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Dodo
Karen Villeda
Fondo Editorial
Tierra Adentro,
México, 2013.

Por Mariela Castañeda
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No. 89 / Mayo 2016


“Sólo en la superposición de ángulos se complementa el campo de visión.” Al afirmar esto acerca del cubismo, Cézanne lanza luz sobre los mecanismos de la vista, de la abstracción, y, para mí, de la escritura. Ofrecióme una atalaya desde la cual leer Dodo, poemario de Karen Villeda.

En Dodo la yuxtaposición inaugura el movimiento. Desata una historia: siete marineros a bordo del Güeldres, un barco flamenco, intentan sobrevivir sometidos a una violencia que excede lo humano, la violencia de la naturaleza, del viaje a la deriva. Villeda, desde la prosa poética, narra no desde una perspectiva de declarado juego geométrico, sino por una superposición de planos cromáticos, en este caso lingüísticos. La estampa inicial, primer cálculo de miembros, será una brújula:

 

Siete barriles desvencijados. Siete barriles como pretexto para catorce brazos. Cuarenta y nueve sacos, sacos deharina de trigo sarraceno para el ánimo púgil. Moscas, un ciento. Siete camisolas que palidecen con siete barriles. Sal por puños. Catorce brazos rivales, siete mares, una escotilla.  

 

La primera yuxtaposición une dos voces: una despersonalizada, que describe al desplazarse como cámara. La otra, una voz plural, construida desde el “nosotros”, el Güeldres como personaje:

 

Divisamos una isla. La sostenemos entre el pulgar e índice. Paisaje, una mosca- Leyendas del Mar del Norte hendidas en las costillas del Güeldres, siete marineros mordisqueándose. Siete lenguas hinchadas y catorce brazos rivales. Siete cabezas que cuelgan de una ola. Uno de nosotros está lanzando el arpón.

 

Escritura analítica, procesual, donde el espacio es focalizado, habitado por una descripción repetitiva que va desdoblándose mediante un lenguaje que apunta al detalle. Será en la alteración de estas secuencias donde el lector descubra el avance del tiempo. Villeda sólo referirá la muerte de un marinero al hablar, no ya de catorce brazos, sino doce.

El poemario funciona entonces como una colección de instantes construidos desde lo icónico. Su desplazamiento, no mecánico, sino desde el matiz estructural, sintáctico abunda en imágenes dislocadas, fragmentarias. Ejercicio de una memoria que funciona mediante imágenes, o encuadres, en el mejor de los casos.