Eduardo Mosches
(Buenos Aires, Argentina, 1944)
Las ventanas cerradas
Las ventanas cerradas
son el perfecto medio
de aglutinar los aromas
de las vivencias pasadas
Una forma citadina de atesorar
los recuerdos
tan volátiles
como las hojas de otoño de la infancia
Impregnarse de olores
succión de colibrí
resguardar
aprehender la imagen de la piel
acariciada
lengua y poros
enredar los sueños de vigilia
amamantarse en la pesadez del ambiente
perfumar la esquina de las cejas
atragantarse en las pestañas
de los amigos torturados
leve temblor de la propia muerte
Las ventanas cerradas
también pueden llegar a ser
un vidriado telescopio
de los puntos negros móviles
Sombrero sin dueño
dueños con calvicie
caspa en las orejas sordas
bombardeos surcando ideas
los vestidos caen en tiras de las pieles
el hambre de perros apareándose
las murallas atravesadas por humanos
cuchara abandonada en el plato húmedo
un escarbadientes ahondado en la tiniebla
la bolsa de valores deformando familias
destellante perfil de un caballo a través del suicidio
un morirse lento sin tasación
Algún vidriero loco
está haciendo ventanas
con caminos
Crecen a pesar de nosotros
Las uñas crecen con la precisión que el tiempo otorga
las podemos roer si cierto instante de angustia nos invade
pueden romperse en algún movimiento un tanto brusco
también pueden comenzar a cantar en la piel del otro
en ese instante en que el cuerpo los cuerpos se atraen
giran susurran entre gotas que nacen de los propios ríos
surgiendo de las fuentes que el deseo hacia el placer formula
avanzan las uñas pintan un nuevo mapa que se extiende
lento entre los omóplatos crea círculos íntimos
discurre el movimiento sobre esa columna formada de pequeños huesos promontorios de sensaciones
que han sido la base de hacernos bípedos
los muslos se empapan de uñas que se aplacan para transformarse en dedos circulantes
acariciantes
pintan en un viaje de color blanco intenso murales musicales
el sonido y susurro de los cuerpos
el seno acaricia los labios en esa danza de lo meticuloso
el pene se convierte en vigía
aventurado viajero de lo que acontecerá
la lengua no discurre sólo canta sobre el clítoris
mientras el fuego nacido de leve chispa
agita
alza su cabellera se desparrama con el girar húmedo
como peces que salpican alegría
eslabones eléctricos sacuden los cuerpos
envueltos en su piel únicamente
torneados como recién nacidos
a veces flota la carne hay arrugas
el tiempo ha pasado y nos vuelve más cómplices.
Los cuerpos descansan
para seguir desnudos
las uñas siguen creciendo
a pesar de nosotros.
VIII
Las guerras floridas y deshojadas
abran sus manchas
sobre la piel humana.
Cuerpos pintan gotas oscuras
en los campos sin cosechar
movimiento en el silencio del calor
un aliento se desliza lento en la angustia
repta el individuo
se aplastan los tallos con los granos
busca dedos con anillos cadenas de oro cuchillos manchados
dar de comer a los que esperan en casa
tatuada la mano por sangre y polen de verano
un perro gruñe y mordisquea algún trozo de la batalla
respira el aire forma diminutas vaharadas blancas
que se agregan para originar más nubes de tormenta
sentir sobre la piel del rostro
viento convertido en agua.
Tirabuzón del aire palabras rasgan gemidos
la olla hierve agua
vaharadas de vida
esperan el llegar de la comida.
La cuchara repleta de jugos machacados
sorber con premura
angustiada tarea de recordar:
lo que el aire trae se lo lleva el viento.
Suspiro largo en ese túnel.
De Molinos de fuego
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