No. 89 / Mayo 2016
El poemario del costarricense Carlos Villalobos es claro desde el inicio; ya su título nos arroja dos sustantivos que configuran la poética de esta obra. El libro canta una variedad de oficios que, a veces sin percibirlo, amenizan nuestra cotidianeidad. Una hojeada nos basta para encontrarnos con lavanderas, soldadores, tejedoras, peluqueros y hasta políticos. Villalobos también dedica algunas de sus páginas a ocupaciones menos visibles y, quizá, más propias del contexto latinoamericano; los baqueanos, curanderos, guachimanes (nombre tico de lo que en México llamamos viene viene) ofrecen pinceladas de folklore al reciente libro del costarricense.
Como ya dije, el canto y el oficio parecen marcar la pauta de escritura de la obra. Da la impresión de que el libro del costarricense busca encarnar el lenguaje ritual, chamánico de la tradición de brujos y curanderos a los que hace referencia. Retomando varios elementos de la poesía oral, las páginas de El cantar de los oficios pretenden adquirir la forma del conjuro:
Tu bautizo es una pistola.
Tu ceremonia de graduación es un cuchillo.
Ya estás listo para ladrarle al enemigo.
Ya estás listo para cantar esta canción
de cuna que cantan los asesinos.¿Quién te dijo que esta aldaba es un palacio?
¿Quién te dijo que este encargo es un domingo?
Estos versos pertenecen a “El vendedor de polvos mágicos”, uno de los muchos oficios que colman el libro. Este fragmento muestra bien que el estilo en El cantar de los oficios es casi tan claro como su título: metáforas simples, que casi podrían ser calificadas casi como humildes en el sentido en que no pretenden deslumbrar con intentos de innovación u originalidad. La labor de Villalobos se acerca más a la del artesano, “Arte sano” dice en uno de sus textos, ya que opta por retomar imágenes y patrones en lugar de ser un “modelo que desfila por la alfombra roja”, como se lee en el poema mencionado.
La noción de canto es aún más evidente al analizar las figuras más empleadas por Villalobos. Aliteraciones, asonancias, anáforas y paralelismos abundan en el poemario del mismo modo en que abundan en la poesía de tradición oral. La mayoría de los poemas del costarricense parecen estar construidos precisamente mediante el mecanismo de la repetición, ya sea a nivel sintáctico o sonoro. Todos estos elementos configuran una atmósfera que se asemeja a la de ciertas ceremonias o ritos que recurren a la repetición como catalizador de emociones.
Por poner algún ejemplo, encontramos algunas expresiones o fórmulas que aparecen constantemente en los textos. El más claro ejemplo es “amar a mares”, frase que parece encantar al costarricense y que brota constantemente en las páginas del libro: las palabras “amar”, “amor” y “amante” en general tampoco escasean. Visto desde este modo, el “cantar” en el título no solamente hace referencia a ese lenguaje que se pretende mágico, sino también al tono de oda que relumbra en los versos escritos por Villalobos.
Dejando de lado el canto, las ocupaciones constituyen el otro gran ingrediente en la fórmula del libro. Villalobos esboza estampas de oficios variados que llaman, algunos más que otros, la atención. Las páginas de El cantar de los oficios ofrecen retratos pintorescos de una vida que se observa cada vez menos en las grandes ciudades. Así, en el libro hay textos escritos para las parteras, las adivinadoras, las sobadoras etc. buscando re-crear todo un imaginario de la cultura tradicional costarricense, quizá inclusive latinoamericana. La muestra de oficios se extiende a algunas ocupaciones menos locales como artesanos, guardaespaldas, carniceros o masajistas. Parecería que la presencia de tal diversidad de oficios en el poemario busca desmitificar la imagen tradicional de lo latinoamericano. Si bien, el libro ofrece una buena muestra de ocupaciones tradicionales, el contraste entre unos oficios y otros da la impresión de afirmar que los oficios de la región van más allá de los clichés impregnados de realismo mágico. Los versos de “Sala de masajes” son precisamente unos de los que más llaman la atención:
Suave viento, suave piedra,
suave canto de las flores.
En estas líneas dedicadas a masajistas leemos claramente ecos al “Romance sonámbulo” y de igual modo encontramos en varios más guiños a la tradición o referencias directas a personajes literarios como Godot y el Quijote. De este modo se establecen paralelos que nos conducen a pensar la relación entre el quehacer poético y estos oficios.
Resulta cuando menos interesante que el costarricense incluya a pintores, músicos y bailarinas entre los oficios, excluyendo de su selección el oficio poético. Quizá esta ausencia se deba a que el libro en sí podría considerarse como la puesta en práctica del trabajo lingüístico como un oficio:
Brinca el brinco el bronco bruto,
brama, brama.
Brinca el corazón de todo el mundo.
Estos versos, extraídos de “Brinca, brama” (dedicado a los montadores de toro), dan cuenta del estilo en El cantar de los oficios. Una vez más, la anáfora, las aliteraciones y la paronomasia aparecen como los recursos protagonistas. Estas figuras de estilo ayudan a reforzar una idea de materialidad del lenguaje, una cierta performatividad que es puesta en práctica mediante la onomatopeya y que nos acerca a una concepción del ejercicio poético como un oficio. Gracias a estos recursos, los versos del costarricense se vuelven palpables, uno imagina a Villalobos trabajando como a un herrero martillando sobre el yunque.
Me aventuraría a decir que El cantar de los oficios no es un libro para todos. Es un libro que exige de los lectores un clave de lectura distinta, la clave de la oralidad. Es un libro que se escucha mejor de lo que se lee. Es, también, una buena recomendación para quienes gusten de las figuras de repetición, del experimento de rumiar constantemente temas y recursos similares y forjar un libro a partir de ello. Cabe mencionar que leer los textos por separado deja una mejor impresión de la obra, pues la recurrencia sobre todo a las anáforas y aliteraciones puede resultar excesiva. El cantar de los oficios busca llevar su escritura a una exploración material del lenguaje, forjar versos hechos a mano, cuya plasticidad resulta sumamente perceptible para el lector.
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