José Ángel Leyva ha realizado durante años una labor comprometida y compleja para la cultura literaria del país, de Latinoamérica y del mundo. Su obra como editor, poeta y difusor cultural promete ser interminable. Ahora, 11 años después de publicar Alforja, ha decidido emprender un nuevo proyecto con La Otra, revista de literatura, arte, poesía.
Tomamos un café en la Gandhi, para recrear los buenos tiempos de uno de los últimos reductos de tertulia que quedaban en esta ciudad, una tarde de viernes, de estos inexplicablemente fríos.
En el útlimo texto que publicaste en la gaceta virtual de La Otra dices: “Dejar de hacer para ocuparse”, ¿de qué se ocupa José Ángel Leyva en materia de poesía?
Bueno, yo me ocupo en difundirla, y en adquirir un compromiso conmigo mismo y con la sociedad al promover la lectura. Para mí es una preocupación fundamental, además de escribir; pero tengo la convicción, como muchos otros escritores, de que el escritor debe ser lector. No puedo concebir a un escritor que no sea un buen lector. Y si los hay, escritores-malos-lectores, seguramente serán malos escritores. La regla es ‘Grandes lectores-grandes escritores’. Y este país necesita de grandes lectores.
Yo siempre hago un juego que dice ‘el lector es elector’; concibo la lectura como un juego de toma de decisiones, un lector es alguien que aprende a tomar decisiones y que conforme madura como ciudadano, como persona, como individuo, al madurar como lector es una persona que necesita más y más; una persona insatisfecha.
Cuando hablo del placer (de leer) no estoy pensando en el placer intelectual, pienso en el placer intelectual pero pienso más que nada, en esa parte de la necesidad, del requerimiento espiritual e intelectual que muchas veces nos hace sufrir. La lectura está ligada al sufrimiento y no solamente al placer. No todas las lecturas son placenteras, hay lecturas desagradables, en el sentido de que nos hacen sufrir, nos torturan; no obstante, son lecturas que nos pueden dejar marcas profundas en nuestras maneras de sentir y ver el mundo. Esta es una preocupación, por eso el hacer revistas, el hacer un trabajo editorial. Creo que ese es el fundamento de mi escritura. Yo podría solamente dedicarme a escribir, pero cada quien atiende a su propia naturaleza y ésta es la mía.
Una de tus preocupaciones fundamentales (justamente) es la del diálogo, juegas en todas las posiciones de la cadena que implica ser escritor, generador de textos, editor, lector, etc. ¿Cuál es el papel del poeta con respecto al resto de tus ‘personajes’?
Pienso que el poeta es un ser insatisfecho (hablo por mí, y también por mi percepción de los grandes poetas que he leído). Somos seres muy ligados a las profundidades humanas, al conocimiento, a la conciencia, a la percepción del dolor y de la alegría y el gozo. En esa medida creo que uno está en un permanente diálogo con uno mismo. Como decía Machado, con ese hombre que siempre va conmigo. Para mí, la poesía es dialógica. Es ese diálogo con sí mismo y con una comunidad que lo acompaña a uno a todas partes. Por eso, cuando dicen que la poesía tendría que ser anónima, me parece injusto, porque el pensar en un lector posible y borrarse uno mismo, me es traicionar a la propia poesía. Uno tiene que asumir que es el autor de esas cosas que hace, y tiene que mostrarse como tal. La poesía por otro lado, conlleva un acto de desnudez total, entonces, aquel que se desnuda y se oculta a la vez, está contradiciendo ese trato de revelación y desnudez.
¿Cuál es la parte que más disfrutas y la que más te atormenta de todo este trabajo?
La que más disfruto es la lectura y la escritura; la que más me atormenta es el no encontrar el tiempo adecuado para realizar los sueños. El tiempo se me escurre de las manos de manera dramática. Me aterra y me gusta ver que no hay espacio, lugar para el aburrimiento. El aburrimiento es algo que yo conocí profundamente en mi adolescencia y que una vez que me asumí como lector y como escritor, no he vuelto a conocer.
¿Cuál es el lector ideal, el que habla o el que guarda silencio?
Creo que el que guarda silencio. Me parece que la lectura más profunda es la que se hace en silencio. Pero no desprecio tampoco la lectura en voz alta. De hecho, la poesía me parece que tiene también la oportunidad y el disfrute de la lectura en voz alta. La lectura en silencio le permite a uno acceder a profundidades y a niveles que la otra no permite. La relación con el sonido nos lleva más hacia el placer que a la reflexión.
Este lector que habla, ¿toma la posición del crítico?
Insisto en el lector que escribe y que guarda silencio. Quizás la elocuencia no sea una virtud de todos los escritores. Hay escritores que son parcos, casi mudos. Ejemplos hay muchísimos, puedes encontrar desde un Juan Rulfo que es el hermetismo total (al menos es la imagen que tenemos de él) frente a la locuacidad de un Arreola, muy histriónico y un maestro del habla. No riñe una cosa con la otra pero el escribir no obliga a hablar. Creo que el acto de escribir tiene un mayor rigor y una mayor profundidad a la larga, es decir, se está apostando en el tiempo, y el que habla, habla en la inmediatez pero no trasciende.
Siento que hay un problema, una paradoja, en esta comunidad de lectores que conforma la gente que nos dedicamos a la poesía: somos una comunidad que al jugar todas las posiciones, posibilita su propia corrupción, de la que nos quejamos tanto en México; vicios, grupos, preferencias, amiguismos, etc. ¿Cómo hacer crecer esta comunidad sin seguir en la mismo?
En la medida en que se fomente la lectura y se vea como un acto honorable, que nos enaltece. No todo mundo tiene que ser escritor profesional. Creo que todo buen lector es buen escritor, en la práctica y en lo cotidiano, pero no necesariamente tenemos que ser escritores profesionales.
La lectura hace, por otro lado, que se dignifique el oficio de la escritura. El que haya más lectores significa que habrá más consumidores de libros, y que los escritores profesionales vivan dignamente de su trabajo. Quien le apueste a vivir dignamente de la escritura, tendrá la conciencia de que no se va a morir de hambre, porque hay un público que está esperando productos de calidad. Por consiguiente, al haber una comunidad amplia de lectores, habrá también una comunidad profesional y comprometida de críticos que sean esa criba, ese cedazo de la escritura y por tanto, las editoriales serán mucho más exigentes. De tal manera que el mercado cribaría en términos de calidad. Yo creo que nosotros nos regimos más por el best seller o por una cultura Televisa que nos estandariza y que nos vuelve banales, incapaces de exigir, incapaces de ser selectivos.
Te preocupan la crisis y la indolencia, y sin embargo, tienes por ahí una frase que dice “la sabiduría está allí”, ¿dónde?
Yo creo que la sabiduría está en la calle, en la gente, en el hombre que sabe convivir, que sabe callar o alzar la voz en el momento adecuado; por eso yo creo que no siempre los poetas son los abanderados de la sabiduría. Los poetas son ciudadanos con todos los vicios y no siempre son los mejores ciudadanos. Un buen ciudadano es un hombre que se respeta a sí mismo y respeta a su comunidad. La sabiduría no está siempre en el conocimiento, en la ciencia, está en el sentido común; en el hombre bien educado, de buena estirpe, de buena raíz, que ha sido formado en su familia con valores, con principios. Personas íntegras que saben lo que es la dignidad, que saben lo que es el respeto a los demás; personas que son capaces también de lo que es la rebelión o quienes saben darse de baja cuando hay que darse de baja. Cuando uno ya no es capaz y no es necesario hacer trampas. Cada quien ocupa su sitio y habrá una justicia social, no de las instituciones sino de la propia gente, que le dé su sitio.
La sabiduría está en las calles y la poesía está en las calles, sobre las banquetas donde la gente ya no puede caminar porque están los autos. Está en los parques donde los ancianos ya no pueden ir a conversar porque están ocupados por los vendedores ambulantes y la pobreza. Está en los espacios donde los niños juegan y van a hacer deportes pero tampoco pueden ahora. Es decir, la sabiduría es algo que se nos está yendo de las manos en ciudades como éstas donde no hay tiempo para pensar, donde no hay tiempo para estar con uno mismo.
Y el poeta, ¿cómo se hace poeta? ¿Cómo lo reconoces? ¿Qué tiene que tener?
Es una pregunta muy difícil. Es una pregunta que me sigo haciendo, ¿cuándo uno se hace poeta? Yo te puedo responder por mi propio caso. Creo que hago poesía o me asumo como poeta en contra de mi propia decisión. Yo había decidido no ser poeta y había decidió ser médico, ser siquiatra, y no obstante ganó el poeta. Abandoné la medicina, la abandoné entre muchas otras cosas para dedicarme a algo para lo cual yo no me había preparado y para lo cual no me siento todavía preparado. Porque creo que en este campo uno no termina de estar preparado. Pero más que una vocación es un anhelo de una forma de vida, un anhelo de pensar el mundo, de concebir el mundo, y no siempre uno es congruente con esa idea que se tiene del mundo. Con los sueños o con esa necesidad de expresión y de comunicación que quizás en lo cotidiano, en la práctica, se esté traicionando todos los días y, no obstante, ser un gran escritor. Ahí hay un pequeño matiz: uno puede encontrar un gran escritor, pero que no sea un gran poeta; y hay poetas que quizás no sean los grandes escritores, es decir, no sean los premios Nóbel, no sean los de los reconocimientos, pero son esos poetas menores, que vamos viendo crecer con el tiempo, en su singularidad y en su medio. Veo mucho esa relación entre el acto de vida y el acto de escritura, pero esa es mi visión. Reconocemos más a los grandes poetas por su capacidad de escribir que por su capacidad de vivir y dejar vivir.
¿El escritor sería este profesional de la letra?
Yo creo que sí. Ser poeta tiene un lugar dentro de la sociedad, hay un prestigio en ser poeta. En los años sesenta, en la etapa en que yo conocí a los poetas del pueblo, en Durango, era como la visión de una persona un tanto periférica, no era tan prestigioso ser poeta. Ahora conlleva muchas cosas: becas, premios, reconocimientos. En esa época yo veía al poeta como un ser marginal, como una persona aislada de ciertos patrones, de ciertos valores, pero ahora el poeta está más metido en las conductas sociales, exigencias, normas que establece un status quo que nos va moldeando; somos quizás menos rebeldes. Quizá por eso tampoco esperemos muchas rupturas ni emergencias literarias. Por que si uno está escribiendo para un premio no lo podría hacer como una ruptura, como una vanguardia, entonces todo esto va moldeando, sin embargo, en ese sentido, es justo que los poetas tengan beneficios.
¿Hablas de México?
No, yo creo que la sociedad en general cambio, además uno lo ve en las comunidades. Los jóvenes ahora tienen redes para viajar de un lugar a otro, yo mismo puedo decir que la poesía me ha dado los viajes, los encuentros. Cada día hay más encuentros en diversos lugares del mundo, entonces hay que estar conectado con esas redes que te permiten recorrer esos circuitos. Es un fenómeno mundial. Hay más revistas, blogs, páginas web, todo eso también rompió los cercos, las fronteras intelectuales y hoy en día estamos comunicados con una multitud, tenemos un diálogo con personas de distintas latitudes. Yo estoy a diario en comunicación con personas de diferentes lugares del mundo. Todo cambió y por lo tanto también cambió la imagen del poeta y la conducta del poeta.
¿Sostienes esto de que la poesía está de moda? ¿Es una manera de vivir?
No. Yo creo que la poesía no está de moda porque entonces habría muchos lectores. Lo que está de moda son los poetas, que es distinto. Creo que el poeta se ha puesto de moda, pero no la poesía. Y creo que la poesía correcta, la poesía profesional, también ha ocupado un lugar que no tenía antes. Hay muchos escritores que quizás no nacieron con ese talento pero lo han desarrollado a base de talleres, de lecturas, de perseverancia. Antes se creía más en la genialidad y en el destello. Creo que esa visión romántica ha ido despareciendo y ha emergido esta otra; no me atrevería a decir cuál es mejor. Son momentos diferentes pero los grandes poetas siguen existiendo, sigue existiendo la gran poesía.
Lo que no sé es si haya más lectores, pero sí hay una proliferación numérica de publicaciones, ¡como nunca! Hay títulos al por mayor, aunque no sé si se leen…
Con el fenómeno de la revista que ha sido fundamental en el desarrollo del siglo XX, qué pasa, ¿cuál es el lugar de la revista en el siglo XXI?
Mira, es un lugar que tiene más que ver con cierto romanticismo, con una idea antigua de la letra impresa y con el placer de hojear. Pero hay que reconocer que las páginas web, que los blags, que la intercomunicación cibernética ocupa mucho más tiempo que lo que lleva la lectura de una revista impresa, eso hace que la gente sienta que no tiene que comprar una revista si puede verla en internet. El tiempo no alcanza para tanto. Las revistas son como esa terquedad de permanecer atados a una vocación editorial, de no querernos llevar por este vértigo de la electrónica y sentir que todavía estamos con los pies en la tierra, que podemos palpar y tocar algo que se vuelve cada vez más virtual. La revista es eso, sentir la carne de la imagen.
Esto me gusta porque yo estaba pensando en el título de La Otra. En su editorial dice: ser distinto, ser aquello que no somos, lo que fuimos o lo que deseamos ser. Lo comprendo en un proceso temporal con respecto a Alforja, todavía. Ese espectro del padre, de la madre; pero también entiendo que el nombre tiene que ver con una otredad en femenino. Dice: la otra voz, la otra sensibilidad y la otra imaginación. Sin embargo también lo leo como el nombre de la concubina, y entonces lo interpreto como lo que se guarda en secreto, lo que se oculta de lo social, y además, el encanto, ¿cabe?
Sí, sí. Es decir, cuando terminas una etapa, te vas con la otra; con la que te estaba esperando o con la que no te estaba esperando. Con la que te encontraste de pronto y es la alternativa; pero también tiene el sentido de lo prohibido, de lo oculto. Todas esas acepciones caben porque ¿cuántas cosas se prohíbe uno cuando tienes una revista como lo que es Alforja?, que nace como un proyecto colectivo, con un grupo de personas que ya no están y que muchos hemos dejado de ser amigos, nos hemos peleado o ya no nos une el mismo interés, no tenemos la misma visión con la que nació un proyecto, una idea, y después la abandonamos. Siempre habrá una acusación de que unos y otros fueron infieles, que traicionaron una idea para pasar a otra; pero en este caso, para mí, el nombre está en constante conformación.
Me parece que el artista también se pide a sí mismo ser siempre distinto. Conformarse, como su nombre lo dice, significa tomar una forma y ya no moverse, romper con toda una época… La ruptura con el pasado no significa el olvido, simple y sencillamente que el deseo de querer ser distinto le gana a querer ser siempre el mismo, ¿no? En ese sentido está La Otra. Lo mejor está en la otra, siempre han sido los otros. Los otros han dominado la escena mundial. Esta es otra etapa de la humanidad en que lo femenino empieza a tener un mayor espacio, sin que signifique que lo femenino va a ser diferente en el sentido de ejercer el poder, en el sentido de apretar el botón para la destrucción, pero creo que La otra es la esperanza también, finalmente, lo digo como hombre, el hecho de que de pronto aparezca la otra, significa la posibilidad de seguir amando.
Me decía Juan de la Riva (Director de cine de Durango): “oye, le pusieron el título del guión de Revueltas”. Yo no me acuerdo de la película, pero el papel de la otra es interpretado por Dolores del Río, y da la casualidad de que ambos son de Durango. Son cosas que yo no había pensado pero también es una apuesta a la memoria, a algo que existe ahí y que uno no se había dado cuenta. A mí me gusta esa idea porque conlleva muchas cosas. Es la acusación de lo inmoral, pero al mismo tiempo, es el ejercer la posibilidad por decisión propia. Claro, la sociedad siempre verá lo nuevo y lo prohibido como La Otra. También tiene que ver con las sociedades que viven eternamente ocupadas por la otra, como es el caso de Europa: la otra cultura, la otra lengua, la otra religión, la otra persona. Es decir, siempre hay ese temor a la otra y es lo que nos marca en esta época también; la presencia de La Otra.
¿Cómo asignar la revista si está en el territorio de lo oculto?
Yo creo que si está en el territorio de lo oculto es para que revele cosas. Lo oculto para mí es lo sorpresivo, no siempre lo tenebroso y lo siniestro; lo oculto también puede ser lo mágico, lo que te salva de lo que los demás no ven. Puede ser el descubrimiento, la aparición, la emergencia. Es como lo que digo siempre, la presencia de una cultura indígena en México que yo no vi hasta el problema de 1994. Entonces me di cuenta de que en efecto, éramos un país indígena, y si uno empieza a mirar alrededor, empieza a ver que los rasgos que dominan nuestro medio son indígenas, ¿por qué nunca lo vimos? Esa es La Otra, la otra cara oculta en una realidad que no está oculta sino que no sabemos mirar. O que no nos han enseñado o querido hacer ver. Es también en este sentido, una propuesta para mirar lo que no vemos y para hablar de lo que no se habla. De esas cosas que también tenemos que aprender a hablar. Y a descifrarlas y a ponerlas a discusión; entonces me gusta mucho el nombre de La Otra, sin haberlo pensado, tenía otro propósito pero ya ves.
Todo mundo hace la otra lectura, hay gente a la que le molesta incluso. Dicen que es muy feo el título y que lleva una carga moral. Pero no, la carga se la da cada quien.
Bueno, pero forzosamente te sitúas en el territorio de lo masculino-femenino, ahí te hago una crítica. En Versos comunicantes III, dices que la ausencia de una buena parte de mujeres se debe a cuestiones de espacio pero el espacio lo genera uno, ¿qué pasa, dónde están las mujeres?
Mira, tiene que ver con el espacio en el sentido de una tradición masculinista en la literatura. Si tú revisas el catálogo de poetas hasta los años 40 que es hasta donde yo llego, vas a descubrir que la inmensa mayoría son hombres. Hay muy pocas mujeres. Yo integro a Isabel Frayre, a Enriqueta Ochoa, a Dolores Castro, en fin, a todas las que nacieron hasta antes de los años 40. A mí me hubiera gustado que hubiera mayor presencia de mujeres pero para eso tendría que extender a las poetas nacidas en los años 50. En ese sentido hablo de espacio, no del número de páginas, aunque ya era bastante voluminoso. Pero me parece que ya no era mi misión, trasladarme a una generación cronológica que tiene que ver con la década de los que yo nací.
Me hubiera gustado hacerla, pero era como echarle flores a algo que es demasiado cercano a mí. Que no lo es, por otro lado; un poeta como Efraín Bartolomé no me resulta tan cercano. Incluso como Vicente Quirarte que es mayor que yo unos cinco años, lo siento muy lejano; y por qué, porque Vicente Quirarte a los 30 años ya tenía un lugar en la literatura, tenía un prestigio en las marquesinas, mientras que yo era un tránsfuga de mi profesión y estaba tratando de incorporarme a otro medio. Entonces veo que tienen un camino muy largo y no los siento tan cercanos. Quizás sienta más cercanas a personas que son menores que yo porque casi empezamos igual. Por eso es que las generaciones se establecían con base en los años de publicación. Tú podías ser mayor diez años que una persona, pero generacionalmente eras igual porque comenzabas a publicar de manera simultánea. Aquí nos hemos tasado por décadas y a veces no tenemos mucho en común, en términos vivenciales.
Por ejemplo, en el 68 yo tenía 10 años, para mí fue una experiencia lejana en términos también emocionales. Aunque intuía no comprendí el significado. Entonces, yo creo que es una cuestión de espacio porque implicaba hacer otro volumen y ya no me dio la energía. Lo apunto porque Ricardo Venegas tomó la señal y acaba de hacer una antología de entrevistas con poetas nacidos en los años 50, en la cual le advertí la ausencia importante de poetas muy significativas.
Y esa generación tiene una enorme cantidad de mujeres.
Es donde viene el florecimiento de poetas con una voz y un registro muy importante, aunque en la anterior lo hay también. Mónica Manssur, Elsa Cross, en fin, hay una buena cantidad de poetas pero no son tantas como las nacidas en los años 50. Y no se diga en los 60 y en los 70.
En el ensayo que hice para Fórnix comento que si hay algo nuevo en la poesía mexicana, es la voz femenina, de las poetas mujeres. No la voz femenina, la voz de Las poetas, simplemente. Que cada vez son mejores y parece que es lo más prometedor que hay. Es una voz más honesta.
¿Por qué?
Porque creo que en muchos sentidos, la mujer siempre ha existido de una forma más natural. Creo que el hombre se desnuda con vergüenza y la mujer con decisión. Cuando la mujer escribe, escribe desde más adentro. Al hombre le da vergüenza todavía. La mujer puede llorar sin que su poesía sea lacrimógena o chillona, ni sea plañidera. Puede ser una voz poderosa o sosegada pero más honesta y más compleja que en generaciones anteriores. Una voz más educada. Veo registros muy intersantes.
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