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Jorge Esquinca
(Ciudad de México, 1957)

Devoción

a Francisco Hernández

 

Qué daño indispensable, qué luminosa llaga, en ti, la palabra levitada como una nueva noticia, como un cuarzo acribillado por la sombra.
    ¿Gritar es cosa de mudos? Lo difícil, lo improbable, ahora, es hablar. Mejor un gesto: trastabillar en el extremo de la cuerda que se tiende hacia el vacío. Con ella, desde el límite donde resistes, lanzaste un y una moneda en llamas.
    Es la estación atroz, el paraje sin regreso. Qué soberana desgracia, qué celestial martirio.
    Y estamos aquí, contemplativos, balbucientes, en el fluir del vértigo, para decirte nada. Tú has visto las rutas insalvables, el trazo carbonizado, la flor centrífuga.
    Te hablo desde otra orilla, al amparo del rayo que derriba una piedra de sueño.

 

Este poema forma parte del libro Cuaderno para iluminar, ilustrado por Alicia Ceballos, que próximamente comenzará a circular bajo el sello de Mantis Editores en su colección Liminar.

 


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