Por Ana Franco Ortuño
Un pájaro negro (que parece repetirse en transiciones temporales de sí
mismo) gira la cabeza sobre el cuerpo de un ser que se ha reclinado en
postura de goce. Todo sucede en una superficie irregular, rasgada por
un texto. La lengua, el ave (un cuervo) y el personaje distendido “a
merced” del ave. Con ello empieza el libro; es la portada de Oaxaca Siete Poetas. Siete jóvenes nacidos entre 1967 y 1978.
Pese a la fama del estado por la productividad de sus grandes pintores,
no me sorprende la calidad de estos poetas. Releo. A primera vista, la
consciencia plástica del lenguaje tiene como resultado el dinamismo en
la materialización y la inteligente distribución del verso, dominio de
elementos que no he visto con frecuencia en otras reuniones. No se
trata de poesía experimental, se trata de claridad en el uso de
recursos espaciales, inteligencia sobre el espacio-tiempo mallarmeano,
adueñamiento.
Los autores, de la mano del lenguaje y sus multiplicidades usan el
vacío, el silencio y el rasgo significante como sus coterráneos usan
los pinceles. La fama de la luz oaxaqueña no ha iluminado menos a la
poesía que a la pintura.
Si Pech Casanova (antologador) se queja por lo difícil que fue lograr
la edición (por tiempo, por economía, por actitud de los propios
autores), a mí me llega un libro terminado, un trabajo (incluida la
espera) que agradezco (a manera de sedimento, tal vez…).
Tengo mis favoritos, poetas y poemas: me gusta, por ejemplo, la palabra que viene de regreso en Escalante. Hombre
(en poéticas I), tan discutida por omnipresente y falocrática, tan
eliminada, me la encuentro bien puestecita en un texto que no pretende
universalismos, habla de sí, sí, como hombre: me hace pensar que cada
palabra puede hacer ese viaje, discutirse, hacer sismos, luego
consciente regresar a instalarse en un poema como recién bañada. De
Aguilar me quedo con los animales (Zoológico), la selección me parece
un poco irregular. De Amador, la perspectiva (literal, aunque también
sea temática), porque puede detenerse y hablar de
un-mismo-objeto-tres-objetos, en dimensiones distintas y nos los pone
ahí sobre la mesa de la nada al vocablo a la Poesía; o sintetiza la
narrativa, la ficción, el problema del signo (apasionante problema
este) Digo/ Acaso…/ y miro venir de golpe/ cayendo como un árbol/ alado
sin sosiego/ donde se torna/ el habla otro decir/ otro abismarse.
Luego, no por último, sí para terminar, el erotismo de un Velasco (nos
gusta el tema, seguimos, pese a las críticas, muy a su alrededor),
lúdico –girondiano, que desliza la página florando(me) excediendo(se)
de tormento por el aullido de la loba. Releo y me gusta el acierto de
un nuevo regalo de Oaxaca, la nuestra, tan lastimada, tan regaladora.
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