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No. 51 / Agosto 2012

 

Héctor Hernández Montecinos
(Santiago, Chile, 1979)



San Sebastián 180510

"Yo reinaré"
Divino Niño


El paisaje nos contempla
el aire nos respira
atravesamos las nubes con la mirada
como si las películas de viajes
nunca hubiesen existido.

Sentados en la parte de atrás
de esta camioneta
contemplamos el mundo al revés:

los buenos hijos vuelven a casa
los malos padres piden perdón
los policías requisan los libros de poesía
para amanecerse leyendo
en la brusquedad de estas noches
el presidente no decepciona
el pueblo construye nuevos sueños.

Viajar es ya en mí
una manera de despedirme del mundo
pero en el propio mundo
lleno de países e instantes
de miradas que no se atrevieron a hablar.

Un grafiti afuera de una iglesia dice:
el cristiano que no está con el pueblo
no es cristiano.

Yo pienso que mi Cristo Colectivo
es cada uno de los hijos de Dios
que no me amaron.

Toda resurrección
necesita aunque sea un poquito de sangre
pero no un corazón como el mío
que a través de sus heridas escribe poemas
poemas que se confunden
con las líneas de esta carretera.



 




El verdadero amor

 

A Yaxkin Melchy

 

Ya pusiste en su corazón una semilla
           ahora debes dejar que madure.

Él debe aprender solo
           a recibir la luz del imponente sol; tú no eres el sol,
           la suavidad del agua; tú no eres el agua,
           la transparencia fresca del aire; tú no eres el aire,
           la luz y el calor de las estrellas.

Mañana verás un árbol y debajo de él
           podrás reposar tus huesos cansados
           y tus ojos casi ciegos.

Morirás feliz. Nunca morirás.






Testamento

Quizá esta sea la última vez que estemos juntos
que nos miremos
que podamos respirar el mismo aire
que nos podamos decir adiós
mirándonos a los ojos: Adiós.

No me voy, ya me fui
tan lejos que nadie sabe dónde termina una noche
y comienza la próxima.
La noche de los siglos allá arriba.
Las estrellas son las flores de un cementerio
llamado Parque General de los Sueños Rotos
donde no hay mausoleos
sino mediaguas celestes y muchas fotos
de alguien que no halló mejor lugar para esconderse
que detrás de un flash.

Guarden sus cámaras, es en vano.
Mejor pongan atención a lo que les diré ahora:

Primero. Nunca fui feliz, porque una no es ninguna.
Segundo. Todo lo que no me dieron y me correspondía
dénselo a mi madre y a mi hermana. Les pertenece.

Tercero. Viví la poesía chilena
como si la poesía no estuviese agonizando
ni Chile estuviese muerto.

Cuarto. Las millas de vuelo, las horas en carreteras,
los kilómetros en el mapa
se los doy a los niños para que sueñen
como pude soñar yo.

Quinto. Mis libros deben estar al alcance de los muchachos
que odian al mundo y aman el universo
porque el universo los ama pero el mundo los odia.

Sexto. Gracias a las montañas, pues allí quiero descansar
hasta que vuelvan a ser el fondo del océano.

Séptimo. A mis amigos y amigas
les dejo mi vida anónima.
Las furibundas noches que convertimos en poemas.
Las alegres horas. La cerveza y el dolor.
Las peleas que terminaron en la cama.
El reír. El llorar. La sangre.

No hay más nada.
Sólo la última fiesta
y algunos libros destinados a desaparecer.

Quizá esta sea la última vez que estemos juntos.

Ustedes morirán
y yo no.            

 

 

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