Defensa de la poesía 


El carrusel y la alfombra mágica
Pedro Serrano

defensa-41.jpgLo que separa al puente como juguete o juego del puente como información o medio de transporte, o en otras palabras, lo que separa al poema de cualquier otro lenguaje, es que se reacomoda en la cabeza de quien lo recibe o escribe y ahí empieza a dar vueltas como las dachas giratorias que aparecen en los cuentos fantásticos rusos. Esa conducción enloquecida que es un puente circular, por su misma naturaleza se vuelve exponencial. El hecho simple de la repetición, del ir y venir por encima del puente, o del camino, hace que su experiencia se haga infinita. Los poemas se cruzan como puentes virtuales, puentes colgantes de la nada a la nada, que es donde habitamos todos. El puente de un poema, que en realidad es un carrito de un juego mecánico, que en realidad no es nada, conduce de un lugar a ese mismo lugar. Lo que un poema transmite no es información sino forma pura. Y por eso, en efecto y de manera efectiva, transforma a quien lo aborda. Un poema no pasa en el tiempo sino en la materia. El poema no es temporal porque es un juego o porque, como quiere Paul de Man, está hecho desde la muerte. Ambas cosas: su ligereza y su trascendencia, su no importancia y su radicalidad ósea.

 

No. 41 / Julio-agosto 2011

 

Defensa de la poesía


El carrusel y la alfombra mágica
Pedro Serrano


defensa-41.jpgLo que separa al puente como juguete o juego del puente como información o medio de transporte, o en otras palabras, lo que separa al poema de cualquier otro lenguaje, es que se reacomoda en la cabeza de quien lo recibe o escribe y ahí empieza a dar vueltas como las dachas giratorias que aparecen en los cuentos fantásticos rusos. Esa conducción enloquecida que es un puente circular, por su misma naturaleza se vuelve exponencial. El hecho simple de la repetición, del ir y venir por encima del puente, o del camino, hace que su experiencia se haga infinita. Los poemas se cruzan como puentes virtuales, puentes colgantes de la nada a la nada, que es donde habitamos todos. El puente de un poema, que en realidad es un carrito de un juego mecánico, que en realidad no es nada, conduce de un lugar a ese mismo lugar. Lo que un poema transmite no es información sino forma pura. Y por eso, en efecto y de manera efectiva, transforma a quien lo aborda. Un poema no pasa en el tiempo sino en la materia. El poema no es temporal porque es un juego o porque, como quiere Paul de Man, está hecho desde la muerte. Ambas cosas: su ligereza y su trascendencia, su no importancia y su radicalidad ósea.

Antonio Gamoneda decía una vez que la poesía no es ficción. Pero, añadía, Kafka es poesía, y Faulkner es poesía, y Rulfo es poesía, y Virginia Woolf es poesía, y el Quijote es poesía, lo cual cambia radicalmente el sentido de la discusión. Es decir, la oposición que verdaderamente importa no se da entre prosa y poesía, cuya diferencia es pura exterioridad, sino en la manera en la que la escritura se acomoda en su recorrido para que al volver la página lo que leímos no nos abandone, sea un poema o una narración. Lo que acerca a todos estos escritores es que las estructuras narrativas de sus novelas están sostenidas en lanzamientos rítmicos, en hojarasca de imágenes y en oleaje versal, que es lo que sostiene cualquier poema digno de no dejarse pasar. Como el “polvo serás más polvo enamorado” de Quevedo, estas novelas quedan inscritas en nuestra mente y son imposibles de erradicar no porque sean novelas, sino porque la tela larga de su narrativa ha sido bordada y cosida con los mismos hilos invisibles con los que están hechos los poemas que suponemos indestructibles. Como en ellos, su efecto siniestro sigue siendo efectivo en cada nueva lectura y en cada individuo que ponga los ojos, el oído o las manos en ellas.

El comentario de Gamoneda desmonta cualquier edificio construido sobre la oposición entre brevedad y extensión para separar las aguas y poner de un lado los peces fugaces del poema y del otro las lentas y extendidas mantarrayas de la narrativa. El sentido que Gamoneda quiere darle a la palabra “ficción” es aplicable a todo aquello que puede deglutirse y luego repetirse letra por letra, u olvidarse simplemente sin que venga nunca más a cuento. Pero su afirmación va más allá, pues pone en crisis todo el edificio de los estudios literarios, basados en la separación entre poesía y prosa, una falsa oposición.

Al hablar sobre el inicio del Quijote, “En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”, Jorge Aguilar Mora señala en Hojarasca y naipes, 
(https://archivopdp.unam.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=1856&Itemid=130) que “La frase es un modelo de prosa con estructura poética casi invisible, un paradigma inigualado de sabiduría narrativa y una declaración intempestiva de la Voluntad.” Su análisis de ese octosílabo y ese endecasílabo con que abre la novela no es otra cosa que una explicación suscinta del poder que habita en todo poema poderoso: “El camino que atraviesa esos estadios – el mero lenguaje, la figuración narrativa, la afirmación voluntariosa – y que, para recomenzar el trayecto, regresa al punto de partida que ya no es el punto original, que ya en ese proceso ha cambiado y se ha elevado a otro nivel, ese camino crea una disposición que le permite retroalimentarse infinitamente, recorrerse a sí mismo sin cesar. ¿Se repite convirtiéndose en una pesadilla de frecuencias encima de frecuencias?” En el Quijote, como en el poema de Quevedo, la disposición de sus palabras, es decir su manera de organizarse, es lo que hace que el tránsito no vaya de un lugar a otro en una mera linealidad sino que se recorra infinitamente y se retroalimente sin cesar. El Quijote es el Quijote porque el camino de lo narrado se vuelve sobre sí mismo y se convierte en una alfombra mágica en la que volamos vertiginosamente, y es al mismo tiempo un carrusel en el que los caballitos se mueven siempre de la misma manera, vuelta tras vuelta, infinitamente.

Como Gamoneda, Aguilar Mora toma el libro de narrativa por excelencia para abrirlo, darle un golpe de dados y leerlo como poema, no como ficción. El Quijote es poesía porque lo contiene un ritmo, en este caso narrativo, que recorre en cancina cabalgata las planicies caniculares del verano manchego, un madroño aquí, otro encino allá. En ese recorrido, en ese ritmo, se erige una continua multiplicidad incansable de sentidos distintos, irreductibles e inclasificables. Y son tan poemas estos ejemplos, como lo son las narraciones de Kafka, porque, en ambos, lo que traen en sí es una forma, nunca información. La inquietante maravilla de la escritura de Kafka es que está llena de informantes que en realidad no informan nada, es decir, de puentes que no llevan a ningún lado. Digámoslo de esta manera: la escritura de Kafka es poesía pura y su forma narrativa.


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