Consigna de los vientos
Poesía hondureña en resistencia ante el golpe de Estado
 
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Fabricio Estrada

 

La poesía en resistencia ha levantado en todo el territorio hondureño, un vendaval de versos que confluyen en un solo grito de dignidad herida, pero también, ha llegado como una transparencia que hace flamear, limpiamente, las banderas y las consignas fundadoras de una nación diferente a la conocida hasta entonces.

Pocas visiones han sido superiores en nuestra tierra que aquella donde las palabras emergieron de entre las grietas, sobre los muros, como hormigas furiosas. Pocas veces hubo entre nosotros la necesidad manifiesta de crearle un lenguaje a la mudez histórica, al murmullo y al trepidante morse de los dientes apretados por la furia.

La brutalidad del Golpe de Estado en Honduras no pudo ser mayor. Desde las primeras horas del domingo 28 de junio 2009, el país fue castrado en todas sus comunicaciones y relaciones cotidianas. Se sacaron del aire todos los medios que denunciaban lo ocurrido y se instauró un culto al civismo a ultranza y al folclor como identidad. Las instituciones culturales estatales fueron usurpadas bajo esta visión, al igual que ocurría en todas las manifestaciones de nuestra ciudadanía. La represión señoreó sobre las aguas, pero la poesía se negó a callar.

El pueblo se empoderó del lenguaje poético y lo empuñó para expresarse a través de los pocos medios radiales que aguantaban la embestida. Cuando se opinaba, se hablaba en verso y cuando se quería llorar por el terror, se cantaba. El pueblo hondureño con sus formones, encontró en la poesía su aliento y andamio, se dio cuenta de que su oralidad siempre fue poesía a la hora de reclamar dignidad.

Y fue por ello que las paredes hablaron sin tapujos por medio de grafitis. La procacidad, el exabrupto y las palabras que se hundían como cinceles dieron el tono, la métrica, los pies quebrados, las dulces redondillas del insulto frontal y la piel quemada por el sol de las gigantescas marchas…. No era tiempo para exquisiteces: la palabra iba delante de los y las poetas y había que alcanzarla. Honduras era el poema, su dolor; y nosotros, la letra que se reordenaba sobre el papel manchado, el alfabeto que deletreaba el pueblo con su lengua recién nacida.


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