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No. 74 / Noviembre 2014 |
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Rafael Muñoz Zayas (Panamá, 1972) Un texto para conjurar el fin de toda vigilia El cenzontle se pregunta de dónde es. El cielo se abre y la respuesta está en su canto: uno es los caminos recorridos, los lugares del amor, el lugar donde ha enterrado su ombligo. Marchar al Norte ahora que vuelves ahora que creas en lo más cálido del invierno el código de tu presencia ahora que rompes de nuevo el canto perpetuo de lo oscuro y el sino implacable de lo dicho es el silencio a mis preguntas y lo estridente del rayo que rompe la noche en la tormenta es fulgor de la primera mirada y el lodo del camino que amenaza tu paso es último sentir de tu mano en mi mano y todo se vuelve esta carretera cortada el coche apartado a un lado del camino la mujer muerta que acecha en la curva la mano que te arranca el corazón y el alien que te rompe por dentro ése que precisa de ti aunque calle y sepa que este miedo puro te dará nombre nuevo cuando ya todos piensen que te ha abandonado la razón de ser aquí donde permaneces atado al vínculo de la vida como un globo que se alza entre las nubes hasta perderse La tristeza de las cosas pequeñas Para los airados para los ofendidos de las plazas para los que claman viento nuevo en las avenidas y para todos los que sacuden las cabezas en sus casas para todos ellos y para todos los que quieren saber qué aventura octubre o qué se esconde en el hígado certero de las ocas o en la cifra de los dados arrojados contra el suelo o en los huesos de pollo derramados sobre la mesa para todos ellos para todos los que escrutan en el cielo virgen de la magia negra o en la sangre licuada de San Genero y miran el rostro de Santa Catalina de Jesús intuyendo en ellos un aliento divino para todos para todos ellos que divagan en los cafés de media tarde y se acodan en las barras de los bares y beben cerveza, gintonics, vodka o ron caramelizado para todos para todo ellos os repito que no hay felicidad en las cosas pequeñas porque albergan la misma carga negativa en perfecto equilibro de tristeza. Credo Este credo en el que has sido criado no era el verdadero no hablaba del árbol no palpaba el tronco no degustaba la hoja ni contemplaba la rama ni atendía en sigilo el discurso del fruto no era el verdadero no era un continente no sabía del límite de la tierra con el mar ignoraba la natural frontera que nos separa del aire el vértigo de la sima el terror del acantilado cuando nadie mira a tu lado la inmensidad de la nada en una bañera mientras te desangras no era el verdadero no era el cuerpo no hablaba de sus manos no de su cuello no de su espina dorsal como una carretera negaba las piernas y negaba su sexo abierto el abracadabra de un destello apenas vislumbrado mientras cerraba los ojos y no proclamaba el cielo del lóbulo extinto ni la mirada que acompaña al placer era entonces bendita no nos daba la creencia exacta que hace que amar sea algo táctil la experiencia el saber el olfato todo lo que es humano y no es bello y es visceral y crudo insaciable como tu piel cuando la noche y juntos nos escondemos. |