cornisa-inditos.jpg

Alberto Blanco
(Ciudad de México, 1951)




La ley de Pessoa

        a Fernando Pessoa



Poseer algo es perder.
Sentir sin poseer
es conservar
la esencia.





Oda

            a Ricardo Reis



Abrí los ojos al prodigio del rosal
y por un momento pude ser libre
    bajo el sol sin espinas
    de la iluminación

Sé que son palabras grandilocuentes
como las constelaciones y la noche,
    pero yo soy un niño
    frente a un rosal.

Así que déjame tocar delicadamente
los bordes satinados de esos labios
    hasta comprender
    que éste es el paraíso;

Déjame beber el perfume que al niño
le profetizó el amor de una mujer
    multiplicada
    en pétalos preciosos.

Y no me digas por favor que la belleza
es tan sólo nada en medio de la nada
    porque muchas veces
    lo hemos visto:

La belleza apacigua a las fieras
y da a los hombres fugaz contento
    como el silencio
    en los ojos de una mujer.





Pensando sin pensar

            a Alberto Caeiro



Pensando sin pensar
me abstengo de hacer comparaciones:
ni las flores son como el sol
ni el mar es como el cielo.
Me abstengo de los comos.

Esperando sin esperar a nadie
el tiempo no pasa ni rápido ni lento…

Escucho de pronto la voz
de alguien que pregunta por la hora,
y yo me digo:
la hora… ¿qué es la hora?
Una palabra nada más
que apunta a quién sabe qué…

Para explicarla
habría que hacer comparaciones y acudir a los comos,
escribir teorías
y cortar la tierra en gajos.

Me abstengo de la hora
Me abstengo de los comos.
Me abstengo de teorías.
Me abstengo de esperar.

Suficiente es para mí
sentir que estoy aquí,
sin pensar demasiado.
Acaso sin pensar.

Y si estas palabras salen de mi pensamiento,
salen de mi boca o de mi lápiz,
y llegan a reposar alguna vez en un libro,
será con la misma actitud…

Sin esperar nada,
sin preocuparse del tiempo,
sin nada que discutir o demostrar.



La recta de euler

                a Álvaro de Campos



Trazo, solo, en mi papel cuadriculado
la recta de Euler que corona la tarea de cálculo;
pongo mi nombre en la esquina superior derecha de la página
y no de otro modo
pues no de otro modo lo aceptaría el padre Lionet.
Pongo mi nombre
y no me reconozco en mi nombre.
Firmo la tarea
y no sé qué hago aquí,
en medio de tantos ingenieros en ciernes:
sí, aprendices de ingenieros
que de veras quieren ser ingenieros,
no como yo
que en la última banca de la última fila
pegado a la ventana
como una mosca de oro me demoro
entre el paisaje de las parejitas en el jardín
y algunos pasajes del Tao Te Ching.

Llegan las rimas y las acepto
como quien acepta un examen de matemáticas que apesta:
banal, aburrido, siniestro…
no el examen,
sino el ánimo con el que lo acometo.

Dejo caer en el pupitre
mi ejemplar gastado
del clásico de la virtud y del camino;
ése que dice:
en la búsqueda del saber algo se aprende cada día;
en la búsqueda del Tao algo se pierde cada día.

¿Hasta cuándo? -me pregunto- ¿hasta dónde?
Y, sobre todo, ¿hasta dónde yo?

Miro por la ventana
y me parece que todos son felices menos yo.

Vuelvo al Tao
y me parece que nadie entiende sino yo.



 

 


{moscomment}