De acuerdo con el crítico peruano José Miguel Oviedo en su Historia de la Literatura Hispanoamericana en la segunda década del S XX nace un grupo de poetas que introducen un cambio sustancial. De acuerdo con el autor, es una época en que se dio “un gran proceso renovador que dará su perfil característico a la literatura de años inmediatos a los nuestros”.1
De esta manera, estos autores germinales, entre los cuales se señalaría, entre diversos autores fundamentales y cultivadores de diversas estéticas, a Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren y Carlos Germán Belli, de Perú; Juan Sánchez Peláez, de Venezuela; Fernando Charry Lara y Jorge Gaytán Durán, de Colombia; Eliseo Diego, de Cuba, Roberto Juarroz y Enrique Molina, de Argentina; Ernesto Cardenal, de Nicaragua, Rubén Bonifaz Nuño y Rosario Castellanos, de México, buscaron la libertad creadora, la originalidad, varios, en un “intento de sintetizar las corrientes más modernas provenientes de fuente europea o norteamericana con la situación concreta que se vive en el continente”, según el especialista peruano.
Justo es el caso y la estirpe de la escritora argentina Olga Orozco (Olga Nilda Gugliotta Orozco, Toay, La Pampa, 17 de marzo de 1920- Buenos Aires, 15 de agosto de 1999) cuya poética, que si bien de acuerdo con señalamientos generales asimiló “la poesía francesa posterior al surrealismo y la poesía narrativa norteamericana”, pero también “la nostálgica ensoñación de Lubicz Milosz, la música secreta de los simbolistas, la venturosa transmigración del ángel de Rilke”, de acuerdo con Horacio Zabaljáuregui,2 pronto creó una de las estéticas más importantes y germinales de la poesía de nuestra lengua. Esta poética, que de acuerdo con Zabaljáuregui, contiene un caudal “de elementos oníricos debido a la presencia de lo mágico en lo cotidiano”,3 es decir, una serie de símbolos, imágenes, percepciones que, en este plano fenoménico buscarían dar cuenta de un más allá de la realidad, debe ser concebida como una poética de la revelación, entendida en los términos de Octavio Paz, “la poesía revela este mundo; crea otro”, en tanto el mecanismo de la acción poética expresaría la tensión que surge a partir de una posible manifestación-develación entre mundos, y el desentrañamiento-creación de los posibles códigos de una-otra más alta vida.
En ese sentido, la poesía de Orozco, quien perteneciera en Argentina a la llamada “Generación del 40”, es un dialogo permanente con un más allá y sus habitantes-hablantes, aquellos que “rondan la niebla” (aludiendo a uno de sus poemas más inquietantes)4 es decir, con aquellas altas alteridades que la esperan más allá: sus ausencias amadas, “los seres que fui los que me aguardan”, así como las niñas que fue (la niña cruel de la alegría, la de los sueños, la de la soledad, dice, en el referido poema), además del perfeccionamiento del lenguaje para comunicarse con y comunicar esto invisible. Como dijo, al recibir el otrora Premio de Literatura de América Latina y del Caribe Juan Rulfo, en 1998: “la poesía reserva para sí misma la misteriosa gratificación de asir lo inasible y expresar lo inexpresable”.
Por supuesto, estas “manifestaciones” implican la eterna paradoja de expresar, “con esta boca, en este mundo”, como dice uno de sus poemas más citados,5 aquello que pertenece a otra conciencia. Sin embargo en su poesía, deslumbra el vislumbre por el que es factible entrever. Y ese “entrever”, ese “relámpago de lo invisible”, es justamente la revelación.
Por supuesto, un diálogo-revelación con estas Altas Presencias pertenecientes a un pasado-presente lineal y a un espacio-pasado-futuro alterno, implican un desdoblamiento del tiempo y del espacio mismo que en la poeta se cumple a través de dos recursos fundamentales: la evocación memoriosa que busca recuperar-interpretar las señales de lo que fue y la exploración racional del inconsciente (a diferencia del automatismo de los surrealistas) terreno de suyo movedizo, pero que la “conecta” con esas voces anteriores y posteriores a ella.
Y por supuesto, lo que buscaría esta indagación de códigos en el tiempo-destiempo, es hallar un hilo conductor que diera sentido a la existencia, a ese yo —que en el fondo es nuestro yo—, atrapado en una materia mortal y realidad inexplicables, unidimensionales. En ese orden, el fin último de esta poesía es hallar (acaso) la piedra roseta del “Alfabeto del Mundo”, como diría Mallarmé, la tabla esmeraldina del lenguaje de lo universal, o “apremiar a Dios para que hable”, ha dicho la autora, aludiendo, de acuerdo con las palabras de Juan Gelman al presidir la entrega del Rulfo en Guadalajara en 1999, a la definición del poeta estadounidense Howard Nemerov, y así develar la grafía a la que se pertenece, el hilo invisible del destino humano dentro de un orden mayor que nos confirme haya trascendencia de nuestra finitud y por tanto “redención y significado”, diría el poeta Joaquin O. Giannuzzi, contemporáneo de Orozco.
“Pero Dios está mudo y ella lo apremia sin descanso”, dijo Gelman en el citado discurso. Sin embargo, pese a este silencio, la invocación de lo invisible tuvo sus frutos. Si bien el lenguaje de la poesía, admite la autora, pero sólo a través de una indagación poética, de un tránsito escritural de muchos años, no fue suficiente para interpretar ese otro lado, tal como lo afirma en versos de esos valiosísimos poemas póstumos que pueden consultarse en la importante y reciente Poesía Completa de Orozco publicada por Adriana Hidalgo editora (2012, obra cuidada y prologada, respectivamente, por las poetas argentinas Ana Becciú y Tamara Kamenszain),6 “Allá lejos estoy tan cerca de las revelaciones y las dichas/ como aquí, como ahora,/ donde no logro descifrar jamás el confuso alfabeto de este mundo”,7 sí fue posible percibir la existencia de dicho alfabeto, y también le fue permitido construir vasos comunicantes. Tal como lo afirma Kamenszain en el prólogo de Poesía Completa, “desde su libro Los juegos peligrosos (1962) la visión entre los mundos se plantea como posible, ya marca el comienzo de un acercamiento que aterrizará definitivamente en Con esta boca, en este mundo, último libro publicado en vida de la autora”.8
Pero sobre todo esta visión entre mundos se cumple en esos esclarecedores Últimos poemas de Olga Orozco, donde la huella, la herida de lo invisible esplende plena en un contrapunto de certezas-incertidumbres en que la poeta duda de sus hallazgos y afirma que “desde aquí no verás nunca nada, no verás más allá sino un desierto blanco”,9 aunque también hace un recuento final de las señales de esto invisible para hallarles sentido en una hermosa “Conversación con el ángel”,10 para finalmente apremiar en un “Himno de alabanza”11 a esa divinidad, silenciosa interlocutora de su investigación poética, y agradecer lo hallado: la certidumbre de la presencia de sus Altas Ausencias y la develación de su lenguaje en este mundo (“basten los juegos de una llama o los desplazamientos de una pluma en la brisa/para que reaparezca de pronto alguna ausencia”12). Como dice en esos últimos versos, de esos últimos poemas, de ese “Himno de alabanza”: “¿Y no he de cantar por eso un himno de alabanza?/ Te agradezco estos ojos que se agrandan para ver tu escritura secreta en cada piedra; /(…) las manos y la piel donde arrojan su aliento los emisarios de territorios invisibles”.
A la luz de la publicación de importantes antologías a nivel hispanoamericano como la reedición en 2009 en el Fondo de Cultura Económica de la antología Relámpagos de lo invisible (1996); Eclipses y fulgores (Lumen, Barcelona, 1998); Obra Poética de Olga Orozco (Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 2000); El jardín posible (Ediciones En Danza, Argentina, 2009), pero sobre todo de la Poesía Completa en Adriana Hidalgo, que reúne los once títulos de poesía que publicó Orozco durante su producción vital (1946-1995) y que incluye el mencionado libro póstumo con doce textos bajo el título Últimos poemas, es que Olga Orozco reconfirma ese “lugar privilegiado en nuestra poesía” que señalara José Miguel Oviedo.
Asimismo, cabe destacar la edición de otros libros que señalan facetas relevantes y poco conocidas en México de Orozco como Yo, Claudia (Ediciones en Danza, Argentina, 2012), con investigación y prólogo de la poeta argentina Marisa Negri, que es un rescate de sus artículos publicados entre 1964 y 1974 en la revista Claudia de Argentina. Son textos de varia y valiosísima invención de una extensión y erudición inusitadas para una revista de modas, que firmó con ocho diferentes seudónimos, de acuerdo con el asunto a tratar. Escribe Negri en su prólogo: “Fue Valeria Guzmán para el consultorio sentimental con las lectoras; Martín Yanez para sus agudas críticas literarias; Sergio Medina para las notas sobre avances técnicos o sobre estrellas de Hollywood; Richard Reiner para los artículos esotéricos; Elena Prado o Carlota Ezcurra para notas de vida social o puericultura; Valentine Charpentier para escritos biográficos y de viajes y hasta el desafortunado Jorge Videla (ella misma se asombraba de la elección de ese nombre) para algunas notas sobre el tango u otros temas considerados ‘masculinos’”.
Por todo ello, es importante rescatar su impronta que continúa vigente, a raíz del décimo quinto aniversario de su fallecimiento a los 79 años de edad, en el en el sanatorio Anchorena, en Buenos Aires, y en el contexto de la próxima FIL Guadalajara dedicada a Argentina donde, a pesar de que fue reconocida con su máximo premio, el entonces Juan Rulfo, en esta edición no hay un homenaje importante dedicado a esta autora, ya que el homenaje central a un poeta será, muy merecidamente, claro, a Juan Gelman, quien paradójicamente hace 18 años, se lo otorgara en la mesa de recepción. La presente entrevista, realizada justamente en Guadalajara en 1998, en el marco de la recepción del Premio Rulfo, busca rescatar esta memoria y esas palabras vertidas que se unen en el tiempo y nos siguen alumbrando el camino de su escritura.
La autora recibió importantes galardones, entre los que se cuenta el Gran Premio de Honor otorgado por el Fondo Nacional de las Artes (1980), Laurel de Poesía de la Universidad de Turín (1984), el Premio de Poesía otorgado por la Fundación Fortabat (1987), el Primer Premio Nacional de Poesía (1988), el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1989), entre otros.
C.P. Uno de los aspectos centrales de su poesía es la posibilidad de unión con la divinidad, a partir de una visión del espíritu personal. ¿Qué implica esta perspectiva?
O.O. Tengo un sentido religioso muy especial. Tal vez haya hecho la mezcla, pero creo que así como en el principio era Dios y todos éramos parte de él, al final seremos también parte de él. Yo tengo certeza, toda mi fe está hecha de certezas, toda mi fe tiende a esa unión íntima con Dios y además ninguno de nosotros puede ser parte de Dios si no lo somos todos.
¿Cuál sería esta concepción de divinidad en su poesía?
Todo es una unidad perdida, y eso viene de una tradición anterior que dice que éramos vez uno con la divinidad. El mío es un Dios perfecto pero que en algún momento no estuvo conforme consigo mismo y se repartió en los humanos. Creo que nosotros estamos haciendo una especie de respiración artificial como para que Dios vuelva a ser como él quería ser. Dios está uniendo a nosotros sus rasgos. Ahora, no ha dejado de ser Dios, a pesar de eso. A mí me cuesta hablar de este tipo de cosas, porque todo toma un aspecto totalmente irreal o fanático. Son cuestiones muy profundas que están presentes en mi poesía.
Su poesía está inundada de esta presencia, la cual se busca a través de la revelación. ¿Es una revelación estética, poética y/o de la razón?
Es una revelación del conocimiento a través de la palabra y del verbo y de la palabra estética. Es todo eso.
En su poesía hay una presencia avasallante de la incertidumbre. Sin embargo, usted ha dicho que su certeza de la divinidad es absoluta. ¿Cuál es la esencia de la duda, entonces?
No tengo dudas acerca de Dios sino de otras cuestiones. Creo que tengo la duda de la flaqueza y cansancio humanos, de la falta de persistencia, de las fallas de la paciencia, pero no tengo la duda de eso que busco y que está al fin de mi camino. Aún en poemas en que está presente la duda, aún en medio del mayor desamparo y desconsuelo, siempre la esperanza y certeza última es Dios. Al mismo tiempo sufro la condición de lo humano y mi anhelo de lo divino. Esa escisión es mi raíz, mi herida en el costado y creo es la razón por la que escribo: me siento insuficiente, incompleta, negada para resolverlo desde este lado.
Entonces, ¿cuál sería el sentido de la orfandad última que es la muerte, preocupación constante en su poesía?
El desamparo parte de las pérdidas dolorosas de este mundo, porque a pesar de mi fe, no consigo asimilar todavía la muerte. Estoy en un aprendizaje de ello, tengo demasiado apego al mundo.
El paisaje interior, lo onírico y la presencia de lo invisible, además de ciertas imágenes surrealistas, constituyen la atmósfera de su poesía. ¿Cómo se conforma esta estética?
Hay una gran fe y exaltación de valores como la justicia, la libertad y el amor, que son propios del surrealismo, pero mis imágenes no se parecen en absoluto a éste, ya que se trata de imágenes muy estrictas, mi poesía es muy coherente y exigente en cuanto a la regularidad, y estos aspectos no son propios de los surrealistas. Tengo alguna relación con los antecesores del surrealismo, pero, por ejemplo, lo que tengo en común es mi creencia en otros planos de la realidad, mi inclinación por lo onírico, por lo subconsciente. Sin embargo, lo subconsciente se va a un plano de claridad, de razón, de modo que no he hecho poesía automática. El subconsciente es un depósito inagotable que hay que llevar a plena luz. Es una conciencia superior iluminadora a la que hay que encontrarle un sentido, y eso es lo que hago con mi poesía. Empiezo por captar elementos a través del subconsciente y luego trato de llevarlos a esa altura. La primera intención es una búsqueda parecida al surrealismo. En cuanto a los demás elementos, creo que, como mencioné, hay una creencia en otros planos de la realidad que no es éste que nos rodea. Creo que hay otro tiempo y otros planos que son inabordables desde este costado del mundo. Tengo una cierta intuición, un cierto relámpago por el que a veces entrevemos, pero que inclusive es difícil trasladar a la palabra o darlo a entender a alguien porque no existe el lenguaje adecuado para eso.
Justamente, comparte la idea de Mallarmé de que "el universo es un lenguaje". ¿La poesía podría ser un atisbo de dicho lenguaje?
Naturalmente. A Mallarmé le interesaba ese aspecto, a mí también. Busco descifrar el universo por el lado de la poesía. Claro, cuando uno cree que está en la página 30 del libro del Universo, tiene que volver hacia atrás, como si no hubiera escrito nada.
¿De qué manera la poesía se acerca a este lenguaje? ¿Cuál es el límite de la expresión poética?
Creo que es el lenguaje de las imágenes, las metáforas, porque nada está dado de una manera simple, sino de una forma metafórica. El Universo vendría a ser una metáfora de Dios. Entonces hay que hacer una especie de conversión del Universo, pero claro, éste nos resulta demasiado infinito y con elementos inabordables como para hacer una conversión casi matemática.
Podríamos citar un verso de Rilke, "todo es mensaje pero, ¿supiste abarcarlo?
Creo que una duda como ésa es insoluble hasta que atravesamos esta barrera que es el mundo. No vamos a tener la respuesta hasta que pasemos al otro lado. Los vislumbres tienen la característica de lo inefable pero no pueden describirse porque justamente son los que no puede trasladar la palabra. Son momentos de elevación absoluta en los que uno cree en un juego de luces, en el brillo de un árbol a determinada hora. Pero es muy rápido, es un relámpago.
¿Hasta qué punto la poesía le ha permitido entrever, entonces?
En este mundo jamás se logra abrir por completo la puerta de la sabiduría. A mi edad, sólo he conseguido medio abrirla y tener acceso a un poco de su resplandor. Pero al mismo tiempo, creo que si tuviera la revelación plena, plena, tal vez dejaría de escribir.
Si lo divino es la finalidad de la escritura, y éste implica el silencio, ya que, como acaba decir, si tuviéramos la certeza nos quedaríamos callados, ¿por qué insistir?
Creo que si tuviéramos la revelación, como dije, nos parecería inútil seguir hablando; llegaríamos a un silencio absoluto porque además, nos estaría prohibido dar la respuesta o no encontraríamos la palabra para dar esa respuesta. Creo además, que puede ser algo tan poderoso, que tal vez nos dejara mudos o trastornados, tal vez uno se quedaría mudo, balbuceando o perdería la razón, como le sucedió a Artaud. La poesía es un interrogatorio permanente al mundo pero que responde siempre casi con otra pregunta. La última interrogación que puedes llegar a decir tropieza con un silencio, con la respuesta que está vedada para este lado del mundo.
¿Cuál es el lugar de la razón y cuál el de la fe?
Creo que están mezcladas. Evidentemente no doy un salto con la razón para explicarme el mundo. El salto lo he dado con la fe. Hay quienes lo dan con la razón, pero ésta es igualmente improbable que la fe. El mundo es improbable, no se puede someter a un análisis científico que responda a todo. Puede responder a parcialidades, pero no todo es probable. Tampoco en la fe todo es probable, por supuesto. Pero no se trata de que sea probable, sino que tenga sentido para nosotros.
Hay libros como La oscuridad es otro sol y También la luz es un abismo en los que habría habría un señalamiento de lo oscuro como un camino. ¿De qué índole es esta oscuridad?
Creo que para vislumbrar algo hay que sumergirse mucho. Son oscuros los caminos que atravesamos para llegar a la luz. Son los caminos subconscientes, de las sensaciones, las intenciones, los vislumbres que uno no sabe descifrar del todo. Son caminos que representan obstáculos, rodeos, no son fáciles de recorrer. Vivimos en una mezcla de oscuridades y de luces que tenemos que hacer que coincidan, que se complementen. La oscuridad debe revelar elementos que puedan verse a plena luz y que a plena luz, en primera instancia, no se verían, porque la luz en plenitud puede enceguecer y no mostrar nada. Finalmente, creo que la oscuridad es válida, como lo decía San Juan de la Cruz. Creo en esa oscuridad de San Juan.
Estas narraciones mezclan lo onírico, y desarrollan una idea del tiempo, que presenta los rostros del yo del presente, del pasado y del futuro. También, tienen tintes autobiográficos evidentes. ¿La narrativa le otorga una forma de reflexión que no desarrolla en la poesía?
Creo, como Bachellard, que la poesía es vertical, que tiende a las búsquedas hacia lo alto y en las grandes profundidades. Y creo que la prosa es horizontal, que va paso a paso, que puede relatar lo cotidiano, un tiempo lineal o también, tergiversarlo, que por cierto a mí me encanta tergiversar el tiempo, hacerle esa jugarreta. Creo que la poesía no puede contar, que cuando cuenta, a menos que sea una poesía épica, se rompe. Y he tenido necesidad, a veces, a través de mi memoria, de hacer referencia a la infancia, ya que ésta ha influido mucho en mí y ha seguido un camino paralelo. Es como si hubiera crecido conmigo, retocada por aconteceres. Por eso he contado mi infancia porque hay elementos muy ricos. Además, en '"Los juegos peligrosos" hay muchas claves de mi poesía, porque hablo de las primeras angustias que tuve, las primeras interrogantes que me hice. La oscuridad es otro sol es todo eso y en cambio, También la luz es un abismo más bien es una crítica del razonamiento excesivo.
Parecería que También la luz es un abismo sería el planeamiento complementario, aunque contrario, de La oscuridad es otro sol…
Creo que la luz de la razón plena puede hacerle a uno perder muchos caminos. Creo que en la oscuridad, entendida como la subconsciencia, uno puede encontrar elementos que le iluminen realmente. Con el gran salto que da para explicar el mundo, la razón es pretenciosa; la razón quiere explicarlo todo; el salto que da es mucho más amplio todavía que el salto de la fe.
Por otra parte, ¿qué recuerdo tiene de Alejandra Pizarnick?
Fuimos amigas, ella era muchísimo más joven que yo, porque tenía 17, 18 años cuando la conocí, yo tenía 36, y unos cuantos libros publicados. Creo que de algún modo influí bastante en su manera de escribir. Tal vez la última etapa de su vida, cuando escribió esas especies de teatralizaciones o diálogos, no sé cómo llamarles, me desagradaron. Me pareció que estaba perdiendo el tiempo, y se lo dije, de modo que no me mostró más cosas y creo que tampoco escribió más.
Bueno. Volviendo a sus temas, usted ha dicho que la poesía es una plegaria. Santa Teresa decía que sólo a través de la oración se alcanza lo divino. ¿La poesía ha sido un ejercicio en ese sentido?
No, los estados de iluminación, lo inefable, los he alcanzado con la plegaria misma.
¿Y qué es lo que le reza, que le pide a Dios?
No sé, que me proteja, que me mande una cuerda para cruzar al otro lado del río…
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