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No. 71 / Julio-agosto 2014




Luis Armenta Malpica

(Ciudad de México, 1961; vive en Guadalajara)

De Llámenme Ismael*

26

Si Dios no se moviera, qué sería de las orcas que las aguas se llevan
distantes de la casa
de mis padres, de mis pequeños dedos
qué de las hojas secas que abandonan el árbol
de su infancia primera
qué de la luz en humo sosegada.

Eso sería morir: dejar secos los barcos
desmemoriado al hombre, sin más
sombra el instante.

    El canto
de ballena es la sombra del niño.

Al Dios que sueño
pido
que me deje dormir algunas ―muchas― horas

pero que nunca deje
de moverme.


27

Es tan sencillo, a veces, que hablemos de la sangre
los dioses y la desesperanza
que uno va hacia la luz y corre grandes riesgos.

Nos vamos extendiendo por el polvo
como si por el polvo diera vueltas la tierra.

Olvidamos
que beber era una acto supremo
desde antes de que existiera el agua.

Los peces no lo olvidan
porque no habita en ellos la creencia en los vasos.
Solo nadan su sed y en ella existen.

Nosotros intentamos
hacer de los arroyos alguna consecuencia del camino.

Pero entonces los otros atienden el murmullo de su especie
e inventan buque y puerto.


Intuimos que la paz se forjó en nuestras leyes
que el mundo en el origen era el caos.

Pero entonces las olas
ya tenían ordenado sencillamente el mundo.

Nos quedan, pues, la sangre
los dioses y la desesperanza como signos humanos.

Nos queda, quedamente, alguna manta blanca
(hospitalaria, indómita) que nos cubra los ojos.

Premio de Poesía en el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2013