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La alcayata
Jorge Brash
Instituto Veracruzano
de Cultura,
Veracruz, 2006.



Por Francisco Segovia
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No. 92 / Septiembre 2016



GRUMO
(Reseñas sobre una generación)

Talkin’ ‘bout my generation
The Who



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Advertencia


Es posible que un escritor no sea más que un manojo de tics, un conjunto de obsesiones que hacen grumos en su obra. A veces basta con mencionar una sola de esas obsesiones para tener al autor de cuerpo entero ante nosotros. Decimos “cisne” y acude Rubén Darío; “laberinto”, y aparece Borges; “ángel”, y ahí está Rilke. Caracterizar así a un escritor puede parecer injusto, pues lo reduce a un esquema. Pero eso es exactamente lo que buscamos al caracterizarlo: identificar al botepronto su carácter, pues un carácter —como decían los chinos del I Ching— es la cifra de un destino. Con todo, las obsesiones suelen modificarse al paso del tiempo. Siguen siendo las mismas, peroun poco diferentes. En ese cambio conviven el tiempo y el carácter del autor —o, para decirlo con Ortega y Gasset, en él se mezclan su Yo y su circunstancia.

A esto mismo se refería Goethe cuando afirmaba que todo poema es poema de circunstancias. Es eterno, pero lo engendra la evanescencia; apunta a la eternidad, pero tiene los pies plantados en un momento y un lugar precisos. También las reseñas surgen de la contingencia y —aunque no aspiran a la eternidad de los poemas— también ellas caracterizan y sitúan a su autor. Reunidas, muestran sus obsesiones. Pero, además, nos dejan ver cómo se le presentaban a él mismo esas obsesiones en su momento. Una vez más, el signo de los tiempos por un lado, el carácter por el otro.

Los ensayos y notas que he reunido en esta columna buscan ese doblez. Saben que han envejecido o envejecerán muy pronto, pero también reconocen que en eso reside buena parte de su sentido. Dicho de otro modo, saben que envejecer prueba que no son seña de la eternidad sino de su momento, pero también que el carácter de ese momento es de algún modo eterno. Aunque no fueron escritas a modo de testimonio, su reunión no puede dejar de tener algo de testimonial; es decir, de mostración duradera de un sitio y un momento evanescentes. Son, por un lado, arruga; por el otro, cicatriz.

Todos los poetas que se agruman en estas notas pertenecen a mi generación —una tribu que no sabrá leer las palabras del epígrafe sin el beat con que las oyó cantadas por primera vez... y por segunda, y luego tantas y tantas otras veces.
Se entenderá, así, que al decir “mi generación” me refiero a un grupo que yo defino según mi propia vida: todos son menores que mis padres (1927), pero todos son mayores que mi hija (1994). Estas páginas no tratan pues de gente que me educara a mí ni de gente a la que yo educara sino de gente con la que me eduqué, con la que aprendí y sigo aprendiendo. Por eso es un libro amparado por la amistad. Con una sola excepción (la de Juan Manuel Recillas), todas las reseñas fueron escritas sobre la obra de personas que conocía siquiera un poco, y que en general (no siempre) me pidieron ellas mismas que lo hiciera, para presentar un libro, una lectura, o a manera de introducción.

Todas las reseñas que junto aquí son inéditas. Lo cierto es que, a partir de cierta fecha, la mayoría de mis reseñas han tenido como destino el cajón. Se han quedado inéditas, en espera de que algún libro las recoja. Es un signo de los tiempos. También una seña de carácter. Por un lado, hoy hay menos suplementos culturales que antes, y los que hay han enflacado tanto y tienen tan reducido el estómago, que ya no aguantan platos de más de tres cuartillas; por el otro, yo no he logrado acomodarme a esa dieta, y creo que nunca lo haré. Por eso agradezco la amplitud del Periódico de Poesía, que ahora les da cobijo y, sobre todo, espacio…



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