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No. 73 / Octubre 2014



Francisco Fenton
(México, 1974)


Después de “La Angostura”

Pasamos la isla de piedra de los cormoranes
                                                                               hacia arriba de Acala
donde el río da curva,

tres en una lancha:
                                    un pescador llamado Santana
                         y su padre,
con la piel de color profundo por tantos años de sol,
                   sus ojos azules como un ojo de un cormorán que mira de lado.
Estaba sentado en la orilla del río
junto al puente, donde todos van a anzuelear.

Descansando sobre la arena, contestó mis preguntas
y me dijo los lugares a donde viajó,

las presas donde trabajó, comenzando por “La Angostura”,
cuyo nombre se repite en otras partes
pero "nunca se puede igualar".

Los viajes se terminaron cuando en un derrumbe
de los muros del embalse las piedras
le cayeron en la cabeza, finalizó. Y se levantó
con una muleta.

La lancha subía por el Grijalva, que se llamó río Grande,
que fue el Tabscoob, y antes fue río sin nombre, río un día aún nunca visto.

Estaba “llenando”, así podíamos subir con alguna facilidad,
lo contrario a “secando”, cuando hubiese sido imposible.

Había unos tramos con apenas los árboles de las orillas,
donde apenas se podía imaginar un tiempo antes de la agricultura.

Mientras más avanzamos más se restauraban el paisaje,
las aves, las orillas

llenas de musgo, sombreadas por ceibas de raíces gigantescas,
en vez de los lugares donde vimos que extraían arena,
con los árboles volcados y las raíces como brazos al aire.

Santana: “Estos son los bramaderos, donde crían.”
Encontramos a unos de la cooperativa:
les dijo que recogieran ya sus redes, no fueran a ganárselas...
y que eran de hilo muy frágil y delgado este año. Hablaron de peces,
“No lo hemos visto para nada. ¡No conocemos ni el ojo del bagre!”

Más adelante todavía, un joven grueso, solitario,
con el visor negro y ovalado, blandiendo un arpón casero
y alzando una hilada de bagres, rompió la superficie.

Llegamos al sitio del “tapado” casi de noche.
La duermevela, unas horas, viendo subir la luna
al mismo tiempo que el cauce, produciendo
un amanecer momentáneo de luciérnagas
entre los árboles y tules oscuros.

De madrugada tendieron la red, pero sin suerte:
los peces encontraron un hueco donde las raíces alzaban la malla.
(En la mañana, con el río a la seca,
vimos el árbol que estaba sumergido.)

Apenas dos peces, pero brillantes, de flancos
entre naranja y oro, como el sol,
los vientres negros.

Más tarde, ya de día, unos macabiles de algún tamaño
que venían por el centro del río cuando la red los arrastró.

Entre tanto, muchas veces echaron transmallo
y la red volvió vacía siempre. Iban diciendo cómo ya hay mucha
gente que pesca en el río y no hay temporada de veda.

Casi es Semana Santa, y parece que la mojarra se esconde...

Antes, el primer día en La Angostura,
en Belisario Domínguez fui a buscar a los hijos del sr. Corzo,
“que son todos pescadores”.

Pero no hallamos nada...
hacía quince años que el pez que buscábamos
ya no se veía cerca de Acala, aunque cerca de “la playa”
dijeron que podían tender la red de madrugada y encontrar adultos.

En colonia Morelos, su prima: “escasea la mojarra:
nada más llega Semana Santa, y...”
"Los Corzo son mis primos, como se dedican a eso les dicen
los pescaditos."

El restaurante a pie de carretera,
el letrero que dice: “Mojarra de la Angostura”
...a poca distancia, caminando, la gran cortina de la presa,
los desfogues, todo a otra escala;

los riscos altos, que parecen aumentar el tamaño del cielo,
el cayuco del cazador que me invitó a subir hacia arriba del embalse
absolutamente solitario, excepto por las águilas pesqueras
que sobrevolaban en círculos, aprovechando para mirarnos.

El águila que no podía estarse ahogando, pero batía sus alas contra la superficie
incluso hasta que nos acercamos... que no podía sacar un pez inmenso del agua.

“Garrobos” corriendo sobre los muros áridos.

Una geografía extraña; donde hubo un río y hubo rápidos
ahora todo parece sumergido, aún encima del agua.

Luis, quien va a ser ingeniero, me acompañó
al pie de la cortina a buscar las crías.

Su padre, que no paraba de reír con sus amigos, ni de ensayar el albur,
la lancha marca “Imemsa”, los papeles para poder bajar a la cortina,
bajo resguardo militar.

Al llegar a “la casita”, que mira sobre otra curva del río,
los arponeros subían y bajaban aumentando una brazada de tilapia
cada uno. Asomaban la cabeza sacaban un chiflido
que hacía eco en los muros: un fiiiiiiiiiiiiiiu casi cetáceo.

Los “caballos”, un tronco con botellas de refresco amarradas a los extremos,
donde descansaban entre zambullidos.

El padre y yo intentamos tirar con la atarraya,
pero uno de los arponeros nos enseñó que se tira como una sábana,
despreocupadamente y sin intención.

Días y días durmiendo libre de una casa o un hospedaje,
libre de cualquier vida que no fueran las aves, las piedras y el agua, los peces...

                                 Los ritmos extraños del río, digo, de la presa,
superpuestos a los del río.

                                              Comimos “jabalí de monte” y cochito,
y mojarra frita, es decir, tilapia: todo era delicioso.

                  La generosidad impecable de las personas, su franqueza
(Santana, cuando antes de partir se me cayó el balde de los peces
por traer dos cosas en una mano: “¿Usted no será un poquito haragán?”,
sabía que río abajo estaba la mojarra blanca, la tilapia, en abundancia.)

Al final salir como gringo, con el espectáculo de unas mochilas repletas, en shorts,
en el transporte urbano: los “Rápidos de La Angostura”.
El biólogo dueño de una ferretería que me vendió un chinchorro inmenso
de “hilos alquitranados” que nunca he usado,

y el mostrador de la ferretería, que parecía el único lugar para surtirse de anzuelos en Tuxtla,
lleno de fotografías de robalos, sábalos, macabiles y mojarras.

No hemos visto ni el ojo del bagre
                                                                resuena de vuelta en casa,
despojado de toda el agua y el sentido del agua;
de un sitio donde el entendimiento se amolda
naturalmente a cada cosa que sucede al lado.

La hermosura de las muchachas, la cordialidad de los hombres,
o la risa burlona entre amigos que se acusan: “¡Has de ser mampo!”

Una gente natural como el agua que cruza sus paisajes o los inunda...

Ciclistas-arponeros subiendo con sus hiladas de tilapia al manubrio
y el arpón de cuerpo de madera y liga de goma de una tira al hombro.

Santana: “Es la reina de las mojarras, porque protege a las otras.
Si se acercan otros peces a comerse las crías, los empuja y los golpea.
Cuando pescábamos una, íbamos al pueblo a lucirla como un trofeo.
                                                                                                 Pero ya no la hay...
Cuando sacan arena y grava para construcción, destruyen los bramaderos
y la mojarra negra ya no puede críar: es igual como si destruyeran un arrecife.”

Río abajo de la cortina, no pude pasar de “la playa”, allí el cauce da una gran curva y hay arroyos
donde pudiera quizás haber visto adultos fuera de aguas profundas.

Un experto sobre peces mexicanos, amablemente, me señala:
“Parece que son las únicas Paratheraps reófilas.”

Al pie de la cortina, donde llegué después de caminar más de una hora
por un camino completamente solo, dejando atrás el agua de La Angostura,
llegué a los desfogues, los túneles.

Poco después de amanecer...
las aves llenaban todas las ramas: garcitas y cormoranes, a veces buitres, en fila sobre el muro.

Llegué a la orilla, en la base de la cortina, después de haberme estrellado contra una ortiga
sin darme cuenta. Nadé y me froté la piel, con alivio.

Caminando sobre el río que empezaba de nuevo,
el lugar más solitario cada vez. Los senderitos crecidos y con troncos caídos,
el agua comenzando a “llenar”, lamiendo las orillas
con una terrible seducción y avaricia.

Piedrones caídos de los muros, la vista de un desfogue grande...
pensando en cómo no sabemos administrar presas y por eso
hay inundaciones y catástrofe.

Una parte del camino, hecho para el paso de los camiones
que vinieron hace mucho, derrumbada hacia el agua.
El chorro del desfogue principal. ¿Puede algo nadar ahí?

El bosque solísimo.
Avanzo hasta otro desfogue, situado a nivel muy superior
al del agua, donde el río da curva y hace rápidos
antes de enfilar hacia Acala.

El cuerpo de cemento del desfogue seco... al caminar pasando la cortina
por arriba, veía compuertas que permanecen cerradas,
pero aquí la lluvía dejaba un espejo de agua al final de la rampa
que aprovechan los buitres para formar un retrato.

Bajé ahí por consejo del arponero que más conocía la especie,
pero cerca de las orillas no había pez alguno.
Miré desde el borde hasta el centro del cauce: nada. Ningún pez.

Nadé y disfruté el río en creciente; seguí buscando, pero
a pesar de que sabía que la compuerta del desfogue no se abriría
no me pude mantener allí.

La mojarra de La Angostura, mucho menos común que la mojarra del río grande de Chiapa,
unque cohabitan en algunos sitios,
las crías grises, levemente atigradas, con una sucesión de puntos
que van de la cola casi hasta el ojo, terminando en el opérculo;

los adultos que no pude ver se dice alcanzan colores profundos en cautiverio,
gris-azul, rojo, rosa, púrpura satinados, casi metálicos.

Arriba en el embalse o cerca de la cortina, a pesar de todo,
se puede percibir el río con menos deterioro, y sorprende
la cantidad de las especies que aún viven allí, mientras el gobierno (y no sólo aquí)
sigue sembrando la tilapia africana para que crezca y sea pescada,
devorando lo que encuentra a su paso.

El destacamiento de los militares al cuidado de la presa, con su papel inadvertente de guardias forestales o conservacionistas.

¿Cómo se puede destruir algo tan inabarcable como un río?

Pero es posible, está a la vista. Y aún así,
una pedacería de todos modos inabarcable, con algunos fragmentos
que muestran cómo fue...

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* Mojarra de La Angostura, Paratheraps breidohri Werner & Stawikowski, 1987. “Esta especie no se encontraba en capturas previas en el Grijalva antes de que se construyera la presa. En el río natural, el cual fue destruido al ser represado, es posible que la especie tuviera preferencia por hábitats profundos y tranquilos, lo que hubiera hecho improbable su captura. Hay muy pocos especímenes disponibles. [...] Los autores reproducen la fotografía de un macho adulto.” (R. R. Miller, Freshwater Fishes of Mexico.) No puede ser que se trate de una especie recién surgida a raíz de la construcción de las presas hidroeléctricas sobre el río Grijalva; quienes lo argumentaron así olvidan la posibilidad de una barrera divisoria formada por los rápidos anteriores a las presas y la de colectas no necesariamente exhaustivas, así como el probable gusto de esta especie –a diferencia de otros peces del mismo género taxonómico– por las aguas profundas, y su consiguiente timidez para acercarse a las orillas.