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No. 50 / Junio-Julio 2012

 

Agustín Abreu Cornelio
(México DF, 1980; vive en El Paso, Texas)

  


Visión


Mi madre y mis hermanos oyen el vértigo seminal de los amaneceres.
(Tras la luz vienen las moscas y la televisión que transmite el lamento inconsolable de los billetes rotos. ¿Qué rosas nos deparará el día?)
Mi madre y mis hermanos dicen que los muertos echarán un día el cerrojo y que nunca pasarán nuestras jorobas por el ojo de Dios.





                                                                           


Infancia


Todavía se sacude la gallina que mi madre colgaba en el patio. Yo la miraba manchar dulcemente el piso y convocar a las hormigas. Luego debía irme lejos de la casa, por el potrero, para tirar las plumas que eran una premonición del caldo. Recuerdo tras de mí la mirada de las perras.

Mi madre siempre cuelga la misma gallina, cuyas plumas escriben la definición de mis temores.

                                                                     *

El verano pasea por la ciudad
que puso la cruz a nuestra suma, pasea
los billetes en los ardores del futuro.
Por eso tomas la guitarra y las canciones,
              y tomas de mi conciencia.
      Me veo esperando el camión que se 
            va
      con el rumbo de la infancia, ese
            instante
      donde el odio se percibía sin nombre
      y la piel de las gallinas era dócil bajo
           mis ojos.
      El sacudimiento es una arruga
      donde guardo el cabello de una
            mujer.

 

 



                                                                          




Infancia


Todavía se sacude el patio que recibía el amor de las gallinas. Todavía se sacuden las hormigas rojas por los linderos de mi vaho. Los dedos del desierto están creciendo en el potrero y soplan la lejanía con sus plumas. Aunque la memoria siempre actúa en el presente y en las humedades. Aunque mi casa esté más allá de la gallina, siendo hambre. 
 

                                                                   **

El verano hace una plegaria por los
    muertos.
           Sol que horada mis páginas vacías
           y balazo disperso en lo más árido
          de mí: su nombre sigue 
                diciéndome no.
          Aunque mis arterias procuran
          cicatrizar, en el corazón hay un filo
          de golondrinas: de mí no queda
          más sangre que verano. 

 




Derrota



Empuño los termómetros, pero me falta valor para escribir la rendición de esta ciudad. Los niños ya no cuelgan de las azoteas y los jóvenes salieron a desvirgar sus balas. Las madres tartamudean cuando se les exige su ración de amor.

Cronista incipiente, aprendí a escanciar la vida en las plumas que se han de comer los gusanos; pero la vida es una lágrima acosada por los perros.






 
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