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El paisaje es un verso de olvido
Juan Vadillo
Ediciones Sin Nombre, México; 2016
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Por Angelina Muñiz-Huberman
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No. 90 / Junio 2016


Si el paisaje es un verso, como Juan Vadillo afirma, entonces existe porque la poesía lo sustenta. Y si, además, es un verso de olvido no significa perderlo, sino que la memoria lo ha reconvertido. Es, por lo tanto, el paisaje un breve instante que sólo se mantiene vivo por la voluntad del verso. Será el acto poético el que detenga el fluir del paisaje y el correr del tiempo. Palabra tras palabra, ritmo tras ritmo, música no oída poseen la cualidad de seducir a la naturaleza y detenerla en su fragilidad. 

Versos en torno al amor, la danza y la música son versos de un paisaje añorado que no se pierde y que se trasforma continuamente. Como el rasgueo de la guitarra, la voz rasposa del cante flamenco, las palmas apuntaladas, el baile asertivo, son los versos renacidos de sones populares de este poemario de Juan Vadillo. Lo efímero se desdice y la letra lo atrapa: máxima aspiración del arte poética. Una plena melancolía entraña la actualización de temas tradicionales a la vez que eternos y un entretejido erotismo vuela entre las palabras.

El don de Juan Vadillo en este poemario es recoger placenteras tradiciones de los cantos andaluces y revitalizarlas de una sabia manera a la vez que profundamente original. En un momento actual de desconciertos y desarmonías como el que vivimos, la pasión poético-amorosa en su virtud primigenia recupera autenticidad y belleza.

Juan Vadillo gran conocedor del arte flamenco, por vocación y placer, ha realizado largos ensayos sobre la influencia que ejerció dicho arte en la obra de Antonio y Manuel Machado, José Bergamín, Federico García Lorca, Fernando Villalón, Gerardo Diego, Emilio Prados, Augusto Ferrán y Luis Rius. Larga lista a la que ahora se agrega su nombre.

La poesía flamenca es un misterio alojado en lo más desgarrador de las entrañas. Un delirio, como diría María Zambrano. Un recorrer los tiempos hasta llegar al primer canto, tal vez de raigambre órfica, ante la pérdida inevitable del ser amado. El dolor que propicia vida y muerte entrelazadas. El destino que se cumple y el lugar obligado en el universo. Cielo y tierra amalgamados. Enamorados.  

Son ocho los apartados que conforman el poemario. El primero, "Tu desnudez", es un canto al amor purificado en su trasparencia donde los símbolos de agua, cristal, sonido, adquieren su culminación al alba.

Y tu cuerpo desnudo y silencioso,
deshojando memorias con el viento
abrirá la mañana con su daga,
inventando la luz en los espejos.

El segundo, "El compás", es un elogio del cuerpo animado de ritmo, en baile contínuo, en pérdida de la serenidad, en embriaguez del alma: "La danza de la locura / Dionisos de los deseos".

Lleva el tercero el título de "Los puertos del silencio" como anhelo del retorno al mar imposible, origen de la vida, metáfora de todo amor y nacimiento de Venus.

El paisaje es tu cuerpo, horizonte
de promesas alado y marino,
entre conchas que enmarcan tus ojos
el paisaje es un verso de olvido.

"El delirio" es el cuarto apartado donde el fluir de las palabras entra en un torbellino de voces perdidas:

Solitario en su mente escuchaba
esas voces que siempre se marchan
y una lluvia de luces cruzaba
su delirio en jardines de escarcha.

Es el quinto, "El silencio y la muerte" que trata del paradójico estar muerto  en vida. Incluye también un poema a la memoria del abuelo ya no desaparecido sino presente en la palabra poética; y una rememoración del hombre de barro o gólem surgido de un cántaro de luz.


Hay más muerte en la vida que en la muerte
en el roce incesante que se fuga,
en el vértigo ardiente que desnuda
el recuerdo que muere en el presente.

"Los espejos y el sueño" se titula el sexto apartado, principio y fin del pleno  y el vacío, imagen soñada en espejo entre hombre y ángel.

Quise fugarme de mí mismo
cruzando el cielo delirante,
pero mis dos quebradas alas
heridas por la luz y el aire,
se desplomaron en el sueño
donde tu voz de azar renace.

El séptimo apartado lleva por nombre "La tela de araña", tal vez el más misterioso, cuyas claves sólo el poeta conoce. Un amor todopoderoso, armónico, que se construye con la belleza y la constancia del telar de la araña donde "está cifrado el Universo". Aparecen flores que renacen, versos dentro de versos y relatos del desvelo.

El último apartado regresa a las "Viejas rimas" para desgranar a la manera clásica redondillas, décimas espinelas, romances. En un alarde de perfección se retoma y cristaliza la palabra hecha imagen y semejanza de la creación en sus dos vertientes, divina y humana. Así, lo estático cobra vida en la escultura que pareciera danzar y que llamara al amor. El laúd y la guitarra compiten en sonidos toda vez inventados. Una enigmática Nuria resume el palpitante erotismo.

Nuria tus piernas de nieve,
desnudas como el paisaje,
me han helado los recuerdos
mientras que mis sueños arden.

Y el poema final esgrime la batalla entre razón y locura de un don Quijote que hace dudar al poeta mismo.

Será el sueño la vigilia,
será la vigilia el sueño
será la razón locura,
la locura de este verso.      

Con este primer libro de poesía de Juan Vadillo estamos ante una maestría del verso que se une al paisaje como rama de lo imperecedero, al debatir del alma, a la pregunta sin respuesta y al destino en revelaciones alcanzado.  


 


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