Mariana Bernárdez
(Ciudad de México, 1964)
Llueve la boca
que alguna vez besó tus manos
tu cuerpo se inclina hacia las cenizas
ajedrez que cubre
la piel resplandeciente
pies elevándose en acrobacia circular
pero no es el mismo fuego
ni siquiera la rispidez del viento
es algo
¿los ojos?
¿el verde?
¿ la sierra?
No lo sé
Hay una presencia que toca
y al hacerlo se ofrenda
para que tu cuerpo
—ése que refieres astilla—
sea pálpito y risa
ruido de tela semejando cascada
o sortija perdida en la vendimia de otoño
Sea yo la que me enraíce en tu pecho
y me sacie la boca
para preñar de soles
los días inhabitados.
Y tú te deslices
en tus innumerables nombres
para no ser pronunciado.
***
Mientras que en el refrigerador cantan mil pájaros
voy caminando por la casa
en rastro fatigado de tus señas
cada una se hunde
rasgando la arista de mi cuerpo
que sabe su límite en la frontera de tu labio
y me duelo
y me conduelo
hasta demorar lo último del ritmo
porque no hay quien ampare la noche
ni atraviese lo vivido
aún del requiebre de la memoria
piel sobre piel
me allueven los días
y es en su silencio
donde comienzo a distender
la espera y el alba
aunque no sepa el sentido
sé que el centro se templa
ante la ofrenda del pálpito
todo se aquieta
hasta el silbo haciéndose huella
y lo sabemos
ni siquiera el abrazo salva del vértigo.
[Del libro inédito Trazos de esgrima]
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