eleva por los aires, se cuela por la nariz palpitante. La boca se humedece, anticipa el deleite
que mi manos -cumplido su oficio- dejaron al tardo transcurrir de este tiempo de fuego.
En torno al viejo encino de la mesa, yo y mi madre y mis hijos y sus hijos en sosiego esperamos.
Pero mi hambre es tan agónica y tan ávida la sed que mientras arda la vida, mientras aliente su fuego
jamás podrán saciarse.
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