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Emiliano Álvarez
(Ciudad de México, 1987)


Habla un asmático

Amo el aire;
su ingravidez,
su oscilación callada.

Agradezco la rutina de la asfixia,
porque como el cojo, el equilibrio,
el sordo, la armonía,
el color y sus bemoles, el que perdió los ojos,
he aprendido a valorar,
más que cualquiera,
las moléculas del viento
y su forma discreta de llenar la vida.

Creerán algunos que soy débil:
no entienden lo que entiendo,
no pesa en la conciencia de su cotidiano respirar
el resplandor transparente
de ese silencio motor de sus segundos.

Mi fuerza es otra.



Habla un limpiavidrios

La altura con su vértigo de plomo
debajo de mi sombra.

Lavo la transparencia
para que otros
finjan ver con claridad
aquello que no ven.

Cuelgo de una cuerda
para limpiar lo que no importa,
porque la secretaria opaca
y el contador opaco
y el triste oficinista opaco,
no ven, de todas formas,
la ciudad alzando la vista
con pestañas de fuego negro.

Ven sólo que pueden ver
más allá de los cristales,
que es casi como no ver nada.

Mi trabajo es inútil:
lavo los párpados del ciego.



Hablan las hojas del té

Nos desnuda la voz el agua
con su cabellera hirviente.

Y la voz de nuestra voz desnuda
hace jazmines en el humo.


 


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