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No. 77 / Marzo 2015



 
Cecilia Podestá
(Ayacucho, Perú, 1981)


Desaparecida
(Fragmento)

DÍA 8

Mi cuerpo tropieza con la muerte y es rechazado como una mujer impura. Tengo ahora la sonrisa de un animal que padece el veneno prolongado de sus captores. Mi cuerpo, tendido, casi inmóvil,  ha sido tocado por las manos de las que nacerán los huérfanos y por las que cantan como gritos las bocas de todos los hombres de este encierro. Soy una carne destruida, de hábitos aturdidos, de ruegos inútiles, vacía. ¿Seré una carne sin alma cuando haya perdido la fe? No llega a mí el final que se tiende oscuro sobre mis párpados. Somos cuerpos sentados en un trono miserable para ser mutilados.
Sólo viene el canto desesperado de cada hombre vencido (canto que va destruyendo mis días, mis recuerdos y mi fe. Canto el de mi cuerpo que destruye sus días, sus recuerdos y su fe).

DÍA 11

Quisiera haber caído con las manos en los bolsillos, sonriendo al tocar el suelo como tantos otros y oliendo el rumor de la muerte como el aroma de la fruta fresca.

DÍA 20

Mis pies reciben ahora la orina que se desliza por mis piernas. Estoy aterrada. Veo a la mujer con la que comparto esta celda caer con violencia sobre el suelo para matar al hijo de cada uno del que nos tocó, el hijo de una patria tan distinta a la nuestra… hijos o pobres bastardos por los que pocas, sentirán amor. Ella no quiere escuchar su llanto como nuestro coro miserable. Ha descubierto en el crimen un acto de amor. Y yo siento que mi alma cae entre  mis piernas y se hace un charco de orina junto al de ella.

DÍA 25

Mis pies reciben ahora el peso de mi culo como el peso de una carne cualquiera. Es el peso de la plegaria, el peso y la rabia de creer que el dios que llevaba en el pecho descansando sobre un medallón de plata negra y que marcaba las palmas de mis manos en la infancia; puede silenciar ahora cada grito que sale mi boca raspando mi garganta y cantando un dolor punzante, desesperado, como si cada sonido pudiera tocar las paredes y rebotar como otro pedazo de carne. ¿Qué dios será el que calle los gritos de mi cuerpo, los gritos de mi boca cuando viene el hombre que son todos los hombres de este infierno, cuando viene sobre mí y me toma como a un animal suyo y traga de mi como pescado, y me dice que soy una gran sirena muerta, esclavizada a mis cabellos largos entre sus manos, a mi cola quebrada sobre el suelo, a la boca torturadora del hombre que intenta un beso sobre la misma cara en la que otro vació el puño y el esperma.

Mi rostro deja poco a poco de ser bello bajo las botas que lo pisan.

DÍA 34

Dios, halla esta plegaria entre tanta voz. Halla este cuerpo condenado y bésalo para que encuentre la muerte y con él sus  heridas. Halla también el cuerpo del hombre que se hizo mi marido en tu palacio cuando yo llevaba un vestido blanco.  Acribíllalo en la noche oscura con el arma de otro, dale la muerte por la
que rogamos y entiérranos juntos para que pueda ir nuestra familia a dejarnos una gran flor y llorar nuestro encierro, tortura, humillación y cada pálpito desesperado.

Oh Dios, cuán sagrado es ahora el pasado, la sonrisa de mi esposo, la de mi madre y mis hermanos. Los recuerdo… son luz cuando cierro los ojos.