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portada-quicio.jpgQuicio
Julio César Toledo
Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2007

 

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Cuando digo desierto me detengo
y convulso y poseso rectifico.

Todo se hizo aquí antes del tiempo,
se hizo el fuego, el dolor, y hasta la lluvia:
agua mineral que me embalsama.

Seco antes de su inicio,
el desierto es límite o frontera,
fin del mundo e infierno sustituto;
patria chica de         mis huellas espinadas,
de mi aliento a cardo seco,
                   corazón pétreo.

Que pasión atrajo hasta este páramo
amarillo al vientre de mi madre
que me puso en el nombre,
cruel destino,
desterrado, maltrecho…
Antes de nacer ya había sudado.
La claridad de mi voz
rasgó el cacto espinoso;
todo, desde antes, (incluso de mi)
                            fue áspero.

Aquí todo se detiene al mediodía
cuando el sol, fruto escondido, cuelga
de este cielo distante
               quemado.

Todo nace yermo y se calcina
con la inmóvil quietud del segundero:
señal unívoca de un dios, de sus olvidos.
Todo aquí lo reconstruye
la mano de la noche inhabitada.

Una serpiente dibuja un mapamundi
Mientras repta en la sal
E inventa una efímera escritura
Que no da de beber.

- ya siento, padre ausente, la corriente de sed hasta mis
        huesos.

Aquí todo se funde al mediodía.
Una roca – feliz sobreviviente – se empecina
mientras arriba,
el sol
también en fundirla se entretiene.

Sin que nada se altere en el paisaje
sopla el viento de lumbre, nos penetra.
Pausa.

                   Cenit.
Yo pienso desierto y
Mi lengua enrojecida es una llamarada.

Ardiente llega sin prisa la tarde.
Multiplica el letargo, todo lo enciende.
Los lamentos son silencios
                   en la boca del silencio. 

Toma entre su luz la lagartija
una siesta ritual para enredarse
en colores de sangre tibia.
Quién te amara, sol, como el reptil
quién te amara:
en tus brazos de luz también cabe la muerte.

Aquí todo es un espejismo.
Fiebre o infancia ¿a qué has venido?
A esconderte entre la quemazón
de las arenas
para que tu ámpula
se haga en mi piel sutil e imperceptible.

- Cuando digo desierto, mi amada madre, tu nombre digo.

Inhabitada la noche va creciendo
dilata el tiempo, la pupila.

Silencio.
Todo cae,
         caigo,
             me congelo.
Ahora el sol brilla de negro
- igual quema-
Extraño el dolor inquebrantable de mi huesos.




Poema avión

Estas palabras que lees
tienen estructura metálica y aspiran a poema,
quieren ser, en sentido estricto una aeronave.
Llámale avión, me da lo mismo;
lo importante aquí es
                   que vuele.

Lo vital es que el poema tenga alas,

asientos al menos para dos:
un piloto resulta imprescindible.
Que trabaje el torrente de sangre combustible,
que deje
en el espacio
su esencia hecha de humo;
que haga, en su pirueta,
una señal discreta que se pueda ver.

Intenta despegar este poema
con sus ruidos y sintaxis propulsoras,
ganar altura con los signos,
planear, acaso, en consecuencia de los verbos;
tal vez,
después de su lectura,
monosílabo, se atreva a aterrizar.

El poema tiene por fin último volar
- mejor, ser vuelo -.

Y si algo transporta por los aires,
será más que palabras predispuestas,
habrá sido,
venturosa maquina,
un avión.

 

 


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