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Nada se pierde
Jordi Doce
Prensas de la Universidad
de Zaragoza,
Zaragoza, 2015.




Por José de María Romero Barea
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No. 92 / Septiembre 2016



Jordi Doce: presente perpetuo


Jordi Doce (Gijón, 1967) es un poeta atípico, que ha optado por trabajar fuera de las camarillas y se ha labrado su propia reputación, sin mendigar la audiencia sobrante de ningún movimiento, sin venderse a ese lector que prefiere una poesía que sólo corrobora su propio punto de vista, aparentemente liberal. Destacan la amplitud de sus preocupaciones, la pasión y compasión de su inteligencia, el poder experimental de su oficio. Su poesía nos invita a aprender nuevas formas de ver y cuestionar nuestras suposiciones sobre el arte.

Sostiene Doce en el epílogo a sus poemas escogidos: “Toda escritura, en sentido estricto, es ocasional, aunque el poema, para serlo, deba trascender su ocasión; solo así podrá habitar el presente perpetuo de la lectura”. En la antología Nada se pierde (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2015), el asturiano asume sus responsabilidades cívicas y culturales: “La lengua de la guerra ha dejado de servirnos” (“Manual de instrucciones…”). Baja a la tierra para mostrar el “huraño sometimiento / que dibujan los lechos y las sílabas” (“Belfast…”). Su preocupación por la memoria se traduce en percepciones precisas de “la luz arrasada, muda” (“Regreso…”).

Comparte con Wordsworth el instinto para los ciclos naturales (“vuelve el frío o imagino que vuelve” (“Herida”)). Escribe sobre las “formas que solo existen en la interrogación” (“Antisilencio”), pero lo hace sobre nosotros mismos. “Albada” se mueven entre las formas (“esa sombra soy yo, tiene mi nombre …”), mientras concilia “lo que puede decirse o está dicho”. “Aniversario” está marcado por el dolor de “un día cualquiera, con su ajuar de costumbres”. En “Epílogo”, la percepción de “la luz y sus tenazas tenues”, se combina con el lugar para convertirnos en testigos.

Al igual que sus admirados Octavio Paz y Charles Tomlinson, Doce defiende la obra de otros en sus ensayos (Las formas disconformes (2013); Zona de divagar (2014)). Su poesía y su poética hacen avanzar el arte y lo convierten en una forma de entender y expresar el mundo. Como orfebre del silencio (“Mejor no decir nada” (“El esperado”), traductor (de Blake, Auden y Simic, entre otros), promotor y editor, es un poeta internacional y, al mismo tiempo, profundamente español. Un clasicista anarquista; un preciosista apasionado. Estas oposiciones aparentes son también partes de una gran tradición que, en Nada se pierde, logran el equilibrio, la síntesis y la expresión maravillada.



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