Consigna de los vientos Poesía hondureña en resistencia ante el golpe de Estado |
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![]() (Sabanagrande, Francisco Morazán, 1974) Consigna de los vientos Nada en el mundo pudo enseñarnos mejor que la amarga intuición de la herida. Así es como aprendimos a saber de la justicia antes que de la ley, del mar extendido antes que del río manso que socava nuestras casas. Preferimos por lo tanto abrazarnos a las olas y señalar de frente a los asesinos. No somos los hambrientos que se rompen los dientes con el pan duro de la filantropía, ni los sedientos que se atragantan con la empozada saliva de los discursos. Hemos llevado las espigas a las tierras donde todo alimento se multiplica y donde sobran manos para esculpir la cosecha. No llegamos hasta las cumbres para caer de pronto llenos del vértigo de los cobardes; no somos quiénes, no. A un paso del camino se yergue el destino que nuestra propia sombra ha señalado. Como enjambre de nubes, llegamos al punto donde todos los inviernos revientan en un millón de pájaros insurrectos. Fundación del paraíso Sucede que estamos en inventario. Estamos desmontando un mundo, estamos desmontando el artificio. Ocurre que estamos borrando el número de serie y volviéndonos artesanos, llenos del barro de los días, amasados por el golpe, nos estamos haciendo irrepetibles. Cada cosa, cada concepto es devuelto a una categoría básica y sustanciosa. Trilobites, sílabas unicelulares: piedra, grito, alma. Sucede que Eva sacó la cara y Adán la acompaña con su listado de novedades: esto es alegría, esto es tristeza, esto es mañana y esto olvido. La mirada, los árboles, la hondonada de una herida brutal, ya son otros paraísos los que buscamos, nos hemos hartado de todos los frutales. Esto es dolo, esto es ángel inverso, esto es flor y esto un hombre desollado. Ocurre que estamos inventando el tiempo y el sueño debe esperar, con su capa rota el sueño, con sus brillos el sueño, con su descanso mortuorio el sueño. Hemos abierto -de un solo tajo- el vientre pulposo del bien y el mal y lo entendemos frío, áspero, entendemos que el viento silba nuestros nombres y a él nos entregamos llenos de ramajes. Sucede que nos sabemos nuevos y estamos en inventario. |
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