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Ver para leer
María Andrea Giovine Yáñez
Conaculta /
Dirección General
de Publicaciones,
México, 2015
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Por Nicolás Ruiz
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No. 90 / Junio 2016


Acabo de terminar de recorrer, apasionadamente, Ver para leer, el libro más reciente de Maria Andrea Giovine, publicado por el Conaculta y la UNAM. Como reflejo en el movimiento natural de cerrar un libro, veo de pronto la solapa y el título adquiere, para mí, otro significado. En un principio, este título parecía un juego de palabras natural y necesario: sabía que Giovine trabajaba, desde hace muchos años, con poesía en materialidades que van más allá del papel y la tinta, que se ha enfocado en estudiar, con la pasión que la caracteriza, las múltiples aventuras de la literatura en medios diversos, más allá de lo experimental, en la vida intensa de otras poéticas contemporáneas. Por eso leí el título por primera vez como un guiño hacia la poesía visual, hacia las palabras extendidas en un museo, hacia el concretismo o la ciberpoesía. Pero este título hace mucho más que señalar los posibles caminos intrigantes de la investigación de Giovine… Esto lo sé ahora, cerrándolo.

En Ver para leer hay un juego con la expresión común de sorpresa hacia algo que nos dicen, como una exageración común o mentira hiperbólica, y que no podemos creer hasta no comprobar con nuestros propios ojos: “¡Hay un unicornio en el patio!”…“habrá que ver para creer”. En la expresión está la sorpresa y la incredulidad frente a algo desconocido que se anuncia fuera de lo ordinario; algo inesperado, lejano de la lógica acostumbrada; algo, justamente, increíble. Hay en la expresión un dejo de reticencia y resistencia hacia lo improbable. Y así, en el título de este volumen, está ya incrustada la reacción de muchos frente a la incredulidad que pueden provocar los caminos más radicales de las propuestas poéticas que aquí se exploran. Porque en la reflexión de Giovine están plasmadas las reticencias a las que se enfrentan nuevos caminos insospechados de la poesía (y de la literatura en general) en la dispersión propia de este naciente milenio, con sus innovaciones tecnologías diarias y todas las inquietudes epistemológicas heredadas del siglo XX. Como dijo aquel enojado comentarista de YouTube, citado por Giovine, frente a la obra de Gonzalo Escarpa: “poesía visual, jajajaja ¡¡Qué poca vergüenza!! ¿venta de humo?”.

Aquí hay entonces, de entrada, una invitación a suspender la incredulidad, a permitirse reflexionar sobre nuevos caminos de la poesía que no recorren las sendas habituales que la tradición, con toda su problemática inexactitud, dicta como eternos. Una invitación, pues, a la aventura de exploraciones poéticas contemporáneas que cuestionan todo un edificio de estructuras aceptadas, de normas frágiles levantadas como bastiones, de evidencias que se imponen como certidumbres programáticas. ¿Acaso las letras no pueden ser observadas como manifestaciones estéticas de las artes visuales? ¿Acaso un objeto no puede ser un poema? ¿Es poesía lo que escribimos fuera de las páginas de un libro, en las calles que recorremos, en el cielo que observamos o en las moléculas que nos rodean? ¿Se puede leer como literatura el código detrás de un programa de computadora? ¿Pueden los robots escribir poesía? ¿Acaso el autor es todavía ese ente unitario, reflejo de un sujeto, referente de una persona social? ¿Puede desdoblarse en una multitud anónima que construye permanentemente una obra cambiante? ¿Puede moverse un poema, proyectarse alrededor de nosotros, difuminarse en sonidos o grabarse, literalmente, en la piel?

Todas estas preguntas están en la incredulidad inicial del título. Y luego encontramos otras inquietudes. Ver para leer parece una aseveración evidente. Por supuesto, se tiene que ver para leer: se lee con los ojos porque la vista permite la lectura. ¿Pero acaso es esto tan transparente? De pronto, al releer el título me doy cuenta de qué tanto llegamos a desencarnar la lectura; qué tanto la pensamos cotidianamente como un proceso abstracto que sólo media el cuerpo como silencioso espectador. Llegamos a pensar la lectura como un alimento del alma, contados nuestros regustos platónicos, que sólo pasa por el cuerpo como si cruzara un umbral discreto. Al releer el título me doy cuenta que no todo es tan evidente, que olvidamos la corporalidad de la lectura, la carnalidad del acto, que olvidamos, también, la materialidad misma del libro. A pesar de que, entre todo este olvido ingrato, seguimos teniendo gestos sensuales con el papel y la tinta. A mí me parece, por ejemplo, absolutamente extraño que se denuncie como maltrato inaceptable el marcar, doblar, subrayar los libros propios. Tal vez sea mi placer culpable, pero a mí esta perversión tan denunciada me pasa por natural, como un gesto íntimo, carnal, cómplice. Hablo con el libro inscribiéndome en él, plasmando mi diálogo en el suyo, junto al suyo, tocándolo con la invitación coqueta de sus márgenes, doblando sus hojas para señalarme, con papiroflexia irrespetuosa, el cisne bizarro de una cita. Claro, no todos comparten mis violentos vicios de lectura, pero no tenemos que ir tan lejos: ¿quién no ha abierto un libro nuevo para olerlo y sentir cómo suenan, con ritmo de fábrica, sus rápidas páginas todavía vírgenes bajo la presión de un pulgar? Hay una dimensión física y sensorial de la lectura que se extiende desde la materialidad del libro y que, aquí, en este gran espécimen libresco de Maria Andrea Giovine, se señala desde el título.

Por supuesto, este juego con la materialidad no se detiene aquí. Ver para leer recorre las inquietudes que Giovine plasmó, durante cinco años, en su columna de “Poéticas visuales” para el Periódico de Poesía de la UNAM. En ellas encontramos un panorama amplio e incluyente que parte de miradas más generales a la visualidad poética con consideraciones sobre el tiempo, el espacio, el movimiento, el azar, la tipografía, la interactividad, la autorreferencialidad y el fecundo intercambio entre disciplinas artísticas y medios en el contexto de las poéticas visuales. Y este contexto también figura, como bien apunta Roberto Cruz Arzabal en su magnífico prólogo, como principio metodológico que voluntariamente se rebasa. Porque si las poéticas visuales aparecen como el enfoque que privilegia Giovine, sus artículos exploran también creaciones multimediales en las que la experiencia estética pasa por el sonido, el movimiento e, incluso, el tacto de la piel como lienzo. Este primer acercamiento presenta así intrigantes diálogos con propuestas poéticas contemporáneas que interrogan los cambios epistemológicos y las rupturas vanguardistas desde principios del siglo XX. Después de Mallarmé, los espacios blancos de una página no pueden dejar de gritar sus silencios; desde la aceleración en el desarrollo tecnológico, el tiempo se fragmenta y nuestras percepciones de la lógica cronológica se modifican sustancialmente; desde la crisis de la modernidad los grandes sistemas de verdad no pueden sino ser cuestionados y hemos visto la voz del artista-autor tambalearse, frágil, frente a la incertidumbre del sujeto.

Aquí tenemos una visión generosa que siempre se enmarca en un proceso histórico, deteniéndose, a su gusto, en las peculiaridades productivas de un contexto cultural específico. Así, las propuestas de lectura que hace Giovine, en términos generales, para la primera parte del libro, pueden desarrollarse, en la segunda, con una búsqueda de ordenamiento tan necesaria como admitidamente provisional. Las taxonomías que se proponen, entonces, en el segundo apartado de Ver para leer, se admiten como atisbos de clasificación y ordenamiento. Y no podría ser de otro modo. La fugacidad de algunas propuestas estéticas, su constante movimiento e inestabilidad exigen lo que Giovine propone: atisbos que sirven también como pistas de lectura, como bocados para la curiosidad hambrienta y asideros para el viajero perdido. Se trata de puntos de referencia y no de clasificaciones rígidas, se trata de un recorrido que se permite seguir flujos sin restringir la marea cambiante de las propuestas que ordena. Dentro de la literatura lúdica, la ciberpoesía, la literatura en la piel, la poesía semiótica, la literatura hipertextual, las creaciones colaborativas, la poesía sin palabras y la videopoesía, encontramos escaños móviles en donde interactúan novedosas propuestas de difícil definición. La ambición de Giovine está aquí en proponer conceptos que sean lo suficientemente elásticos para la lectura de estas huidizas manifestaciones estéticas.  Es en este contexto que encontramos, por ejemplo, el término de “perceptor-reconfigurador” para caracterizar al receptor de un mensaje estético que ya no puede adecuarse exactamente a los términos que señalaban, antes, su pasividad. Es también en este contexto en donde vemos cómo se cuestionan otros pilares de los estudios literarios que ya no son conceptos sin pugna, eternos y llenos de significado estable: la idea misma de la literatura, la unidad del autor y su relación con el texto, el aspecto exclusivamente verbal de la poesía, la permanencia de la obra…

Finalmente, en una tercera parte, Giovine se interesa en manifestaciones individuales, ejemplos precisos de lectura de ciertas obras en el contexto de la intermedialidad, la iconotextualidad y las poéticas visuales. Aquí encontramos lecturas intrigantes de Eduardo Kac, de Matías Goeritz –en un inesperado ensayo, escrito por Cynthia García Leyva, sobre los acercamientos poéticos del renombrado arquitecto mexicano-, de André Breton, Ana María Uribe, de José Emilio Pacheco en proyecciones ecfrásticas, de Belén Gache en sus juegos literarios interactivos y digitales, de los homenajes de Rodolfo Mata, las inesperadas incursiones a poéticas alternativas de Octavio Paz e, incluso, a los aspectos iconotextuales en la obra de un polémico artista visual como Ai Weiwei, al otro lado del océano. Si bien este último apartado parecería cerrar el libro en un esquema que va de lo general a lo particular, encontramos que el ordenamiento de los artículos es tal vez más complejo. Porque, desde el principio, Giovine mezcla constantemente sus propias propuestas críticas con atisbos teóricos y una enorme cantidad informada de ejemplos. Aquí la teoría y la crítica no aparecen como disciplinas impermeables que se desarrollan independientemente de la creación artística: las manifestaciones estéticas que se abracan en este estudio contienen ya los gérmenes de un discurso teórico y la demanda violenta de un diálogo crítico con el lector.

En un momento, Giovine establece un análisis sugerente de un poema ecfrástico: observa isotopías, desnuda contrastes, despliega significados. Este gesto interpretativo es también la admisión compleja de su propia empresa: al analizar un poema ecfrástico, Giovine dibuja con otras palabras la imagen que aborda el poema. El metalenguaje crítico se convierte así, también, en écfrasis y se vuelven aún más complejas las relaciones entre escritura y pintura, entre niveles intertextuales, entre metalenguaje y obra, en comunicaciones inesperadas. Muchas de las obras que aborda este libro son profundamente autoconscientes. Estas obras ya sugieren, en muchos casos, el metalenguaje teórico que rodea su creación. Al hablarlas, clasificarlas, resignificarlas, Giovine no olvida nunca desde dónde está escribiendo, mirando, viviendo y escuchando. Su voz, aquí, entiende la autorreferencialidad a la que se enfrenta y se posiciona frente a la ella con toda consciencia. Por necesidad lógica, todo metalenguaje llama a otro metalenguaje en una cadena infinita –y no por ello vana-. Aquí, la conciencia lúcida de la enunciación de Giovine deja en claro que la cadena de metalenguajes propuesta por las obras que abarca, no se detiene en su libro sino que se prolonga, a partir de él, hacia otros parajes insospechados. Porque aquí no hay definiciones últimas sino propuestas que muestran, con su fugacidad valiente, el peligro de definir. Aquí no hay taxonomías definitivas sino ordenamientos movedizos que se pueden entregar, complacientes, a los movimientos siempre cambiantes y contradictorios de nuestro devenir contemporáneo. Aquí no hay puntos finales sino interacciones conscientes, regresos en el tiempo, pensamientos a futuro y un diálogo propositivo con la historia.

Pensamos en el constante cambio que quiso proponer, en sus escritos tardíos, Shklovski, modificando sus primeras incursiones teóricas en la idea de desautomatización para inscribirlas en un proyecto histórico. Porque la literatura está en constante cambio y los automatismos se desmontan en todo momento, en cada nueva propuesta poética, en sus repercusiones para la vida diaria. Desde que se ponen en duda nuestras nociones de lector, de autor y de texto leemos de otra forma, nuestra experiencia cambia más allá de la literatura en nuestras percepciones del paisaje, de la experiencia urbana, del tiempo, del espacio y de los sonidos habituales que se tornan, con la lectura alerta, en ruidos poco familiares. En Ver para leer también se inscribe este cambio de paradigma. Cada artículo se refiere a una publicación digital que comporta algunas imágenes de lo que se habla, los textos se acompañan de descripciones de las obras que Giovine interpreta, transcribiéndolas a otro lenguaje, hay constantes reenvíos hacia videos y páginas interactivas. En este sentido, este libro es un diálogo constante entre página y pantalla: interactuamos con diferentes soportes; mientras leemos, vemos, tocamos y escuchamos. La lectura, de pronto, ya no es un automatismo evidente, ya no es un paraje completamente familiar, sino que tiene la desconcertante virtud de lo diferente.

En un momento magnífico, Giovine cita el poema ecfrástico que hace Alberti de El Jardín de las Delicias de El Bosco mientras propone la escucha de la partitura que se escondía, dibujada, tal vez tatuada, en el trasero de uno de sus ojipelambrudos personajes. De pronto estamos leyendo a Alberti con un loop constante de una melodía mínima encontrada por investigadores necios, recreada por músicos, reproducida por una computadora, pintada por alguien hace 500 años mientras sostenemos el libro de Giovine y pensamos en otros infiernos. La experiencia de lectura de Ver para leer no es entonces algo ajeno a los temas que abarca. El mismo libro exige una recepción intervenida por otros medios, nos confronta con nuestra propia carnalidad al mover los ojos de una pantalla al papel, al mover las manos de un mouse a un libro, al escuchar mientras leemos, al interrumpir el hilo del texto por videos y poesía digital, al mostrarnos el presente de la lectura como algo mediado por el tiempo, por el espacio, por nuestra propia presencia física en el mundo. Y eso es algo que va mucho más allá del contenido del libro, extendiéndose a su propia materialidad y cuestionando la forma misma, desautomatizada, en que lo leemos. Desde que Giovine describe las obras que trabaja se pasa la estafeta, como invitación a otra lectura, al que sostiene su libro. Libro intermedio, libro de pasaje, libro de referencia, libro de rigor y libertad, libro compendio y libro propuesta, Ver para creer se sale de sus márgenes, a través de la historia, para llegar a la carnalidad de quién lo lee. Nos queda a nosotros seguir la cadena de significados, adentrarnos con la incredulidad renovada, con la curiosidad despierta, con la lectura alebrestada, a las creaciones poéticas de nuestro siglo, más allá del papel, más allá de la palabra, más allá de la vista. En todo caso, podrán decir que miento, supongo que, en este caso, que tendrán que verlo ustedes mismos para creerme.