No. 87 / Marzo 2016 |
Adam Zagajewski
Entrevista con Adam Zagajewski para el número de verano de Poézija, Zagreb, Croacia, 2014 Entrevistador, Damir Šodan Querido Adam, bienvenido a las páginas de la revista croata Poézija [Poesía]. Comencemos por el principio para darle a nuestros lectores un poco de contexto histórico. Irrumpiste en la escena literaria polaca durante la macabra guerra fría, en la década de 1960, como quizá la más sonada voz de disidencia, asociada a grupos literarios como Generation 68 y New Wave. ¿Qué te parecen hoy esos días de escribir bajo el aparato totalitario y de desafiar al gobierno? No, no, mi voz no era “la más sonada”. En retrospectiva, hoy puedo ver las cosas muy nítidas. Entre mis contemporáneos, ciertamente fui yo quien necesitó más tiempo que los demás para entender cuál era mi voz. Estaban dos amigos míos, Stanislaw Barańczak y Ryszard Krynicki, ambos de Poznań, quienes desde muy pronto pudieron hablar de una forma original, quienes tuvieron el don de la dicción personal desde temprano; ambos utilizaron este don como una herramienta para criticar nuestro sistema casi totalitario. Digo “casi totalitario” porque, después de todo, por muchos años pudimos publicar nuestros poemas y artículos críticos en revistas que formaban parte de una verdadera miríada de revistas del sindicato de prensa gubernamental. Cualquiera que haya vivido en la época estalinista se reiría de nosotros. Había elementos de mucha comedia en ello. Y sin embargo, fuimos honestos y todo el asunto tuvo sentido y ciertamente contribuyó un poco a la emancipación de la sociedad civil en Polonia. Tiempo después, varios de nosotros tuvimos que cambiarnos a publicaciones clandestinas, aunque esto no conllevó consecuencias severas. En conclusión, veo positivamente estos años; desde una perspectiva estética, la atención al detalle concreto siguió siendo importante para mí. Además, la mayoría de esas amistades sobrevivieron... Cierto, viajé mucho. Además de los sitios que mencionas, también viví en Berlín dos años (1979-1981). Es difícil decir cómo ha influido esto en mi obra. Desde mi época en Berlín, que fue el primer escenario de mi vida en el extranjero, recuerdo una sensación de libertad ante el peligro en cuanto al modo de escribir, que tal vez estaba muy marcada por la dimensión colectiva. Nosotros, los “disidentes” de los 70, estábamos tan felices de haber establecido una nueva comunidad de pensamiento independiente (aunque eso sea una contradicción) que eso tuvo repercusiones en la poesía y en la ficción; se dio el paso de un modelo individual —la literatura polaca había estado libre de estéticas normativas, del realismo socialista, desde 1956— a uno colectivo, elegido libremente. Todos estos países e idiomas en que viví me dieron, creo, una perspectiva más universal. Pero, ¿sabes?, estas cosas fueron irrelevantes; en París descubrí a Yeats por mí mismo, en Berlín a Nabokov, en Houston releí a Proust. Éstas son preguntas interesantes. Y no son fáciles de responder. George Steiner dijo una vez que la censura era buena para los escritores porque los volvía más ingeniosos, más inventivos. Creo que la censura era una cosa terrible, pero lo que hacía atractivos a varios libros y películas en el mundo soviético era la existencia de un “gran enemigo”. Cuando observas la historia de la literatura, el cine, la pintura e incluso de la música en Polonia, después de 1956, puedes decir fácilmente que el común denominador era la polémica incesante con el estado (el mismo estado que subsidiaba a los artistas). La dignidad de esta lucha era lo que le daba a las artes su estatus elevado. Ahora, por supuesto, esta pelea ya terminó y hemos vuelto a la “normalidad”, a las preocupaciones arcaicas de “la vida y la muerte”. No es poco. Primero que nada, no me pondría al mismo nivel que Ceslaw Milosz, quien fue un gigante. En la poesía polaca moderna, él es el padre. Yo pertenezco a la generación de los hijos. Es verdad que la presencia de su poesía actualmente está algo disminuida pero no tiene nada que ver con su exilio o su regreso del mismo. Por ejemplo, para algunos intelectuales recalcitrantes, el poeta que sirve de antiídolo de Milosz es Tymoteusz Karpowicz, un poeta menor muy inteligente que pasó la segunda mitad de su vida en los EE. UU. Los polacos aceptan el exilio, ¡cómo no van a hacerlo!: con Chopin, Mickiewicz, Gobrowicz... Por otro lado, sí existe un rechazo no sólo de Milosz sino también de Herbert o de Szymborska; es una combinación de un resentimiento y una brecha generacional. Las generaciones posteriores a la mía se han rebelado contra toda seriedad, contra todo debate —por usar una palabra abstracta— “ontológico” con el mundo. Pero Milosz, tras regresar a Cracovia, fue celebrado y tuvo muchos buenos amigos y numerosos visitantes polacos también, quizá hasta demasiados para su gusto o en detrimento de su trabajo. No, no creo haber sido tentado por esa orientación poética particular. Por supuesto que el lenguaje es importante —odio la poesía plana, prosística, de anuncios directos—. El lenguaje en la poesía es al tiempo una declaración y un arabesco. Uno no tiene sentido sin el otro. Pero siempre he sido, por usar la misma palabra abstracta otra vez, “ontológico” en mis apetitos poéticos. El mundo me intriga. Y no el mundo solo, por así decirlo. Percibo la realidad como una estructura fascinante, rica y sin fin —una estructura que tiene algunas ventanas hacia lo que hay fuera de ella. Y lo que encuentro tan atractivo es contemplar estas esquinas del mundo donde se puede ver esta rica sustancia de la realidad y una ventana abierta o medio abierta o entreabierta, hacia algo más. No me preguntes por favor qué es este algo más, no podría responder en forma de definiciones o de descripciones. Primum vivere deinde philosophari, como se decía en latín, lo cual significa exactamente lo que quiso decir el artista del blues. ¡Por supuesto! ¡Es difícil incluso evitar tener una vida! Me gusta tu expresión: Un ejercicio espiritual del lenguaje que encapsula la totalidad de la experiencia humana”. Y el lenguaje, una vez más, es una parte esencial de la ecuación. Es simplemente una sobredosis de adoración al lenguaje (véase los estructuralistas) lo que me hace minimizar la importancia de la capa lingüística en la poesía. Pero tu pregunta (“¿Cómo le hace uno...?”) es simplemente imposible de responder. Uno le da vueltas al caminar, al nadar..., sin saber exactamente qué está pasando. Para pronunciar una palabra, al parecer necesitamos la acción de 72 músculos (¡Acabo de ver los collages cómicos de Szymborska en una exhibición, y uno de ellos representa a un fisicoculturista con docenas de músculos bien formados con la cita anexa sobre los 72 que se usan para hablar!). Escribir poemas es como montar un globo aerostático. Dependes de los vientos más que de tu mando. Creo que ha habido un cambio en mi escritura pero no uno revolucionario. No estoy buscando una nueva dicción. Cuando escribo siento que soy un esclavo del viento de la inspiración, simplemente no puedo tomar una decisión: “de hoy en adelante seré un escritor diferente…” Impartí clases de Escritura Creativa por muchos años en Houston, pero ahora en Chicago enseño Literatura, doy seminarios que no son talleres y clases donde leemos poemas o ensayos. La creatividad no se puede enseñar, eso está claro. Pero la premisa del sistema estadounidense es que los estudiantes que aceptas ya demostraron, incluso de forma modesta, que son creativos. Muchos de ellos ya tienen algunas publicaciones. La idea entonces no es tanto despertar la creatividad sino formarla, cuidarla, discutirla. En los EE. UU. no es una idea tan estúpida: también porque este país carece de la densidad urbana y los cafés de Europa. Por alguna razón, siempre he creído que Europa no necesita esas cosas, pero los EE. UU., sí. No creo que mis libros estén disponibles en formato digital. Me gusta la computadora y sus posibilidades, y paso tal vez una hora diaria en línea. Leo algunos libros digitales, pero prefiero mucho más uno real. No puedo decir que “leo” los periódicos en línea pero sí los “hojeo”. Ahora estoy leyendo poemas de David Ferry. Estoy tratando de leer el Zibaldone de Leopardi (hay una hermosa edición estadounidense nueva). Estoy leyendo la correspondencia entre Nicola Chiaromonte y una monja y releyendo Ana Karenina. Escucho toda clase de cosas, últimamente Bach, más que nada. No escribimos por los premios, no deberíamos de pensar mucho en ellos ni medir a nadie por la cantidad de ellos que tenga. Y sin embargo, en nuestra sociedad, donde la poesía es vista como una reliquia miserable de la antigüedad, probablemente sea bueno que existan. |