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Jordi Doce
(Gijón, España, 1967)

Distrito Federal

Casas impares, truncas, contradichas.
Pasta un sol de rapiña en los baldíos.

El taxista que no sabe el camino
masculla obviedades interesadas,
barnices para su ignorancia, y todo
se muestra como en gota de resina,
fugas hacia delante por el Periférico,
márgenes de ladrillo visto y descuido.

Un letrero pende bajo la luz ajena.
Es el ojo de un cíclope inasible
hecho de arena y temblor y espejismo.

La extrañeza es una forma de atención,
una distancia desnudada.

La voz del azoramiento
habla por hablar.
Sus disculpas se han vuelto retadoras.
Es tarde para mí, para todos.
Terca, la miseria se desportilla
entre el ajuar de la modernidad.


Mercado

La calle te vulnera, el ojo
es golpe, imprevisión,
cercanía de dados que repican:

un puesto de cerámicas, un toldo
frutal, manos y voces al unísono
sobre la estera de la sangre.

Esparto y cal, la pobreza barroca
sigue siendo pobreza,
ruido y color de obstinación,

y las mesas confunden sus reclamos
entre niños que piden sin palabras.
¿Cómo decirlas sin que duelan?

Perder el rumbo, recobrarlo,
así caminas y consientes, te creces,
pisas el borde mismo

donde el mirar es calle, tránsito
ingobernable, intransitable,
los otros.

 


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