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No. 46 / Febrero 2012

 
Luis Raúl Leyva
(Chilpancingo, Gro. 1965; vive en la Ciudad de México)


Luz de las sombras

...y sombras que me callo, y muertos.
Julio Cortázar



El mismo aliento. El mismo cuerpo.
El mismo pulso en la mirada
justo antes de su indagación en el mundo natural.
La misma tensión en las manos detenidas por su sequía,
en los brazos pendientes de su desdicha,
del instante que abra la esperanza en dos,
del hacha de viento en el desamparo.

Sentir el cuerpo en su encanallamiento,
la mirada que se hunde en el techo soso,
el tedio o el sopor,
su cuerda, su tono en la nostalgia
(pero volver, ¿hacia dónde?, a qué paraísos si el paisaje triste,
inmensamente triste).

La sonrisa en esta mañana vuelta una mueca tiznada en su pedacería,
disipándose en las sombras,
abandonando las carnes, los sueños, el deseo, la arena, el polvo, la tierra
apilándose en los cuerpos, tan pronto.

Cómo la angustia atraviesa los cuerpos,
remonta las cúspides de la alegría
hasta suturar el pecho abierto antes a la luz de las sombras azules:
unos como flores,
otros como puñales,
otros como besos,
otros como nubes creciendo hacia el cielo,
hachas de viento en cinturas de agua hasta que un día,
hasta que un día,
el día entre todos que cortará,
no supieron que todos dijeron adiós tantas veces:
el bisturí cercenando la esperanza,
la nostalgia en las salas de los hospitales,
aquella melancolía azulada, con tintes de tu isquemia,
todos los bisturís como palomas en tu sonrisa,
atardeceres en Teodoro Torres con palabras de verano y sol y crepúsculos plateados,
terreros en las calles como patios en aquel Barrio de San Mateo,
terreros esas calles que ya he olvidado,
todos los sueños en esas calles como piedras en su naufragio antiguo,
bisturís en el pecho azulado, profundo,
bisturís con sueños y sombras blancas.

(Is this a dagger which I see before me,
The handle toward my hand?
Come, let me clutch thee.)

Palabras de verano y sol en el tiempo en que la soledad,
los días hechos de una garra suave,
se olvidaban en las corredurías a casa de mi primo Manuel,
en las tardes colmadas de naranjas mandarinas
con palabras de infancia, risas y viento y lluvia,
el béisbol en la calle Madero,
terreros como patios en Agua de Obispo y Teodoro Torres,
palabras de sueños y risas y juegos y cómo te abracé en aquella tarde en una despedida,
ignorándolo todo,
en tanto tío Juan Pablo nos miraba, de lejos,
como resignándose a la lluvia que te despedía a cántaros.

Vi a Carlos Marino sonriendo, con el cigarro usual,
indagando en mi mutismo, acuciosamente.
Vi a tía Lupita mirándome en una pausa que me acariciaba con sus manos blancas
y su rostro hermosamente anciano.

Todo se olvida y tan poco se recuerda,
de tan poco queda registro mientras viaja a su difuminación,
el hilo frágil de la vida,
todo lo que olvidamos, todo lo que nos deja o nos abandona y regresa y nace
y nos recuerda ese cristal,
esa transparencia con sombras y nada.


 
 



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