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Por José de María Romero Barea |
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No. 84 / Noviembre 2015 |
Ave Soul: ser, estar y luchar La poesía no debe ser escrita, sino vivida. Un poeta abjura de toda literatura que derive su legitimidad de fuentes externas, ya sean el Estado o el arbitrio voluble de la opinión pública. Jorge Pimentel (Lima, 1944) es un poeta así. Por ello, la edición definitiva, revisada y aumentada de su segunda colección de versos, Ave Soul, es todo un acontecimiento. Si la poesía rehúye el aplauso, las redes convencionales del mecenazgo artístico y el apoyo oficial, Pimentel defiende en sus poemas la calidez de la vida, alimentada por la rabia y un sentido del idealismo acorralado: “Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan/ por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje/ que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando/ muy triste en ti…”. Ave Soul transpira ira visionaria. Se privilegian los lugares abandonados, los turbios personajes que pueblan un mundo violento: “La busqué indagando por un ser querido/ en hospitales de caridad/ en prostíbulos de Lima y provincias/ en asilos para locos/ en conventos/ ciudad tras ciudad del interior/ viviendo con rufianes de la peor calaña”. A modo de contrapunto, los poemas de amor cantan la posibilidad de salvación: “un compás de espera/ que se hace más desesperante induce a Alaín/ a abrazar a María, cansados como están/ más valdría que descansen, dejémosles que descansen”. La estética del poemario se resume en dos líneas maestras: la celebración de la existencia y la transitoriedad de la misma: “Y recuerda, esto no es el paraíso. / El paraíso es el poema/ que escribes cada día”. De raíz surrealista, Ave Soul sigue los dictados de Breton: describe un proceso más o menos dionisíaco, se rinde al acto inconsciente de la creación. Sin embargo, Pimentel no está dispuesto a dejar su elección de imágenes a la mera casualidad. Lo que el peruano propone es un enfoque deliberado, dentro de los márgenes y las fronteras del sentimiento. Su particular defensa del individuo y su salvación colectiva constituye tal vez el aspecto más novedoso o experimental de su poesía. Para Pimentel, como para Cioran, el exilio es casi una condición previa a la escritura: “Dejar una ciudad/ alejarte/ por un camino/ verde o anaranjado/ tejiendo una canción/ con tu silbido/ que llegue/ como la brisa/ al lecho/ que te sostuvo/ al cuerpo/ que te cobijó”. Ave Soul celebra la naturaleza hostil del paisaje, cuya gran virtud parece ser la imposibilidad de proyectar en él emoción alguna. Abundan guiños al conde de Lautréamont, al yuxtaponer imágenes duras y romanticismo: “… no eres libre de correr sino que te dopan te colocan/ descargas eléctricas, te manosean, te latigan/ con una fusta despellejándote (…) yo/ me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades/ de realizarme en medio donde la civilización/ se mata y permanecen odios, prefiero ser caballo.”. El poemario fue publicado hace cuarenta y un años por la Editorial Rinoceronte, en España. La censura accedió a permitir su publicación con la condición de no ser distribuido en territorio español. Apenas tuvo prensa en su momento dentro y fuera del Perú. Sin embargo, autores como Julio Cortázar (1914 – 1984) y Roberto Bolaño (1953-2003, autor del prólogo) supieron calibrar la importancia de poemas como “Balada para un caballo” o “El lamento del sargento de aguas verdes”. Sería casi imposible separar al poeta Pimentel del mito de creación propia que describen sus versos. El tono general de esta colección es el confesional, aunque para Pimentel los límites entre la vida y el arte son inexistentes. Por ello, sería un error clasificar Ave Soul como una especie de Canto a mí mismo neo-whitmaniano. Más bien, y esto lo relaciona con el modelo literario clave al que pertenece —el movimiento peruano “Hora Cero” de la década de 1970— lo que Pimentel busca es una especie de “poesía integral”, que postule la potencialidad transformadora del poema y defienda una ética que sea estética: “nos conjugaremos en ese verbo/ ser, estar y luchar/ para alcanzar la belleza de ese árbol/ que no paró de crecer”.
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