No. 103 / Octubre 2017
Somos parte de la existencia
de una que nos contiene
en su totalidad
pero inacabados.
Parte de un devenir
sin nada a cambio.
De una vida que nos mantiene
fijos a la tierra
respirando partículas de aire
que brillan en nuestros pulmones.
Corazones interiores maniatados
a las profundidades de la carne.
A las acometidas del deseo
para ti, para mí
como para nadie.
Para ti lo que acaba
porque muere.
Para mí lo que sigue
porque empieza.
Para él lo que termina
porque es simpleza.
Somos polvo
porque amamos.
Amor que claudicamos
en la espera.
*
El aire que respiras
cuando sales a la calle.
El que aspiras cuando duermes.
El mismo que inspiras
si estás despierta.
El que espiras cuando caminas
más allá de las esquinas
sin darte cuenta
de la importancia de seguir viviendo.
Las partículas del corazón
en los músculos de la vida.
La tranquilidad del tiempo
en la monotonía que te envuelve.
Lo que queda y te sugiere.
Lo que te toca y te supera.
Lo que se ve y no se ve
pero se comprende.
El aire contigo
mientras una invisible mano
te envuelve a una breve distancia
de lo que brilla por la mañana
y se mantiene a la deriva
y languidece más tarde.
Cuando duermes
sin pensar en la muerte
y acompañado de una oscuridad plena
que abre las ventanas al día
para airear la habitación
y limpiar de sabores
la conciencia a olor de la noche.
Eso que te habita
sin nada a cambio
y que te envuelve por dentro
con el transcurso de los días
como una lámpara de agua
inexistente o un cántaro de luz
envolvente que en el camino
dejó una mano inocente
para que resucitara la vida
sin el poder del pensamiento
a cada instante
o la evocación al paso
del tiempo presente.
*
No sufras si has sufrido,
no caigas en el desánimo,
no pienses en nada,
vuélvete y gira la cabeza
que ahuyenta los pensamientos
descabellados, los recuerdos
que te dañan.
Las palabras con las que heriste
o las que te hirieron.
Cruza el aire
una flecha tan larga
como invisible.
Desde el lugar más cercano
al más lejano.
Desde el más próximo
al más desconocido
cruza el invisible acierto
de las emociones dispares.
Se siente la vida en su descanso
como se pudo sentir la muerte cerca.
Pero se vive con la herida
después de todo
porque si la carne resucita
el hombre se renueva
en un pensamiento mundano
que recorre a pie
el mundo entero.
No pienses más en el remedio.
No hay solución en el pensamiento.
Tan solo si respiras
la identidad ilumina el camino.
*
Señor, tú que pusiste
nombre a la luz,
dame un cuerpo
que refleje mi mente
y dame una mente
que dignifique mi cuerpo.
Dame el entendimiento
para entender lo que no comprendo.
La visión para ver
lo que está más allá de mí.
El cielo transparente
dentro de mi cuerpo.
El destino incierto
que respira
en mi pensamiento.
Y no me abandones
a las palabras sin sentido
y no me aísles
en el silencio invisible,
el más extraño
y duradero.
Dame fuerzas
para combatir
ese vacío que me tienta
y del que no reniego.
Dame nuevas razones
para descubrir
lo que me confunde.
Y dame paz
ante la incertidumbre
y vida con un significado
más allá de la muerte,
tal como me das
el aire que respiro
o me susurras
con una sonrisa benévola
los poemas que escribo.
Dame fe en el amor,
alegría en el sufrimiento.
Extrañamiento para salir
de esta confusión
y superar semejante misterio,
para descansar al fin
ante lo que no entiendo
y ante lo que pudiendo ver
aún no veo ni comprendo.
Y en el silencio extraño,
el más duro
y el más duradero,
dame un soplo de aire
ante lo que puede parecer
un último gemido
y parece que desfallezco.
Un rayo de luz siquiera
cuando vuelva
en una última mirada
antes de quedarme vacío
y sin aliento
con mi nombre tendido
sobre la piedra del camino.
Sobre la sombra
de mi infortunio
en medio de mi destino.
Señor, tú que pusiste
nombre a las cosas
y llenaste de aire
las palabras que pronuncio,
dame un suelo firme
que aguante mi suerte
y dame un sentido
que dignifique mi alma.
Ese entendimiento
que a veces me falta
para entender
lo que no comprendo
y es tan cierto
cuando me pregunto
el porqué de lo que me pasa,
como es eterno y frágil
el mundo y el hombre
en el que vivo
y en el que me has convertido.
de una que nos contiene
en su totalidad
pero inacabados.
Parte de un devenir
sin nada a cambio.
De una vida que nos mantiene
fijos a la tierra
respirando partículas de aire
que brillan en nuestros pulmones.
Corazones interiores maniatados
a las profundidades de la carne.
A las acometidas del deseo
para ti, para mí
como para nadie.
Para ti lo que acaba
porque muere.
Para mí lo que sigue
porque empieza.
Para él lo que termina
porque es simpleza.
Somos polvo
porque amamos.
Amor que claudicamos
en la espera.
*
El aire que respiras
cuando sales a la calle.
El que aspiras cuando duermes.
El mismo que inspiras
si estás despierta.
El que espiras cuando caminas
más allá de las esquinas
sin darte cuenta
de la importancia de seguir viviendo.
Las partículas del corazón
en los músculos de la vida.
La tranquilidad del tiempo
en la monotonía que te envuelve.
Lo que queda y te sugiere.
Lo que te toca y te supera.
Lo que se ve y no se ve
pero se comprende.
El aire contigo
mientras una invisible mano
te envuelve a una breve distancia
de lo que brilla por la mañana
y se mantiene a la deriva
y languidece más tarde.
Cuando duermes
sin pensar en la muerte
y acompañado de una oscuridad plena
que abre las ventanas al día
para airear la habitación
y limpiar de sabores
la conciencia a olor de la noche.
Eso que te habita
sin nada a cambio
y que te envuelve por dentro
con el transcurso de los días
como una lámpara de agua
inexistente o un cántaro de luz
envolvente que en el camino
dejó una mano inocente
para que resucitara la vida
sin el poder del pensamiento
a cada instante
o la evocación al paso
del tiempo presente.
*
No sufras si has sufrido,
no caigas en el desánimo,
no pienses en nada,
vuélvete y gira la cabeza
que ahuyenta los pensamientos
descabellados, los recuerdos
que te dañan.
Las palabras con las que heriste
o las que te hirieron.
Cruza el aire
una flecha tan larga
como invisible.
Desde el lugar más cercano
al más lejano.
Desde el más próximo
al más desconocido
cruza el invisible acierto
de las emociones dispares.
Se siente la vida en su descanso
como se pudo sentir la muerte cerca.
Pero se vive con la herida
después de todo
porque si la carne resucita
el hombre se renueva
en un pensamiento mundano
que recorre a pie
el mundo entero.
No pienses más en el remedio.
No hay solución en el pensamiento.
Tan solo si respiras
la identidad ilumina el camino.
*
Señor, tú que pusiste
nombre a la luz,
dame un cuerpo
que refleje mi mente
y dame una mente
que dignifique mi cuerpo.
Dame el entendimiento
para entender lo que no comprendo.
La visión para ver
lo que está más allá de mí.
El cielo transparente
dentro de mi cuerpo.
El destino incierto
que respira
en mi pensamiento.
Y no me abandones
a las palabras sin sentido
y no me aísles
en el silencio invisible,
el más extraño
y duradero.
Dame fuerzas
para combatir
ese vacío que me tienta
y del que no reniego.
Dame nuevas razones
para descubrir
lo que me confunde.
Y dame paz
ante la incertidumbre
y vida con un significado
más allá de la muerte,
tal como me das
el aire que respiro
o me susurras
con una sonrisa benévola
los poemas que escribo.
Dame fe en el amor,
alegría en el sufrimiento.
Extrañamiento para salir
de esta confusión
y superar semejante misterio,
para descansar al fin
ante lo que no entiendo
y ante lo que pudiendo ver
aún no veo ni comprendo.
Y en el silencio extraño,
el más duro
y el más duradero,
dame un soplo de aire
ante lo que puede parecer
un último gemido
y parece que desfallezco.
Un rayo de luz siquiera
cuando vuelva
en una última mirada
antes de quedarme vacío
y sin aliento
con mi nombre tendido
sobre la piedra del camino.
Sobre la sombra
de mi infortunio
en medio de mi destino.
Señor, tú que pusiste
nombre a las cosas
y llenaste de aire
las palabras que pronuncio,
dame un suelo firme
que aguante mi suerte
y dame un sentido
que dignifique mi alma.
Ese entendimiento
que a veces me falta
para entender
lo que no comprendo
y es tan cierto
cuando me pregunto
el porqué de lo que me pasa,
como es eterno y frágil
el mundo y el hombre
en el que vivo
y en el que me has convertido.