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No. 70/ Junio 2014




Claudia Hernández de Valle-Arizpe

(Ciudad de México, 1963)


Estepa

“La culpa de la mirada
sustituye la inocencia de lo mirado”.
Al voltear hacia arriba somos nosotros
quienes vemos al árbol
porque nunca nos han mirado ni la luz,
ni el agua,
ni los árboles que amamos.

Todo fluye más allá de nosotros
y más allá de nuestra voluntad,
reinicia o acaba.

Así, la palabra se prolonga en el metal,
se expande en el agua
          y rebota en el paisaje lunar del peltre.
Tallada en mesas y troncos,
también es visible en la piedra.

De una palabra puede quedar otra
o ser sólo una suma sencilla
que apunta hacia el eje:
banqueta, mesa con sillas,
agua en el canal,
ese muro.*




Versión contraria

En este mundo alguien dirá, sin embargo,
que la luz bajó recta, ligera, horizontal,
tibia y cálida. Dura, compacta, obesa.

Algunas veces vino distinta, dirá,
pero cuántas fue la misma
en idénticos lugares.

Y aunque nunca sucedió,
esa voz querrá la versión contraria;
hablará de cómo calló ese pájaro
y de cuándo –porque fue rápido–
comenzó a menguar la emoción
de estar en este mundo.

Hablará de un lugar sin cielo
y sin historia,
de un naranjo que nadie olió
y que otros tampoco vieron.

Sin embargo,
tales palabras no tendrán tiempo
de ser memoria.
Sí, en cambio,
los paisajes del ave
o la estación de cangrejos
en el vértigo de los Rápidos.

Sí, las golondrinas a ras de suelo
guiando la pradera
que nunca ha visto los plátanos bajo el calor
ni imagina el silencio lleno de voces
que puede ser la noche.

Sí, el montículo de arena
para ver desde allí el océano;
sus mares Índico, Norte, Caribe,
Limón, Galio, Esperanto,
Galápagos, Arrecife, Adriático.

Sí, las vasijas que resumen la Tierra
plenas de un instante:
el vino cayendo, el ciervo al saltar,
la reproducción de la escena
en la redondez del barro.
Sí, el ocre, el negro, el hueso
en una vitrina y en la siguiente.

Y como “hay gallos de altanería
alardeando en mis venas”,
qué hermosa vida, exclamas,
y aunque a otros les comulgue extraño:
Cuánta gratitud este afán de siglos,
¡qué ahínco!





* Las flores silvestres no durarán. Le dije: Se van a marchitar en dos horas. Después, a medianoche, nos sorprendieron los acordes de un son cubano. Salían de una ventana y nos detuvimos: ¿Y si aquí bailamos?