No. 93 / Octubre 2016
La insoportable levedad de lo cotidiano intervenido o Armando Alanis y las víctimas que faltaban
Por Élmer Mendoza.
Sólo los hombres firmes son poetas, y sólo los que ven las heridas supurando escriben la verdad. Son los únicos que pueden soportar ese desprendimiento que los mata una y otra vez, cuando los tiempos se resisten y el sonido también es enemigo. Ciudades convertidas en blancos fijos, móviles; en callejones sin salida, pasos de gato. A ir contra esa crueldad nos invita el poeta; parte de la estrategia es este libro, que descubre un creador que encontró las palabras para nombrar la rabia, el abismo, el gesto y el miedo que ahora ocupa su ciudad, para informar los nombres del canalla.
Hay rabia y hiel en este libro; también desazón, censura, indefensión. “Antes de la decapitación ya había perdido la cabeza”. Cada poema es muscular, una llamada de atención y una desnudez. El sentimiento de que no es tiempo de callar ni de estar solos. “¿Todas las preguntas tienen respuesta?” Claro, la raza humana existe porque se acompaña; no como dócil manada, sino como imbricación de luz y sombra donde el miedo es a los fantasmas y a lo desconocido; no ha jóvenes en vehículos de ensueño entrenados para matar: “Aparecieron/ Sí, pero en una lista de desaparecidos.”
Alanís reflexiona sobre la confusión que produce vivir bajo la amenaza de nadie y de todos, reconoce que es imposible ponerse en situación para ver, sentir o escribir de otra manera, de otros temas. Por eso su poesía es húmeda, filo de papel que devela y revela en nombre de sí mismo, la insoportable levedad de lo cotidiano intervenido. Por momentos, el hartazgo tiene la palabra: “Habrá analistas, habrá clientes, habrá cómplices, habrá optimistas pero no habrá valientes”, nos señala las voces múltiples que intentan explicar un país desde su palidez. Las fuentes del poeta regiomontano son vivas: narco mantas, prensa escrita, conversaciones en bares y la de su ventana. El sol de Monterrey es capturado, ¿es posible hacer un poema? “Ciudad Juárez/ la gente paso a paso huye a El Paso.”
Este es un libro de poemas sobre el desgarramiento; no obstante mantiene un grado de picardía y le pica los ojos a la muerte, el único ser que jamás aprendió a reír. “Hagan una rueda, hagan una rueda… donde rueden las cabezas”, canta y baila el poeta, que luego confiesa: “Yo no era apto para tal acto”
Ingeniosamente, Armando Alanís, que nació en Monterrey, México en 1969, reparte la carga terrible que una conflagración maldita ha traído para algunas de nuestras ciudades emblemáticas: Tijuana/ “Dura patria: permite que en cobijas te envuelva”; Ciudad Juárez/ “¡Arriba Juárez! (Pero en las estadísticas)”; Reynosa/ “Dura patria: te amo…por tu maldad y el polvo maldito”; Matamoros/ “No hay moros en la costa, los ejecutaron, me consta.”
Alanís participa con seguridad en una redada a favor en la palabra y ejecuta las reflexiones, no sobre las formas de elaborar un verso, sino en las líneas que levanta el aire que recorre las calles y los cuerpos que caen acribillados construyendo otra historia: “Una narco manta, ¿es una publicación?” Evidentemente, se detecta una profunda ironía en estos versos decididamente emergentes, que pueden tener todo, menos inocencia y desde luego que hay imágenes poderosas protegidas por el chaleco de la fineza del lenguaje y de la forma y que se fortalecen en el estruendo de un tema que a todos los días es alimentado con las victimas que faltaban, afortunadamente hoy son lectores.