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No. 46 / Febrero 2012

 
Concepción Bertone
(Rosario, Argentina, 1947)


El baño
a  Ángel y Antonio Oliva
 

Lo bañamos juntas. Adjuntadas
diría él
asociando la limpidez
y las manos. Lo bañamos
o él se dejó caer
en la caricia tibia del jabón. En la piel
replegada en los pliegues del cuerpo
peso muerto del amor. En lo infuso
de la infusión de una gracia
de agua lustral. La falacia
de un Jordán lustratio. Lustración
que purifica ¿qué? Nada
más la delicia
finalmente hallada
en las antes obligadas Furias del aseo:
esa pavada social. ¿A qué olemos si
no olemos a nosotros? Hubiese dicho
pero no dijo
nada y se dejó
caer en el ligero vaho del vapor de las antes
acerbas Sierpes de esa fuente
que ya no fueron más. Entonces,
él paladeó el instante. Esa
ablución sumida del Instante
en la pleura
de una cavidad límpida
de porcelana
en la bañadera. Blanca
la toalla
enjugó su dicha, el placer
empero
en el antes reniego del placer. Zulema
le cortó las uñas de los pies. Recuerdo


su cuerpo sumergido
en el recuerdo amoroso del agua
y sus palabras: “Nunca me sentí
tan bien, quisiera dormir
mucho tiempo…”


Después, acostado
en el cuerpo perfumado
se ensoñó. Se fue
durmiendo en el cuerpo
de un sueño pernoctado
y limpio de otra noche. Aseado
de otro día. El instante
“en que brilla y muere
en una flor rápida… (momento fulminante)
(resplandor fulgurante)
sobre alguna transparencia de éter”
la presencia. Todo
aquello que cuando cesa
se presenta. Brilla
para extinguirse y
más se vive
para extinguirse. Y no.






Años De Soledad
 
a Bonzo
Piazzolla-Mulligan

Me lee una carta, una muerte
que habla de otra muerte, una
suerte de poder decir ese amor
del autor de la carta que él me lee. La lija
-áspera de la pez- frota
la palabra que nada en la derrota
que glorifica
la palabra derrota. La lija
en su papel de lija, pule el metal. Lo brilla.
Lo atalaja. No lo ablanda
su ardor sino ese amor otro
que dice el autor
de la carta que él me lee. Y
se llueven las lágrimas, se atormentan
los ojos, las mejillas de los dos
en la noche que aún mora en mí. (Amor
mío, de vos todo viene y se va
cuando aclara
y la música cesa.) En la ventana
el sol cruza la reja, atraviesa el cristal
como la hija que muere en la carta
mientras su padre la vive en
la carta que escribió. La vida dada
de los dos, la victoria ganada en
la pérdida. La medida de la vida
cuando no hay vara que la mida. Cuando
el miedo a la palabra muerte, fenece.
Y la palabra miedo se muere
en la carta que él me lee

                                         
                          
   
*Nota de la autora: La carta a la que me refiero en el poema es Carta a mis amigos de Rodolfo Walhs, donde narra la muerte de su hija.


 



 



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