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Por Juan Peregrina |
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No. 102 / Septiembre 2017
El privilegio de leer poesía como la de Caraza es que la unión de belleza, colorido, lírica y compromiso es una epifanía posible.
Dicho descubrimiento es hallado por el lector, por la lectora, desde el título: la insinuación de la tristeza, del agua, del color de la sangre y la pasión, en dos palabras, es un acierto por parte de la autora.
Xánath Caraza no es nueva en estos lares: es una experimentada poeta, cuentista, profesora, viajera… Es una observadora más del mundo, solo que su parte traductora —esa que las poetas conectan cuando algo de la realidad les atrae— es más sensible que en otras personas y así tiene la capacidad de expresar realidades múltiples, darnos a conocer personajes de color y sonido puros y ambientar las situaciones con un lirismo exquisito.
Dicho descubrimiento es hallado por el lector, por la lectora, desde el título: la insinuación de la tristeza, del agua, del color de la sangre y la pasión, en dos palabras, es un acierto por parte de la autora.
Xánath Caraza no es nueva en estos lares: es una experimentada poeta, cuentista, profesora, viajera… Es una observadora más del mundo, solo que su parte traductora —esa que las poetas conectan cuando algo de la realidad les atrae— es más sensible que en otras personas y así tiene la capacidad de expresar realidades múltiples, darnos a conocer personajes de color y sonido puros y ambientar las situaciones con un lirismo exquisito.
Los treinta poemas que conforman Lágrima roja tienen un objetivo esencial entre otros muchos que cada lector o lectora puede entresacar de ellos: convertirse en un testimonio poético de una de las realidades más duras que vivimos en el mundo desde hace bastantes años, sin que haya manera de reparar, corregir o subsanar una multitud de lamentables asesinatos como son los ocurridos por la violencia machista en México.
Ya Bolaño —y otros— nombró el dolor y denunció a los culpables. Caraza se implica en el discurso coherente de la mujer que sufre por empatía o cercanía directa con sus hermanas: niñas, jóvenes, adultas y ancianas continúan sufriendo las consecuencias de un poder y una mala educación —como en España— mezclados con los carteles de droga, rituales o excusas de misas negras y un sinfín de retahílas que desde el poder masculino se inventan para justificar lo injustificable.
Caraza es solidaria y expande el calvario a Centroamérica, consiguiendo que el poemario se convierta en un grito de indignación, de dolor profundo que viaja hacia y desde las raíces mismas de la sociedad. Toda la elegancia, el colorido y las líricas referencias a las actitudes o sentimientos de las hembras que sufren están destinadas a revolvernos, a movernos: a colocarnos delante de nosotros una belleza dolorosa, un discurso cuyo efecto no olvidamos tras su lectura, y conseguir algo memorable en los tiempos que corren.
Hay unas cuantas preguntas que Xánath Caraza intenta contestar con nuestra ayuda: se incorpora al grupo de artistas que se cuestionan, desde la autocrítica, desde esa amargura que funciona tan bien en las cabezas creadoras y que expande el interrogante eterno: ¿sirve el arte, la poesía, para algo? Es decir: su discurso poético ayudará en algo, o no; sus palabras moverán, como decíamos, a lectoras y lectores, o no: dudas, preguntas y desilusiones, ya que la otra gran pregunta es: ¿y la justicia? Tras contemplar lo que nos entrega el mundo, ¿hay algo justo en la violación, mutilación y asesinato de una niña?
Existe la música que rescata la poeta de un nefasto ambiente para las femeninas presencias que cruzan este poemario: la sensibilidad de Caraza fluye entre aromas, colores y matices que desbordan el conflicto y nos elevan más allá de la pena o la alegría: nos hacen sentir una tenue melodía distante pero familiar, nos repone de “los malos tragos” leídos el uso de repeticiones medidas, cambios de expectativas en el lector o lectora, versos como estribillos (esos sueños que cruzan que cruzan sueños) y la naturaleza emerge: la madre tierra, los árboles y el verde, la desbordante y colorida hembra naturaleza, poderosa y preñada de agua, del líquido material del que provenimos y al que nos encaminamos tras pasar por la tierra, como muchas de las protagonistas del libro.
La defensa de la mujer, en este maravilloso y esclarecedor libro, se amplía al incorporar la poeta un sentimiento afín a los pueblos que también desaparecen por la maldad, la avaricia o la globalización que quizá es el signo de nuestros tiempos.
Un magnífico ejemplo de retórica del color, del agua y del compromiso: el último poemario de Xánath Caraza, Lágrima roja, distingue a su autora como una de las más adelantadas de las poetas hispanoamericanas en lo que a tradición y modernidad se refiere, y en la honda preocupación por el otro, por la otra, que su corazón de artista y sus manos de poeta pueden escribir en conjunción con el hermoso sentimiento de traducir lo que sentimos todos y a veces no somos capaces de expresar: para esto el verso, el lirismo, la poesía de Xánath Caraza.