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Ocelocíhuatl
(Edición bilingüe)
Xánath Caraza
Mouthfeel Press,
El Paso, 2015.
 

Por Lucha Corpi
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No. 86 / Febrero 2016


Ocelocíhuatl, de Xánath Caraza

El título de la colección de poesía de Xánath Caraza, Ocelocíhuatl, combina el significado de Ocelote, un felino de mediano tamaño de la familia de los jaguares, con el de Cíhuatl, la palabra en náhuatl para mujer. Ocelocíhuatl es “Mujer Jaguar”.

Los ocelotes son felinos solitarios. Su visión es tan aguda en la oscuridad como en la luz del sol. Descansan cómodamente en lo alto de una rama o se refrescan en las corrientes de agua; son criaturas de aire, agua y tierra. A pesar de la transgresión urbana a sus diversos hábitats, las especies de jaguar han logrado sobrevivir en las áreas tropicales de México, Centro y Suramérica y los bosques del suroeste de los Estados Unidos.

Las civilizaciones olmecas, mayas y aztecas veneraban a los jaguares como cazadores poderosos y como seres que eran capaces de moverse entre mundos —ambientes— con facilidad. Por lo tanto los chamanes conjuraban el espíritu del jaguar —nagual— para coexistir con ellos como uno y para que los dotaran de la visión y las habilidades para sobrevivir en dos mundos distintos, para protegerse de los hacedores del mal y para preservar lo que es sagrado. Ocelocíhuatl es una de esas chamanas, transformadas por su nagual en mujer jaguar, desplazándose entre mundos y/o fronteras.

El poema central que brinda a la colección de Caraza su título es “Ocelocíhualt”. Vemos a la mujer jaguar primero como el animal en su hábitat tropical natural, el lugar de origen. Ella siente la humedad en el aire matutino, luego disfruta del voluptuoso verde tapiz de la jungla, bañado por lluvias de verano. Ella prueba el abundante líquido de la vida mientras cautelosamente muerde “al palpitante corazón desprevenido”. Mientras su nagual comienza a transformar al chamán, sus manos alcanzan el alfabeto de un nuevo día y desgarran el velo de opalescente bruma que cubre las páginas. Ella hace a “la poesía” propia, de ella. Ella respira la esencia dejada por otros, quienes ya no están presentes en su mundo(s).

Ya que el poema “Ocelocíhuatl” no es el primer poema en el libro y, de hecho, viene a mitad de camino, estaba intrigada por la decisión de Caraza por colocar tan crucial poema ahí. La organización de una colección de poesía es la manera en que la poeta nos guía al entrar, al movernos y al salir de cada espacio poético, la manera de conducirnos a los lugares donde necesitamos captar la intención de la poeta, su visión. Con todo esto en mente, leí los poemas una vez más pero esta vez en reversa, del último al primero de los poemas. Me di cuenta de que había estado en dos viajes, uno que me llevó de norte a este, el otro de sur a oeste. Ambos intersectan en el lugar de origen y en el momento del renacimiento, como es descrito en el poema.

En narrativa concisa, encantadora o poemas intensamente líricos, Caraza registra la odisea de la mujer jaguar a los lugares sagrados del corazón, en Bosnia, los Estados Unidos y México en tiempos modernos. Viajamos con ella a lugares lejanos donde el espíritu—herido por la injusticia, el conflicto, la violencia y la muerte—debe refugiarse para recordar y para curarse. Ahí, ella padece el luto y dolor por la muerte, por los perseguidos, por los desterrados o por los “desaparecidos”, más allá de la esperanza de ser encontrados.

Ocelocíhuatl también homenajea a los sobrevivientes, las mujeres jaguares del mundo: la activista Aida Omanovic en el que una vez fue el multiétnico Mostar, Bosnia, casi devastado hace tres décadas, durante el conflicto étnico Bosnio-Croata. Con brazos adoloridos y manos desnudas, Aida-Ocelocíhualt arrastró los cuerpos de veintisiete de sus compatriotas y queridos amigos asesinados durante el conflicto. Sin ninguna otra herramienta más que sus dedos sangrantes, excarvó  sus tumbas, los enterró en un jardín frutal y plantó veintisiete cerezos, cada uno junto a cada tumba para conmemorar su sacrificio.

A través de los llorosos ojos de madres buscando a sus hijos perdidos para llevarlos a casa, Ocelocíhuatl busca las caras familiares de los “desaparecidos”, los 43 estudiantes maestros en Ayotzinapa, Guerrero, México. Los jóvenes varones fueron secuestrados por un cartel de drogas en complicidad con las autoridades locales por protestar la desenfrenada corrupción entre la ciudad y los oficiales de policía. “Los 43” no han sido aún encontrados, ni vivos ni muertos. En Missouri, la mujer jaguar hace suyo el enojo y la pena de la madre de Michael Brown, la de familiares, la de amigos y la de cientos de gente levantando sus voces como acto de protesta contra la sistemática matanza de la juventud afroamericana por la policía.

Ocelocíhuatl regresa al lugar de origen, la jungla mexicana, para renovarse. De ahí se dirige hacia el sur, para recobrar las huellas de los ancestros de los senderos andados a lo largo de la Ruta Puuc cuando viajaban a sus templos y otros lugares sagrados en tiempos precolombinos. Sin embargo ella no regresa al lugar de origen esta vez. En lugar, busca la compañía de poetas, muertos o vivos. El último poema en la colección es una oda al poeta mexicano Octavio Paz. “Paz” también tiene la connotación de lo pacífico, “La paz”. El poema es precisamente un tributo al poeta pero también es una afirmación a su creencia de que la paz es posible entre los pueblos.

Para Ocelocíhuatl, Mujer-Jaguar y poeta, todos los senderos sinuosos eventualmente retornan a ese lugar secreto, donde los poemas son semillas, “negra marea de sílabas cubre el papel” y rompe el “Subsuelo del lenguaje” para enraizarse, extender las ramas a los cielos, florear y dar fruto en los lugares sagrados del corazón.
 

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