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No. 71 / Julio-agosto 2014 |
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Araceli Mancilla (Estado de México, 1964; vive en Oaxaca) El pequeño buda de la piedra del sol Era solo un encargo pero los empleados de aquella tienda en Agra donde lo hallaron para mí no lo sabían y mi interés tampoco pues lo busqué lo busqué lo busqué en cada zoco y bazar durante aquel viaje a la India como si fuese un amor al cual rescatar de un abandono irreparable brillaba y su leve sonrisa era reconfortante después de largas caminatas y pensamientos sobre las hogueras en el Ganges de explicaciones sobre por qué no carga flores el cortejo fúnebre de los niños después de perdernos en el barrio islámico de Varanasi sin que ah Alá gracias aquellos hombres acostumbrados a las burkas los que cerraron sus comercios al vernos llegar se enfurecieran más todavía lo saqué de su caja lo puse entre mi ropa lo tomé entre mis manos para observarlo resplandecer luego al dormir mis compañeras cansadas de buscar telas y regatear en las calles rosas de Jaipur eres mío mío mío dije en susurros sin poder desprenderme así hasta la hora del retorno lo puse en la repisa como a un santo el objeto más hermoso que he tenido me miraba me miraba me miraba … y lo entregué. Hablamos Tus líneas dibujan una mujer que entra desde la oscuridad de la memoria a la vorágine de un río las líneas salen de tus ojos enrojecen siguen el agua donde puedo mirar la palidez del cuerpo desnudo introduciéndose en la noche logro escuchar la voz femenina y su conversación irritada contra las piedras ¿a quiénes reclama venir llena de semen y el roce de las acamayas entre sus dedos? lo que murmura y después calla la mujer se endurece en tus líneas es una navaja que se afila algo que no me incumbe me declara su amor y no lo quiero porque no me incumbe me propuso cultivar ríos pero dejé que se ahogara dijiste fueron tus últimas líneas ya sin sangre hundiéndose en la corriente. |