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Palimpsestos
Édgar Reza,
Universidad de Guanajuato (Biblioteca Universitaria, colec. Anaquel/Poesía), Guanajuato, 2007

Por Juan Carlos Calvillo
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Si algo puede afirmarse al respecto de la poesía mexicana de nuestros días, sin temor a generalizar con desmedida injusticia, es que pasa por un momento en que aquello que debía escapar de toda clasificación obedece y termina invariablemente por reducirse a preceptos o intereses que apuntan fuera de la propia poesía. Trátese de un ingenuo mimetismo seudo-intelectual, de las vicisitudes de una problemática cultural o de cualquier forma de documento social, lo cierto es que aquello que subsiste después de la inevitable reducción del opulento discurso de la poesía mexicana es la arenga de lo aparente, la prédica accidentada de una circunstancia insignificante y por lo general, prescindible.

 

Sea porque se trata de una obra que no se interesa por ninguna trivialidad ajena a sí misma, o paradójicamente porque se trata de una poesía simplemente universal, Palimpsestos de Édgar Reza es quizás la única excepción, el único libro en México de poesía verdadera, el último intento desesperado por hallar para uno mismo un lugar en el universo. Poesía auténtica, verdadera, que sin embargo se resiste a afirmar la verdad, que interroga la percepción de la realidad no para dar con una respuesta sino para proponer un enigma, el cuestionamiento de la cuestión, de cuya incertidumbre no hay escapatoria ni real ni aparente sino tan sólo memoria. A casi una década de la primera edición de Entre la luz y la sombra, el libro de relatos que había logrado despedazar la relación narrativa para dejar correr el lenguaje en una suerte de flujo constante y eterno, la literatura —que poco podía deparar después de semejante quebranto para un transgresor como Reza— se sorprende de nuevo con una escritura entregada, consecuencia de una estética o víctima de una invasión de palabras; palabras —no pensamientos, ideas, pretensiones o intenciones— que vuelven continuamente a inventarse, a traslaparse, sonidos que vuelven ante todo a recordarse.

 

Palimpsestos no es una idea original. Tiene tanto de Giordano Bruno y de Dante como de Beckett. Jamás busca serlo, sin embargo. No es un poemario que trate la invención o el artificio como una forma de conocimiento humano:

 

escribir ahora esta apariencia indiferente

 

responsable de permutas de remotos tiempos

 

antes que el mar la cobertura que se extiende

 

por doquier este universo almacenado

 

indiscriminadamente junto sin ajustamiento alguno…

 

No es una poesía tampoco de objetos o pensamientos, de apariencias, de puntos de vista, tendencias o descripciones. Es una poesía de palabras que busca reencontrar aquello que hemos sabido siempre, la duda, nuestra propia perplejidad ante la vida, cómo hacer frente a la gran incógnita. De allí que después de la esencial demolición todo cuanto queda, lo que sobrevive, lo imperecedero, son los sonidos. Sonidos, no obstante, que operan en virtud no de un mero principio de saturación arbitraria sino de la articulación y el arreglo compositivo de la memoria:

 

ah cuántas veces no atreviéndome a parar

 

estuve errante

 

cuántas que me persiguió el ladrido de los perros

 

cuántas que olvidé quién era…

 

Palimpsestos es pues un arte de ensamble, un extenso manuscrito musical donde la reescritura, la inagotable reinvención del recuerdo se ofrece no como un medio de destrucción o de olvido sino como una nueva forma de ceder a la inexorable necesidad de crear. Es en este sentido que la memoria como certeza única de la condición humana se vuelve también falible, también vulnerable, y termina por funcionar como un palimpsesto más en el gran manuscrito, donde quizás lo que importa, lo que vuelve soportable la vida, no es recordar las cosas como fueron o como debieron haber sido sino recordar cada vez de un modo distinto.

 

En la poesía de Édgar Reza no hay, sin embargo, solución asequible. Cito: “lloré / quizá / hasta el alba / enfurecido / no recuerdo // me aguanto estas ruidosas cosas”. En palabras del músico Emilio Vega, Palimpsestos es un libro sobre el dolor, “un diálogo entre los palimpsestos mismos”. Pero no hay huella de una escritura definitiva. No existe ningún deseo absolutista por ocultar o disimular el caos de una percepción engañosa y equívoca. Si existe acaso la intención de purificar por medio del arte o la reinvención poética la anarquía de una existencia fortuita es tan sólo secuela o derivación de la profunda creencia de Édgar Reza en las palabras, consecuencia de su fe en el arte de lo imperecedero. Por citar la cuarta de forros de Pablo Raphael, “se trata del gozo doliente que significa encarar a la naturaleza, pero también a la condición humana”. Palimpsestos, la poesía de Édgar Reza, sinfonía de voces y palabras, es poesía viva, poesía del alma, poesía de una memoria que pasa fugaz y vertiginosamente frente a nosotros y que a menudo uno descubre emborronada y convertida ya en un nuevo manuscrito, un palimpsesto que no muere, que pasa de cuerpo en cuerpo, que renace de sus propias cenizas y que a veces, sólo a veces, reencarna de nuevo y se vuelve palabra.

 


 

 


 

 

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