No. 99 / Mayo 2017
¿Cuál es el linde, o frontera geográfica y verbal en la que transcurren estos poemas? Con los años aprendemos a ser económicos con el lenguaje. O simplemente adecuamos una falencia. La frontera se llama bajo diversos apelativos: primer cordón, segundo cordón y tercer cordón según la cercanía respecto de la ciudad central, sus características urbanas y los periodos de tiempo en que se fueron incorporando a la urbe. El traje que nos cubre lleva muchas salpicaduras, drogadicción, años dorados, hiperinflaciones, saqueos, campeonatos de fútbol, esquinas donde amainar. El conurbano de Fernando Ayala está construido con todo lo que su mente fue capaz de imaginar y olvidar sobre el papel, y logra remitirnos a cierto verso de Vallejo: “¡Serán dados los besos que no pudisteis dar! / ¡Sólo la muerte morirá!”.
¿Es la ausencia la raíz de todas las cosas que importan? En Tanto amor plateado, el paisaje y sus marcas, sus tachaduras, comprenden una expresión personal, una identidad y un deseo estético; nos interrogan acerca de qué clase de literatura es aquella que no está sometida en igual medida a la avidez sensual de las palabras y a la fe en ellas, para evocar cómo partir hacia algún lado o malignar un recuerdo, en algunas ("Buscamos que el cielo monótono nos diga, / qué techo es mejor."), un destello oscilante, en otras ("Qué fácil es hablar de amor. / ¿Cuándo fue la última vez que comiste?") o el amparo de un mismo dolor ("¿Quién nos dará el tiempo y la distancia, / Quién se llevará nuestro mal?").
Hay veces en las que no se dispone más que de una oportunidad para decir algo: ("No alcanza con hacer las cosas bien, si estás solo"); cada poema, como una herida o un anhelo, crece donde no hay nada certero. El autor nos habla en varios idiomas, todos en la ferocidad práctica y visible, punk, del suburbio. Y al hacerlo nunca pierde de vista aquello que supo escribir un diácono anglicano e insular: No importa el significado de las palabras, lo que importa es saber quién manda.
¿Es la ausencia la raíz de todas las cosas que importan? En Tanto amor plateado, el paisaje y sus marcas, sus tachaduras, comprenden una expresión personal, una identidad y un deseo estético; nos interrogan acerca de qué clase de literatura es aquella que no está sometida en igual medida a la avidez sensual de las palabras y a la fe en ellas, para evocar cómo partir hacia algún lado o malignar un recuerdo, en algunas ("Buscamos que el cielo monótono nos diga, / qué techo es mejor."), un destello oscilante, en otras ("Qué fácil es hablar de amor. / ¿Cuándo fue la última vez que comiste?") o el amparo de un mismo dolor ("¿Quién nos dará el tiempo y la distancia, / Quién se llevará nuestro mal?").
Hay veces en las que no se dispone más que de una oportunidad para decir algo: ("No alcanza con hacer las cosas bien, si estás solo"); cada poema, como una herida o un anhelo, crece donde no hay nada certero. El autor nos habla en varios idiomas, todos en la ferocidad práctica y visible, punk, del suburbio. Y al hacerlo nunca pierde de vista aquello que supo escribir un diácono anglicano e insular: No importa el significado de las palabras, lo que importa es saber quién manda.