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No. 42 / Septiembre 2011 |
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Fernando Herrera Gómez
(Medellín, Colombia, 1958) Gregorio al nacer En la unidad de cuidados intensivos de neonatos, en su cámara tibia, hunde hasta la espalda su pecho de cartílagos mi hijo buscando el aire que lo sostenga en la vida. ¡Frágil Moisés mío en las riesgosas aguas de este Nilo! Mira los juncos de cables coloridos y el agitado croar de ranas de los indicadores de signos vitales que se expanden alrededor de tu cuerpo de larva. Mira, mira este dulzor de gritos salvajes mira estas montañas y estos ríos que te aguardan y que mueren por amarte. La entrega Están arremolinados en torno al auto de doña Bárbara que llega trayendo desde el río en recipientes plásticos la carga aún viviente de peces. Todos juzgan su valiosa mercancía: doradas, nicuros, capaces, bocachicos, blanquillos... Una multitud humana se cierne junto con las moscas que horadan los peces. Hay uno más grande que los otros: un bagre del tamaño de una pierna humana al que descargan en el suelo –sus agallas aún respirando– la cabeza plana de boca abierta, los largos bigotes móviles y la bella piel atigrada de plata, negro y blanco. Esta es la hora de la risa, esta es la hora posterior a la pesca la hora que antecede al alimento, que antecede a la brutal entrega de una especie por la otra. |
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