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LIBELO DE VARIA NECROLOGÍA Balam Rodrigo,
Secretaría de Cultura del Gobierno del DF, México, 2006

 Por Óscar de Pablo
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Por Óscar de Pablo

(Presentación leída el 26 de junio de 2006 en la Casa del Poeta Ramón López Velarde, de la Ciudad de México).

Si todo libelo es un panfleto infamante, en el que hoy presentamos dialogan tres maneras de hablar sobre la muerte faltándole al respeto; porque afirmar la belleza de la vida, me parece, siempre insulta a la muerte. Cada una de estas tres difamaciones está marcada por el número correspondiente de asteriscos. La primera, "De madame la loca y sus noches gáticas", es la denostación del despacio morir por abandono en una capital vertiginosa, la prolongada muerte de una mujer concreta: demente, vagabunda, rodeada siempre por su nube de gatos. Poema-territorio, ésta no es una provincia pequeña, es una orquídea. A este primer segmento quiero volver más tarde.

La segunda difamación de este libelo, titulada "La lengua de cardo ya más muerto", es la que trata más directamente con el trámite forzoso que es morirse. Ésta es la muerte vista desde cerca, tan cerca como sólo pueden verla unos ojos bien vivos que no le tengan miedo. Ojos de adolescente. Del papel al cerebro, esta lengua de cardo resuena seca y áspera como el canto cardenche, hiriente y erizado en disonancias. Es el segmento donde el poeta cede menos a las expectativas rítmicas de los oídos. Más que gustarme, me interesa mucho: es un poema en prosa disfrazado de poema en prosa.

La tercera calumnia, llamada "De los ebrios cazadores de luz", más que un poema es una serie de poemas, estos sí en verso, sobre la obra del fotógrafo Joseph Koudelka. Aquí el razonamiento y la palabra buscan apoyos fuera de sí mismos, y van creciendo como enredadera en su andamio de luz y de papel impreso. Una vez más, la muerte queda aquí denigrada por la belleza del mundo, en este caso hallada en una exposición.

Como la mayoría de los poetas actuales, Balam Rodrigo enfrenta el reto de rescatar sus temas de la experiencia viva, reconociendo el hecho de que la vida misma, sin embargo, llega a nosotros cada vez más mediada por las inteligencias de terceros. Así pues, creo yo que no podemos escribir como humanos en abstracto, como poetas puros, y es necesario hacerlo como intelectuales, si lo somos, como hombres en concreto; como “lectores” vivos de esta vida, que se nos va entregando en datos culturales, como la música o la fotografía: experiencias que marcan diariamente, con tanta realidad, o más, que las vivencias puras y directas, no mediadas culturalmente por los otros. Muy de su época, que es la nuestra, estos poemas son, o pueden ser, la otra voz en el diálogo con el poemario que escribió Julio Trujillo sobre algún perro de este mismo fotógrafo.

De las tres difamaciones del libelo, "Madame la loca" fue la que me cautivó definitivamente. Apenas terminada la primera página, ya estaba yo seguro de mi candidato. Voy a detenerme algo más en esta parte, también porque yo creo que sus virtudes iluminan las del libro en su conjunto, y hasta las de su autor, como poeta.

Dije que este poema es una orquídea, porque en cuanto se abre su pequeño universo, brota un vocabulario francamente opulento, intrincado y selvático. Es evidente que el autor no sólo es culto, sino que tiene un ojo muy sensible a las pequeñas joyas que la práctica diaria del castellano brinda. Pero ante la insaciable lujuria del poeta (lujuria léxica), las palabras existentes no bastaron, e hizo falta echar mano de bellos neologismos, realmente muy afortunados, en torno a una palabra que yo encuentro bonita como pocas: gato.

Y muchos de estos nombres de felinos se me quedaron resonando en la cabeza, y se sumaron al acervo de apodos que le endilgo a mi gato. Quizá haya sido su sabiduría en el uso del léxico existente, lo que en este poema dio solidez y crédito a las otras palabras inventadas, que así más bien parecen palabras descubiertas.

Pero su desbordante sensualidad léxica no es el único acierto formal de este poema. Desde el primer aliento, Madame la loca causa un disfrute musical que nos ataca el centro de la inteligencia. Gráficamente no estamos ante versos, sino ante párrafos, digamos, o versículos. Parece poesía en prosa. Y sin embargo aquí, como en la orquídea, nada jamás es simple.

Sin demasiado esfuerzo, uno puede encontrar que esta supuesta prosa se ubica firmemente, de manera intuitiva a lo mejor, en una tradición muy específica de escribir versos, la que nació en Italia y, desde Garcilaso, ha llegado a ser nuestra, hasta el punto de haberle dado forma, siempre orgánicamente, a nuestro oído mismo de lectores de poesía en español. Casi sin excepción, se puede dividir estos versículos siempre en versos de trece, de once y siete sílabas: una combinación elegante y canónica, y al mismo tiempo dúctil. Hagan la prueba en casa. Nos encontramos pues, ante una bella silva en verso blanco.

No quiero detenerme en el nivel formal. Gracias al virtuosismo de léxico y acentos, logra el poema una belleza todavía más profunda: mediante mecanismos estrictamente estéticos, consigue darle carne a una postura ética. Así, en el caso de Madame la loca, no encontraremos referencia explícita a la bondad humana subjetiva. Nada de compasión. Los datos duros que el poema nos aporta no nos informan sino del patetismo objetivo del caso. Y sin embargo, de la pericia formal y la imaginación combinatoria, surge luego algo más: La belleza, la tremenda belleza con la que se describe a esta mujer, a esa nube de gatos que la abarca, y a esa ciudad feroz que nos abarca a todos, nos permite a apreciar la empatía del poeta, casi tangiblemente; su profunda ternura por el otro. Es ahí en donde el virtuosismo en el uso del lenguaje hace tierra y se vuelve electroshock. No a pesar de su belleza formal, sino debido precisamente ella.

El poema no afirma nada más nuestra conciencia de que, en cierto modo, todos aquí somos esa mujer demente y vagabunda. Y no sólo se expone en él lo triste, lo miserable y sucio de nuestra humanidad, sino que, por obra y gracia de la palabra escrita, incluso se le canta a nuestra condición: se celebra lo humano. Tras el primer momento de disfrute estilístico, este poema se me quedó adentro como canto de carne y cercanía con la gente común, de carne y hueso. A esa mujer que, loca de soledad y desamparo, es también uno mismo y somos todos, le declara el poema su amor ilimitado. Gracias, Balam Rodrigo, por tu hermoso libelo de solidaridad.

 



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