Sergio Téllez-Pon
(México, D.F; 1981)
El agua, en la playa,
me embiste los pies
una vez y otra más;
el agua profunda del Pacífico
—el Pacífico siempre—
emerge,
siento su frescura
venirme de abajo.
Me asombra su persistencia,
sólo puedo contemplarla.
El sol cristaliza
la espuma salada
que lame la orilla del mar.
Es liberador caminar
a lo largo de la playa.
Las olas revientan
a la altura de mis tobillos,
esa agua es un bálsamo:
me limpia de mis impudores,
todas mis preocupaciones,
todas mis molestias,
todo se lo lleva.
A Enzia
Qué es el amor, se cuestionó Auden.
El amor, le respondería Cernuda,
es una pregunta cuya respuesta
no existe.
No matarás, de Kieslowsky
El último cigarro del condenado a muerte,
antes de la horca y el último respiro,
una calada: es su última voluntad.
Insomnio
Anoche mi cabeza
era una cazuela
hirviendo de grillos.
Embriagado, poseído,
bajo a la orilla del gran río:
si pongo atención,
puedo escuchar
la música, a lo lejos:
con él de piel cobriza al lado,
me arrodillo envuelto
en una nube de cerveza:
emerjo lívido del éxtasis:
borracho cruzo la noche,
guiado por una tenue luz,
regreso, ya sin él:
del delirio al vómito.
Todo puede detenerse,
sí,
puede hacerlo
por un instante,
sólo por uno,
si se quiere:
cuando alguien
se sumerge en la lectura
entonces el tiempo se suspende.
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